Programa Ramón y Cajal
El pasado 18 de marzo aparecía en su periódico un artículo sobre el descenso de solicitudes de investigadores en el Programa Ramón y Cajal.
Los gestores de dicho programa achacan la disminución del número de solicitudes al descenso de la motivación de los estudiantes de ciencias, como si fueran estos últimos quienes realizan las solicitudes en dicho programa.
Nada más lejos de la realidad, ya que para optar al mismo se requiere estar en posesión del título de doctor y tener un currículo con méritos más que probados. La edad media de quienes consiguen estos contratos está en torno a 38 años (10 años después de haber leído su tesis doctoral).
Si uno observa las estadísticas del Ministerio de Educación y Ciencia, responsable de este programa, encontrará que el número de nuevos doctores en 2004 fue de 7.500, mientras que en 1994 fue de 5.000. Es decir, el número de potenciales candidatos nacionales a presentar solicitud en el Programa Ramón y Cajal ha aumentado desde finales de los años noventa en casi un 50% para mantenerse estable en cifras que rondan los 7.000 nuevos doctores cada año.
Quizá los gestores en su análisis sobre las vocaciones no han pensado que dicho programa no contempla inversiones iniciales significativas y continuadas para que el recién llegado pueda poner en marcha sus investigaciones, lo que puede ser crucial para investigadores de su experiencia. Es posible que tampoco hayan considerado importantes los estragos en el número de solicitudes producidos por la negativa de varios centros a acoger beneficiarios de este programa, tras requerirse a los centros en el año 2007 el lógico compromiso de estabilizar al investigador que superara las evaluaciones pertinentes durante sus cinco años de contrato.
Con análisis como éste por parte de los responsables de las políticas de recursos humanos en I+D+i, uno comprende quizás por qué estamos como estamos.
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