México está enojado... pero no se lo digan a nadie
Ahora resulta que el pecado está en ponerle nombre al niño.
Cuando Esteban Cervantes se lanzó sobre el individuo que disparaba dentro de la estación del Metro Balderas -una de las más concurridas y emblemáticas de la Ciudad de México- seguro que ni pensó que ayudaría a enredar aún más la madeja anímica en la que vive nuestro país. Y seguro no pensó muchas otras cosas, porque aventarse desarmado sobre alguien que dispara no debe ser un acto meditado.
Esteban Cervantes murió acribillado, igual que un policía que cuidaba el andén; Luis Felipe Hernández C., el asesino de perorata iluminada, está preso. Y de episodio aislado, el acto heroico de Cervantes de hace unos días se insertó de inmediato en la narrativa apocalíptica que comienza a dominar algún sector de los opinadores profesionales; narrativa que suma ya varios eslabones.
El secuestro de un avión de Aeroméxico a cargo de otro iluminado, un pastor boliviano que tuvo en vilo al imaginario social durante los minutos que duró el suceso y quien sigue justificando que lo hizo para prevenir al presidente Calderón de futuros males, incluido un sismo de magnitudes fatales; la detonación de artefactos explosivos frente a diferentes sucursales bancarias en la capital del país; la notoria ausencia de ciudadanos en la celebración del Grito de la Independencia en la vulnerada Morelia; la estampida social que apenas pudo contenerse, cuando decenas de miles de personas abarrotaron un Zócalo capitalino desprotegido, para intentar presenciar el espectáculo de luces con motivo de las fiestas de Independencia; las ejecuciones a manos de comandos armados que se viven en diferentes regiones mexicanas; el rebrote del la Gripe AH1N1; la sequía y las inundaciones, que coexisten; los recortes presupuestales, las indefiniciones de los tomadores de decisión y hasta el retorno del Partido Revolucionario Institucional o la derrota del Partido Acción Nacional; todo ha servido para alimentar la percepción de que estamos a dos pasos del abismo.
"México está enojado, al borde del estallido social. Los hartazgos ya no se contienen. Las guerrillas se reactivan, o surgen otros grupos armados. Ya no es el riesgo económico, es el riesgo social. Cuestión de minutos para que la pólvora se incendie." Éstas y otras expresiones se suceden con cada vez mayor frecuencia. Empresarios, iglesias, académicos, políticos, líderes sociales, periodistas y comunicadores. Por doquier se escucha que México está a punto del colapso final. Y será sangriento, porque, ¡oh!, el 2010 no puede ser coincidencia: las gestas armadas de 1810 y de 1910 nos deben decir algo.
Los medios se han regodeado en esta narrativa. Titulares, comentarios, la agenda informativa. Sólo esta semana, las portadas de los principales semanarios muestran imágenes de devastación con titulares estridentes. Quien vea las fotografías de vehículos incendiados no sabría si México es ya zona de guerra. El discurso oficial tampoco ayuda: las metáforas bélicas con que se ha bautizado la lucha contra el crimen organizado no permiten siquiera que asomen la cabeza los demás asuntos de interés para la nación (y el electorado se lo cobró caro al partido en el poder). Luego, la confusión simbólica que genera la repetición ad nauseam de imágenes explícitas en su violencia: la televisión mexicana, en horario estelar, repitió una y otra vez el vídeo tomado de las cámaras del metro en donde se ve con claridad el asesinato, sí, asesinato de Cervantes. Sin pudor, porque esas imágenes no eran la noticia.
México está enojado, o algunos dirían deprimido. Y sin duda, nos hemos excedido, todos los que tenemos acceso a una audiencia, en mostrar o exaltar los acontecimientos. En este ánimo apocalíptico, hay quienes se llenan la boca proclamando el fin del mundo, y en ello son buenos para engarzar sucesos aislados y presentarlos como un continuo inevitable. ¡No pueden ser casualidad tantas cosas que nos suceden!
Ahora, sin embargo, comienza a articularse una voz contraria. Prudencia, se escucha; no invoquen al demonio, sentencian. De tanto hablar de estallido social, lo provocarán, se arguye. Y coincido: debemos ser prudentes. Pero dejar de nombrar las cosas no hará que desaparezcan.
México está enojado, y hay que decirlo. Están sucediendo muchísimas cosas muy graves, y hay que decirlo. No se percibe mucha altura de miras en quienes toman decisiones, y hay que decirlo. Toda democracia requiere de una prensa que no sea complaciente, porque la complacencia también invoca al demonio, aunque lo haga por defecto. El axioma del periodismo se sigue sosteniendo: si en los medios hay sólo buenas noticias, es porque mucha buena gente está en las cárceles.
La insistencia en ciertos asuntos ha tenido sus resultados positivos. Cuando algunos medios de comunicación tomaron como agenda propia el injusto encarcelamiento de la indígena Jacinta Francisco Marcial por supuesto secuestro de seis integrantes de la Agencia Federal de Investigación, la presión también surtió efecto. Jacinta hoy está libre.
No, el pecado no está en nombrar al niño, sino en nombrarlo mal, en no exigir garantías para ese niño, en no contextualizar su existencia. Porque si no, caeremos pronto en manos de la máxima que algunos quisieran que nos rija: México está enojado... pero no se lo digan a nadie. En una de esas, nadie se da cuenta.
Gabriela Warkentin es articulista, directora del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana, Defensora del Televidente de Canal 22 y conductora de radio y TV.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.