Zapatero en Cataluña
El presidente Zapatero exhibió en su visita de ayer a Barcelona una generosa chistera de promesas y proyectos concretos. Era una cura de urgencia para intentar aplacar los ánimos de una sociedad que la pasada semana vio cómo un apagón dejaba media Barcelona a oscuras. Zapatero es consciente de que Cataluña es la comunidad en la que su partido obtiene la mayor diferencia en votos -casi un millón- y diputados -15 actas más- respecto al PP. Pero también es la comunidad que más se lamenta del trato que recibe del Gobierno central de turno, en este caso del PSOE.
Junto al victimismo nacionalista tradicional, hay una parte seguramente mayoritaria de la sociedad catalana que, sin compartir las explicaciones simplistas -nos odian-, sí participa de una irritación creciente ante situaciones como la de los trenes de cercanías o la del aeropuerto de El Prat; o ante la imposibilidad de los Gobiernos central y autonómico para ponerse de acuerdo sobre la definición de las infraestructuras afectadas por el compromiso de aumentar las inversiones del Estado en la comunidad.
Zapatero abrió con su elección expectativas a las que era sensible ese amplio sector y que luego se han visto frustradas. La superación de problemas concretos como los citados se hizo depender de decisiones como la publicación de las balanzas fiscales y sobre todo de la aprobación sin enmiendas -como había prometido Zapatero- de un nuevo Estatuto con mayor autonomía financiera. El resultado fue que sí hubo enmiendas y que la aplicación del texto enmendado está pendiente del pronunciamiento del Tribunal Constitucional. Zapatero, junto al entonces presidente Maragall, se creyó capaz de resolver el malestar catalán con decisiones políticas que fueran más allá de la resignación orteguiana a la mera conllevancia. Pero el malestar persiste.
Quizás por todo ello, el Zapatero que ayer pisó Barcelona ya no es percibido por la sociedad catalana como el mismo que fue aplaudido cuando visitó el barrio del Carmel tras el hundimiento de túnel del metro. Consciente de que ya no basta con la fascinación, Zapatero lanzó ayer compromisos de seguimiento de inversiones desde Moncloa; anunció mano dura con los culpables del apagón; dio fecha para la llegada del AVE a Barcelona -21 de diciembre- y adelantó a septiembre una partida de 500 millones prevista para 2010 y destinada al aeropuerto de El Prat.
No puede decirse, por tanto, que se trate de una visita vacía, que sólo busca la foto. Pero ya forma parte del guión que los mismos que acusan a los gobernantes de falta de sensibilidad por no presentarse de inmediato allá donde se ha producido alguna desgracia (por ejemplo, el vertido de petróleo de Ibiza), descalifiquen como gesto oportunista la presencia de esos gobernantes cuando sí acuden al lugar. Pero es cierto que los problemas de la sociedad catalana requieren, además de gestos, inversiones.
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