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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un minuto eterno

El terremoto que ha devastado Haití obliga a la comunidad internacional a una tarea ingente

La comunidad internacional está reaccionando con celeridad para intentar aliviar las dramáticas consecuencias del terremoto registrado el martes en Haití, que empieza a contar sus muertos por decenas de miles. Un seísmo con dos réplicas inmediatas ha sido el nuevo y tremendo golpe sufrido por el país más pobre de América, asediado por la miseria, la corrupción y el analfabetismo y para el que apenas hay respiro.

Las informaciones que a cuentagotas se fueron conociendo ayer indican que el seísmo ha sido de una enorme intensidad y que la devastación producida tiene pocos precedentes. Es, por tanto, una emergencia de primer orden para auxiliar a un país extremadamente vulnerable que carece de medios de todo tipo, incluidos los sanitarios, para afrontar sin ayuda el dramático embate al que, de nuevo, le ha sometido la naturaleza.

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Si habitualmente los cataclismos de este tipo afectan sobre todo, a la población con menos recursos, serán muchos los afectados porque el 72% de la población vive en Haití con menos de dos dólares diarios; pero el seísmo ha semiderruido también el palacio presidencial, por ejemplo, lo que da idea de la violencia del terremoto, el minuto interminable de devastación al que siguieron varias réplicas. La desgracia se abate sobre un país de endebles estructuras en el que han reinado la violencia y la inestabilidad política a lo largo de sus 206 años de historia. Entre las víctimas figura el jefe de la misión de estabilización de Naciones Unidas, prolongada en octubre pasado por un año más y que tiene en Haití un total de 9.000 militares y policías. Anoche el Departamento de Defensa de EE UU estudiaba la posibilidad de enviar, con el acuerdo de la ONU, tropas para reforzar la seguridad del país.

En los países atrasados, la fragilidad de las construcciones y falta de recursos para organizar la respuesta suele aumentar las víctimas de este tipo de catástrofes de manera exponencial. En 2004, la tormenta Jeanne dejó en Haití 20 veces más víctimas que los huracanes asociados a la misma en los países vecinos. El presidente de Haití habló ayer de 100.000 víctimas, dato imposible de verificar por el momento dado el caos existente. Las grandes dificultades para comunicarse por teléfono o los cortes frecuentes de la electricidad que se sucedieron ayer dan idea de los desafíos a los que se enfrentan los haitianos para hacer frente a esta destrucción, que no podrán abordar sin una ingente ayuda exterior.

El primer problema es cómo hacer llegar esa ayuda de emergencia, y también cómo lograr que los fondos destinados a Haití (323 millones de dólares para 2009 y 2010) se inviertan con eficacia. A los graves y endémicos problemas que sufre el país se añade ahora la urgencia por salvar vidas y atender a la población y la tarea posterior de reconstrucción. Ha sido una forma demasiado cruel de devolver a Haití a la actualidad y de recordar que si antes quedaba mucho trabajo por hacer, ahora la tarea será imponente.

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