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La dignidad de Europa

Víctor Gómez Pin

Te lanzo vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes".

Esta Europa a la que así se apela, no es desgraciadamente la del ideario que se forja en los viajes de Montesquieu, en el espíritu de la Revolución Francesa, en las luchas del siglo XX por sentar las condiciones sociales de una efectiva fraternidad, o en la resistencia a los regímenes dictatoriales a los que recurrió el capitalismo como consecuencia de la crisis de los años treinta. No se apela a una Europa que, reconociéndose en Pascal y Peguy, aborrece, sin embargo, la tradición inquisicional y la vigilancia de las conciencias.

Hay que reaccionar ante el estado de cosas y responder a nuestro legado más noble

Cuando en noviembre de 1982, desde Santiago de Compostela, el papa Juan Pablo II se dirige a Europa, es para incitarla a retomar la senda de la restauración plena de los valores del cristianismo, lo cual pasaba entre otras cosas por la abolición del sistema social imperante en la órbita de la Unión Soviética. Treinta años después, se comprueba que la llamada no fue en vano, ni en el plano económico ni en el cultural, y en ambos casos con consecuencias no previstas, o al menos no declaradas. La llamada del Papa se pretendía meramente espiritual: restaurar las libertades supondría, además de otorgar peso a la religión, abolir el colectivismo (considerado contrario a la condición natural del ser humano), no la justicia social, y por tanto los aspectos más protectores de los regímenes detestados. Desde luego la cosa no ha ido por ese camino.

No solo la restauración del sistema de mercado en la Europa del Este se ha realizado al precio de dar finiquito casi en todo el continente al sistema de protecciones propugnado por la socialdemocracia, sino que se identifica el ascenso en la economía de mercado con una suerte de superioridad intrínseca que daría precisamente carta de europeidad, surgiendo así metáforas como la del Tigre Celta que, al revelarse ser efectivamente de papel, sumerge en la depresión a un país que se creía "salvado".

Por otro lado, tras la restauración de la libertad religiosa en los países dónde había sido cercenada, el cristianismo es considerado no como un ingrediente más de la cultura europea, sino como su savia, con el resultado de que proliferan movimientos que marginan objetivamente a enteras poblaciones, de inmigrantes o no inmigrantes, y alimentan la enemistad entre comunidades. Y en este sentido tampoco se equivocaba el pontífice polaco al aludir en

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