El gran culpable
Al final, el semestre de la presidencia española de la UE ha servido para dar un giro político interno en toda regla. Más pendiente que nunca de la Unión, Zapatero ha vivido de cerca la crisis del euro y lo ha aprovechado para introducir rebajas de costes de personal en la Administración, suprimir gastos sociales recién implantados, contener el gasto en pensiones y perfilar la reforma laboral. Menos brillante, cierto, de lo que habría sido reunir a Obama y los líderes del Viejo Continente en suelo español, pero la agenda es mucho más conminatoria. Bastó el informe de la agencia Fitch del 28 de mayo, que rebajó la calificación de la deuda de España, para que lo más granado de la prensa europea -Financial Times, Le Monde, Frankfurter Allgemeine Zeitung- dedicara el pasado fin de semana a alarmarse otra vez sobre España, acentuando así la sensación gubernamental de que hacen falta más (o más rápidos) gestos sacrificiales.
Ejercer el liderazgo no es limitarse a bruscos anuncios de medidas que restallan sin explicaciones
Al ejecutar el giro, Zapatero paga un alto precio en credibilidad personal y política. Le viene estupendamente a sus adversarios electorales, al tiempo que deja confundido y sin referencias al pueblo de izquierda. Porque ejercer el liderazgo no es limitarse a bruscos anuncios. Un giro tan importante habría requerido de cierto discurso, una puesta en escena no solo parlamentaria y explicaciones claras, en vez de comunicar medidas que restallan como latigazos sobre el cuerpo social.
Hay quien sostiene que semejantes decisiones, o se toman por sorpresa -como lo fue la retirada de tropas de Irak- o te traban los brazos. Pero sin añorar, ni de lejos, las dramáticas circunstancias que llevaron a Churchill a pronunciar sus famosas palabras a los británicos ("no tengo nada que ofrecerles que no sea sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo") haría falta una operación-verdad en España para dejar claro que un plan de rigor no es algo que se discute solo entre instituciones o políticos, sino que necesariamente afecta a múltiples personas y empresas; y que de Europa no solo llueve el maná para autovías, aeropuertos y ferrocarriles, sino un conjunto de obligaciones compartidas, en la actualidad interpretadas en clave política de derechas.
Es difícil encontrar a un personaje público que haya recibido tantas críticas como Zapatero en seis años. A las continuas acusaciones e invectivas de la oposición hay que sumar el rechinar de dientes en el propio PSOE -Pedro Solbes, el anterior responsable económico del Gobierno, ya comenta en público las tensiones vividas en el Ejecutivo- más las facturas que están pasándole formaciones nacionalistas a las que no ha satisfecho lo suficiente, y que se suman en tropel a derribar el árbol medio caído. Tiene que haber un culpable de todo esto y la sociedad española cree haberlo encontrado: el responsable es el presidente del Gobierno. Si es crucificado, los problemas planteados son tan graves que solo aguardan al próximo culpable. Lo que no cabe pensar es que Zapatero pueda recuperar la confianza del electorado. -
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