Intereses europeos en Afganistán y Pakistán
Barack Obama ha hablado, pero nosotros debemos aportar nuestras propias ideas. ¿Cuáles son nuestros intereses fundamentales en Afganistán y Pakistán? Un interés fundamental es prevenir otro atentado terrorista originario de, o estrechamente relacionado con, los grupos islamistas extremistas y violentos situados en Afganistán o (cosa más probable hoy) en Pakistán. Es una prioridad para todos los países europeos y para Canadá, pero sobre todo para Reino Unido, con su enorme población de origen paquistaní. Un interés fundamental es asegurarnos de que Pakistán no acabe siendo un Estado fallido ni, por ponernos en lo peor, sus armas nucleares caigan en manos de terroristas. Y, en tercer lugar, un interés fundamental es asegurarnos de que Estados Unidos no se sienta abandonado por sus aliados europeos ni por Canadá, pero también de que no cometa errores desastrosos como los que cometió en el mundo islámico durante los años de Bush.
Prevenir atentados terroristas de grupos instalados en la zona es una razón vital
Si estamos donde estamos hoy en Afganistán -es decir, al borde del fracaso- es por dichos errores. A diferencia de la guerra de Irak, la acción militar inicial en Afganistán estaba plenamente justificada como respuesta a los atentados del 11-S. En el discurso del martes por la noche en West Point, Obama nos recordó la legitimidad nacional e internacional que tuvo inicialmente la operación, que contó con la solidaridad -"todos para uno y uno para todos"- de Canadá y los miembros europeos de la OTAN y el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU. Los objetivos declarados eran limitados: aplastar a Al Qaeda, capturar a Osama Bin Laden y destruir la capacidad militar de los talibanes.
Si hubiera que señalar el momento en el que las cosas empezaron a torcerse, podría ser en torno al 16 de diciembre de 2001, cuando, según un informe reciente elaborado para la mayoría demócrata en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, Osama Bin Laden y sus guardaespaldas "salieron sin que se lo impidieran de Tora Bora y desaparecieron en la zona tribal y no controlada de Pakistán", pese a que había una gran presencia militar norteamericana alrededor de las cuevas de la región. Los detalles exactos están aún en discusión, pero no cabe duda de que Bin Laden huyó a Pakistán. Si le hubieran capturado, la historia podría haber sido muy distinta.
El error más importante se cometió unos meses después, cuando la Administración de Bush irrumpió en Irak, que no tenía nada que ver con los atentados del 11-S, y dejó sin acabar la tarea en Afganistán. "Ahora todos van a olvidarse de nosotros", declaró el presidente Hamid Karzai a la reportera de guerra Christina Lamb. Y así fue. La presencia de soldados occidentales disminuyó; los talibanes regresaron sigilosa
-mente; el régimen de Karzai se hundió en un pozo de corrupción.
Lo que propone ahora Obama es un híbrido: algo más que la estrategia estrictamente antiterrorista que defienden algunos, y menos de lo que haría falta para que tenga serias posibilidades de éxito una campaña total contra la insurgencia. Pese a su magnitud, el refuerzo de 30.000 soldados y 30.000 millones de dólares no basta para alcanzar el volumen total de intervención -militar, civil y económica- que sería necesario para una estrategia integral de contrainsurgencia. Y, sobre todo, dispone de plazos limitados, puesto que está previsto empezar a reducir las cifras en 2011, justo a tiempo para las elecciones presidenciales de 2012 en Estados Unidos. Por consiguiente, los afganos harán sus cálculos personales contando con que las tropas occidentales van a retirarse -aunque dejen una mínima presencia de seguridad- en un plazo de entre tres y cinco años. Cinco años, en la historia afgana, es muy poco tiempo. Los imperios vienen y se van; los clanes permanecen.
