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Turquía debe ingresar en la Unión Europea

Emilio Menéndez del Valle

Muchos turcos tienen la convicción de que la Unión Europea en particular y Occidente en general les están tomando el pelo. Llevan muchos años negociando con Bruselas el ingreso de su país en la Unión Europea y realizando reformas democráticas, sociopolíticas y económicas que aquella (correctamente) les exige, pero se encuentran ante una muralla levantada por algunos Gobiernos que imposibilita un avance significativo.

Hay que señalar que esos Gobiernos (Francia, Alemania, Austria) están apoyados por un amplio sector de la opinión pública europea, contraria por diversos motivos (racismo incluido) al ingreso. Y que Gobiernos y opinión pública tienen donde apoyarse para mantener el rechazo, en concreto en la (inadmisible) posición turca de sostén de la ilegal República del Norte de Chipre, reconocida únicamente por Turquía.

Es necesario un lugar para Ankara en la UE porque es una pieza clave en la estabilidad de Oriente Próximo
Ankara es un factor de moderación en las relaciones internacionales de la zona

Ahora bien, mucho me temo que, solucionando ese grave escollo (que hay que hacer desaparecer por ilegal, arbitrario y opuesto a la racionalidad política), la oposición al ingreso continuaría en gran medida siendo la misma. Y eso es algo que los turcos -cuyo ingreso en la OTAN hace décadas fue automático e "imprescindible para contribuir a la lucha contra el comunismo totalitario soviético"- tienen atragantado.

Doble rasero. Antes sí, ahora no. Integración militar sí, integración socioeconómica no. Buenos soldados anticomunistas y antirrusos y buenos consumidores (de productos alemanes) son aceptados por Occidente y la UE, pero una supuesta invasión de ciudadanos (¿o meros súbditos?) turcos tras la adhesión es un peligro para la Unión, sostienen determinados círculos de poder, que ofrecen a Ankara una "asociación privilegiada" con Europa. Merkel y Sarkozy -erigidos en portavoces de una fórmula miope que ofende a los turcos- se niegan a aceptar que el interés estratégico de la Unión Europea y de Occidente consiste en atraer y ligar a una Turquía democrática al proyecto europeísta.

Estamos perdiendo un tiempo precioso en perjuicio de una Turquía democrática y en beneficio de una posible Turquía ganada para el fundamentalismo islámico. Ahora la cuestión no es tanto ya si la Unión Europea rechaza a Ankara cuanto si esta ha comenzado a rechazar a la UE. Kemal Davis, fino analista, lo expresa así: "la riqueza de los países del Golfo arábigo-pérsico supone un apetecible entorno para Turquía, al tiempo que el papel emergente del G-20 hace que las amistades en este nuevo mundo sean más importantes que la pertenencia a clubes diversos, UE incluida".

Si Ankara llega a convencerse de que un "club cristiano" nole abrirá las puertas, cambiará de rumbo definitivamente. Las reformas internas emprendidas (ya se han producido algunos retrocesos en el ámbito de la libertad de expresión) quedarán estancadas y la consolidación de un frente islamista en el interior y de una política exterior con ribetes fundamentalistas devendrán realidades peligrosas para la estabilidad interna y del Oriente Próximo en su conjunto, a las que Occidente tendrá que hacer frente.

Todo lo contrario a lo que una Turquía dentro de la UE (con identificación creciente con los valores europeos) podría aportar de cara a las relaciones con el islam. Europa debe tener en cuenta que al día de hoy, en diversos campos y desde luego en el de las relaciones internacionales, Turquía puede aportarnos más que nosotros a ella. Que está teniendo éxito donde nosotros hemos fallado y que lleva a cabo una política exterior independiente que goza del beneplácito de todos aquellos que no son superpotencias.

En concreto, Ankara está acertando en un área sensible para nosotros y donde nuestras carencias son palpables. Me refiero a los Balcanes. El pasado 24 de abril y tras meses de intensa actividad diplomática entre Ankara, Belgrado y Sarajevo (que la mayoría de la prensa europea no reflejó), el presidente turco, Abdula Gül, reunió en Estambul al presidente de Serbia y al de Bosnia-Herzegovina. No menor ha sido el acierto turco en acercar posiciones entre Serbia y Croacia. Todo ello es especialmente significativo (y dice mucho en favor de la diplomacia de Ankara) si recordamos la antigua dominación del imperio otomano en la zona y que la resistencia antiotomana es un acendrado ingrediente histórico de la identidad nacional serbia.

Si estos logros de la política exterior turca han pasado prácticamente desapercibidos en los medios de comunicación occidentales, todo lo contrario ha ocurrido respecto a la iniciativa turco-brasileña para facilitar la contención nuclear de Irán. Iniciativa absurdamente criticada por Washington, principal valedor del ingreso de Turquía en la UE, y por esta misma. Da la impresión de que en las relaciones internacionales las superpotencias sospechan -o al menos contemplan con cierta suspicacia- de las iniciativas que impulsan algunos países emergentes. Pareciera que recelaran de ideas y métodos distintos de los por ellos establecidos, aunque aquellos pudieran aportar soluciones que convienen a todos.

Y, sin embargo, Ankara representa un factor de moderación en las relaciones internacionales de la zona. Se trata de un país democrático y estable, de economía próspera (el FMI le calcula en 2010 un crecimiento del 6,25%), con relaciones diplomáticas con Israel, pero que -como ha quedado demostrado- sabe reaccionar ante la violación por aquel del derecho internacional. Es un aliado de cultura islámica, precisamente el más adecuado para contrarrestar a Irán, y de cuya posible capacidad nuclear recela. Un país cuyo liderazgo medio-oriental ha hecho que, preguntados los palestinos sobre cuál consideran el país extranjero que más les apoya, respondan (43%) que Turquía, mientras que tan solo un 6% considera que es Irán.

¿Puede en un mundo como el actual permitirse la Unión Europea no integrar a un país de las características de Turquía? Aun cuando pasen todavía unos años hasta que cumpla todos los requisitos exigibles a cualquier candidato, Ankara debe encontrar su lugar en la Unión, por el bien de esta, de la política exterior europea y de la estabilidad en Oriente Próximo.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

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