Insurrección del precariado y victoria del PP
Dos grandes explosiones políticas han tenido lugar en nuestro país entre el 15-M y el 22-M. ¿Estamos esquizofrénicos los españoles? Es hora de dar respuesta a esta pregunta y de reflexionar sobre los antagonismos existentes entre ciudadanos que han tenido comportamientos bien diferentes. Hemos de preguntarnos qué manifiestan el 15-M y el 22-M.
En el primero de los casos, estamos ante la insurrección del "precariado". Utilizo este término acuñado por Robert Castel para referirse al trabajador precario, al ciudadano que experimenta condiciones de vida cada vez más deterioradas. El proletariado de siglos pasados se reencarna de alguna forma en el precariado del siglo XXI. Está formado por parados, trabajadores con bajos salarios, jóvenes sin acceso a la vivienda, jubilados con bajas pensiones, inmigrantes explotados, graduados universitarios sin empleo o con trabajos mal pagados, parejas sin perspectiva de formar una familia, prejubilados, habitantes de barrios obreros desestructurados y de comarcas rurales deprimidas. Hasta ahora estos ciudadanos explotaban hacia dentro de sí, asumían su infortunio con rabia contenida o con la desesperación de la impotencia, aguantaban la situación con ayuda familiar dispuestos a sobrevivir en la selva del "sálvese quien pueda".
El PSOE, desde 1982, no solo se ha derechizado él mismo: ha derechizado a la sociedad española
Parte del voto al PP es de quienes creen que el original es mejor que la copia
Este precariado se ha ido extendiendo en diversas clases sociales. Padres de clase media ven que a sus hijos, que han recibido mejor formación que ellos, les aguarda un futuro peor. La sociedad se ha ido dividiendo en dos grandes bloques: los satisfechos e integrados, a quienes la crisis lo único que les ha provocado ha sido una disminución de su consumo, y los precarizados y expulsados de la sociedad del bienestar y de los trabajos dignos.
El 15-M ha significado la explosión hacia fuera de los humillados y ofendidos por la nueva exclusión social. Se han dado cuenta de que los partidos y los sindicatos representan ante todo a los ciudadanos satisfechos e integrados y a ellos solo les aguarda la abstención, el voto nulo de la rabia o el voto desencantado cada vez más sin sentido. Ante el aburguesamiento general de los que tienen voz y poder (políticos, sindicalistas, periodistas, profesores), han decidido ser portavoces de su situación y de sus demandas. Y han atacado al centro de nuestro sistema: el poder político y el poder ecónomico. Y demandan más democracia, más soberanía popular, más poder ciudadano. Déficit de democracia, obsolescencia de las organizaciones políticas y sindicales, repolitización y lucha de los ciudadanos que viven la precariedad: esto es lo que manifiesta el 15-M. Su radicalismo no nace de ideologías iz-quierdistas, sino, por afirmarlo con palabras de Mounier, del "realismo como extremismo".
La tibieza de las políticas sociales, económicas y sindicales de estos años se debe a que han estado realizadas por los representantes de los satisfechos de la izquierda y la derecha que estaban sordos y ciegos ante las condiciones de vida del precariado o, al menos, no se sentían presionados por él. Al contrario, han creído que favoreciendo la acumulación de plusvalía de los poderosos y desregulando cada vez más las condiciones de trabajo, a todos nos iría mejor, aumentaría el PIB y se crearía más empleo.
Lo que acabo de afirmar tiene una estrecha relación con lo sucedido en las elecciones del 22-M. Sin duda alguna, ha habido un voto de castigo al Gobierno y, especialmente, a su presidente. Sin embargo, el voto masivo al PP tiene también que ver con la asunción por un sector importante de la ciudadanía de que vale más el original que una mala copia si de lo que se trata es de crear empleo a cualquier precio. Si no hay más salida que hacer política objetivamente de derechas, pues que la hagan ellas, que lo harán mejor.
El PSOE, desde 1982, no solo se ha derechizado él mismo, sino que ha derechizado a la sociedad. Especialmente en los últimos ocho años ha confundido totalmente su papel y ha creído que progresismo es igual a socialismo. Con ello habrá podido contentar a la burguesía progresista, pero el precariado esperaba otra cosa. Un partido socialista no es lo mismo que una mezcla de Partido Radical Italiano pasado por agua y el ala de izquierda del Partido Demócrata de Estados Unidos. Es verdad que han pagado justos por pecadores, pero también los primeros han sido consentidores de la desorientación socialista que viene de muchos años atrás. En la génesis y desarrollo del precariado están las políticas económicas y las reformas laborales llevadas a cabo por el PSOE y avaladas en parte por los principales sindicatos.
Por otro lado, IU también ha fracasado, antes y ahora, en la articulación y representación política del precariado. IU no es vista ni como organización capaz de gobernar, ni como movimiento articulador de los trabajadores precarios. Nunca como ahora tenía condiciones objetivas para haber captado el voto de los descontentos con el PSOE y, sin embargo, quien ha canalizado el malestar de una parte significativa de este precariado ha sido el PP. Basta con analizar la distribución del voto en ciudades, pueblos y barrios de toda España en donde la cultura roja fue fuerte y los trabajadores tenían alta conciencia de clase. La falta de arraigo entre el precariado de estas zonas, más allá del trabajo asistencial que desde las instituciones se pudiera hacer para mejorar algo sus condiciones de vida, ha provocado una metamorfosis social, cultural y política muy grande. Crece el número de trabajadores que vota a la derecha y en las próximas elecciones autonómicas en Andalucía lo veremos con mayor claridad.
Con una parte del precariado votando al PP y con otra parte del mismo movilizándose por la democracia real y criticando a los partidos de derecha y de izquierda, ¿qué futuro político nos aguarda? A corto plazo, no parece que haya condiciones para detener el triunfo del PP en las generales. Pero lo importante es el medio plazo. Hay que cambiar la forma de hacer política, desvelar la concentración de la riqueza en España y redistribuirla, elaborar nuevas políticas en fiscalidad, vivienda, trabajo decente, democracia en la empresa, educación.
Y para estos cambios necesitamos que el movimiento del 15-M se fortalezca, genere contrapoder ciudadano, cree un nuevo antagonismo social basado en el conflicto no violento y la propuesta de alternativas, penetre entre el precariado que ha votado al PP para reorientar su comportamiento cultural y político. El Movimiento del 15-M necesita tiempo para crecer y a los partidos y sindicatos les urge aprender de lo que significa y demanda.
Rafael Díaz-Salazar es profesor de Sociología en la Universidad Complutense. Autor de Desigualdades internacionales, ¡justicia ya! (Icaria)
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