Existe una hipérbole política aparentemente inevitable que hace que Obama hable en su discurso de llevar esta guerra "con éxito a su fin" y, sin duda, le hará proclamar que su estrategia es un "éxito" en las elecciones legislativas de mitad de mandato y en la campaña presidencial de 2012; igual que, en ese mismo discurso, habla de "tener éxito a la hora de dejar Irak a su gente". No nos dejemos engañar, como sospecho que él tampoco se engaña. En este caso, la palabra "éxito" quiere decir evitar el fracaso. Como máximo, si todo marcha bien, querrá decir alcanzar los limitados objetivos fijados dentro de la estrategia antiterrorista y de la lucha contra la proliferación, que nos interesan a británicos, europeos y canadienses tanto como a Estados Unidos. Lo demás son patrañas.
Quienes conocen bien Afganistán y Pakistán y viajan allí habitualmente son los únicos que pueden aventurar alguna hipótesis, con conocimiento de causa, sobre las posibilidades de "éxito" según esta modesta definición; y ni siquiera ellos lo sabrán verdaderamente hasta después de que se produzca. Sin embargo, cualquier ciudadano de un país que tenga tropas en Afganistán debe elaborar su propia opinión sobre esta pregunta básica: ¿cree usted que merece la pena que nuestros hijos y nuestras hijas sigan arriesgando sus vidas por estos objetivos que se persiguen de esta forma? ¿Justifica una estrategia así la agonía de las viudas, los viudos, los padres y los hijos cuyas fotos vemos en las primeras páginas de nuestros periódicos?
Es una pregunta que tienen que hacerse muchos países: Canadá, Alemania, Francia, Polonia, Reino Unido. Hasta cierto punto, debemos dar una respuesta común, porque tiene que ver también con la solidaridad de los aliados. Hubo un tiempo en el que Alemania era el país que sufría una amenaza más directa; Estados Unidos y Reino Unido estuvieron a su lado. Ahora son Estados Unidos y Reino Unido los más amenazados, y Alemania debe estar junto a ellos. Pero las demandas morales y políticas de la solidaridad de la alianza no deben impedirnos tener nuestras propias ideas, juzgar nuestros propios intereses nacionales y decidir cuál pensamos que debe ser nuestra estrategia, en vez de limitarnos a reaccionar a lo que el presidente estadounidense de turno nos pide que hagamos.
Por lo que respecta a Reino Unido, mi respuesta es ésta. Nadie puede querer partir de donde estamos, ni deberíamos tener que hacerlo. Sin embargo, dado que ya hemos derramado tanta sangre, tanto sudor y tantas lágrimas durante un periodo de ocho años, y dado que formamos parte de una alianza de democracias, está más o menos justificado que sigamos teniendo allí algunas tropas, durante unos cuantos años más, pero sólo con dos condiciones. La primera condición es que el refuerzo militar y civil de Obama se haga verdaderamente con el fin de "avanzar para retirarnos mejor". No nos hagamos ilusiones de que vamos a convertir Afganistán en un país completamente distinto. Si, durante los próximos 10 años, con una presencia de seguridad residual, podemos evitar que vuelva a convertirse en un refugio y semillero de terroristas, habremos conseguido evitar el fracaso completo (lo cual, en la jerga política, equivale a éxito).
La segunda condición es todavía más importante. Es que en Reino Unido desarrollemos una política integral, no militar y a largo plazo para ayudar a evitar que Pakistán caiga en el caos, la violencia y el triunfo del extremismo (en su blog dentro de la página web del Foreign Office, David Miliband aprueba la idea de un Plan Marshall para Pakistán). En este proceso, habrá que considerar que muchos ciudadanos británicos de origen paquistaní, que aún conservan una estrecha relación con su otra madre patria, pueden ser no sólo una amenaza para la seguridad (aunque, sin duda, una diminuta minoría radicalizada lo es), sino un factor de entendimiento y un posible elemento valioso. Después de elaborar esta estrategia, Reino Unido debería colaborar con sus socios europeos y con Estados Unidos y Canadá para refinarla y llevarla a la práctica, del mismo modo que Washington nos pide que llevemos a la práctica su estrategia para Afganistán. Porque el mayor peligro hoy no es Afganistán, sino Pakistán. Y ningún país está mejor situado que Reino Unido para elaborar una política que permita ayudarle.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos, ocupa la cátedra Isaiah Berlin en St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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