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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Segunda oportunidad

Zapatero revalida su triunfo y el PP fracasa; pero ambos están obligados a una seria reflexión

No fue un accidente o un paréntesis, ni tampoco un efecto de los atentados del 11 de marzo, como han venido repitiendo insidiosamente durante cuatro años los sectores más radicales de la derecha política y mediática. Según viene ocurriendo desde 1977, el electorado ha ofrecido a José Luis Rodríguez Zapatero, vencedor de las elecciones de 2004, la oportunidad de seguir gobernando una segunda legislatura. Pero, a diferencia de González y Aznar, Zapatero no logra la mayoría absoluta, pese a haber cosechado el mejor resultado en número de votos de la historia del PSOE: tendrá que seguir contando con apoyos externos, seguramente diferentes de los que avalaron su investidura en 2004.

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El Partido Popular, por su parte, fracasa en su intento de ser la primera fuerza política o, al menos, reforzar sustancialmente su apoyo, laurel que necesitaba Rajoy para afianzar su liderazgo. Con el resultado de ayer, el PP está obligado a una profunda reflexión sobre el tipo de oposición que ha llevado a cabo esta legislatura. Su estrategia de campaña, prescindiendo de los líderes más radicales, es prueba de que Rajoy y su entorno más próximo tenían conciencia de que el discurso de los últimos cuatro años no era un discurso ganador.

No hay que confundirse en el análisis. Zapatero aspiraba a seguir gobernando, y lo ha logrado. Rajoy quería desbancar a su rival y llegar a La Moncloa, y ha fracasado. El precio pagado por esta operación fallida, en términos de crispación, ataque a las instituciones y desgaste del tejido democrático de la sociedad española se antoja excesivo. Las palabras de Rajoy ante los suyos desde el balcón de Génova no incluyeron anoche ninguna autocrítica, pero tampoco resonaron como las de un líder dispuesto a seguir cuatro años más. Rajoy apareció amargado, cansado, y su última palabra fue "adiós". Como se ha visto en los últimos meses, no faltan en su partido dirigentes con ganas de sustituirle, aunque el ligero aumento en el número de diputados (y también en número de votos) dificulte de momento la operación. Pero sólo de momento.

Nueva agenda política

Mientras el líder popular decide si continúa o no, al nuevo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero le aguarda una agenda no muy diferente de la que ha marcado esta legislatura, aunque los resultados de la jornada de ayer le permitan afrontarla en condiciones diferentes de las de 2004. A la mesa del jefe del Ejecutivo llegará, de inmediato, el deterioro de la situación económica: la desaceleración ha sido más rápida de lo previsto y será urgente la adopción de medidas que traten de paliar el aumento de la inflación y del paro.

La cuestión territorial, con la decisión del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, y también la amenaza del lehendakari Ibarretxe de convocar una consulta el próximo mes de octubre, requerirá una atención preferente del nuevo Gobierno. El PNV ha sufrido una hecatombe (pierde más de 100.000 votos), lo que debería servir para dar por enterrado el plan del lehendakari. El regreso de los asesinatos de ETA exigirá, por último, un esfuerzo para mantener la frágil unidad de los partidos democráticos, fraguada tras el asesinato de Isaías Carrasco en vísperas de la jornada electoral.

Zapatero no ha conseguido la movilización en el electorado de centro-izquierda que necesitaba para alcanzar su objetivo de gobernar "sin hipotecas", es decir, con mayoría absoluta o tan cercana a ella que pudiera completarla con apoyos puntuales de alguno de los partidos menores. De todas formas, al presidente del Gobierno se le ofrece la oportunidad de seguir desplegando lo esencial de su programa, sobre todo en materia económica y de políticas sociales.

Otras hipotecas

Cosa distinta serán las condiciones que puedan plantearle sus nuevos aliados en otros terrenos, particularmente el institucional. El descalabro de ERC y la estabilidad de CiU son un dato relevante, y no sólo para la política catalana: el conjunto del nacionalismo catalán cosecha el peor resultado desde 1982, sobre todo por el hundimiento de los independentistas. En Cataluña, el electorado ha castigado a los dos socios menores del tripartito y en cambio ha premiado al socialismo, que ha igualado el resultado de 1982.

En este sentido, para bien y para mal, se puede concluir que Cataluña (igual que Euskadi, en menor medida) ha resultado providencial para el triunfo de anoche del PSOE. Sobre todo porque el PP ha sacado fuerzas de donde parecía que ya había tocado techo y ha ampliado la brecha en Madrid, Valencia y, esta vez, en Andalucía. En esta comunidad, Manuel Chávez revalida por sexta vez la mayoría absoluta, tras 26 años al frente del Gobierno regional. Javier Arenas mejora los resultados de la anterior convocatoria, pero sigue sin abrir una vía de agua importante a los socialistas. Al sostenimiento del PSOE también ha contribuido el nuevo desplome de Izquierda Unida, que se ha traducido inmediatamente en la renuncia de Llamazares.

La fuerte polarización producida durante la legislatura se ha traducido en una todavía mayor concentración del voto y de los escaños en los dos grandes partidos. Es un factor a tener en cuenta en las negociaciones con los nacionalistas. Especialmente ante una agenda en la que deberán abordarse algunos de los asuntos que quedaron pendientes durante la legislatura o por falta de consenso entre ellos, como las reformas constitucionales. Éstas podrían dar ahora la ocasión de que las reformas estatutarias, pendientes algunas del fallo del Tribunal Constitucional, se integren en un proyecto federal más coherente que los remedos actuales. Zapatero tiene una nueva oportunidad. Anoche declaró que corregirá los "errores" cometidos en los cuatro años pasados. Los ha cometido, y en abundancia, lo que seguramente le ha impedido lograr una mayoría más holgada. Pero esta vez sí que no puede fallar.

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