El modelo islandés
Los ciudadanos de España, de Europa y quizá del mundo deberíamos atender muchísimo más al transcurso de la crisis en Islandia.
Parece que es el único Estado del globo que ha puesto a los mercados por detrás de la democracia, que los ha supeditado a la decisión soberana de los ciudadanos. Todavía está calentito el resultado del referéndum sobre si aceptaban o no devolver la deuda generada por la codicia de sus bancos. Han optado por el no, lo que puede acarrearles consecuencias nada halagüeñas. Lo encomiable hasta ahora es el respeto a la democracia en la que el pueblo islandés ha permanecido a pesar de la crisis. Si los dirigentes de los demás Estados de derecho tuvieran en cuenta a sus ciudadanos, no se socializarían las pérdidas sin permiso democrático, rebanando derechos sociales mientras crecen las descomunales ganancias de los culpables de la crisis.
El presidente islandés, Ólafur Ragnar Grímsson, dijo a este periódico que su país "es una democracia, no un sistema financiero". En cualquier democracia, pues, también podemos ser como los islandeses: decidir cómo afrontamos la crisis y quién debe pagarla. ¿O no?
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