Esperpento italiano
LA SIMPLE enumeración encadenada de sucesos, y su ubicación en un marco de luchas políticas de singular ferocidad, situaría a la clase política italiana en el ojo de un huracán de inimaginables consecuencias. La experiencia indica, sin embargo, que, pese a todo, el país y sus gentes podrán sobrevivir sin mayores sobresaltos.La catarata de informes y documentos comienza por la acusación contra Ruggero Orfei, brazo derecho de Ciriaco de Mita -ex secretario general de la Democracia Cristiana (DC), partid;3 que durante 45 años ha estado siempre en el Gobierno-, acusado de ser espía del extinto régimen comunista de Checoslovaquia. A ello hay que añadir los viejos y nuevos manuscritos de Aldo Moro, líder democristiano secuestrado y asesinado por las Brigadas Rejas, y en los que se ataca directamente a los responsables del aparato democristiano. Las revelaciones sobre la existencia de una estructura desconocida y de turbios fines -"Gladio" era su nombre de guerra-, en los que el espionaje, el entrenamiento militar y la connivencia con la CIA la convierten en una especie de mafia militarizada, al margen de cualquier legalidad y con la, al parecer, única finalidad de evitar el triunfo electoral de la izquierda, ha dejado estupefacta a la opinión pública. Y, por último, la noticia de que el incombustible Andreottí -que, como su partido, nunca dejó el poder- entregó.a la comisión parlamentaria que investiga al terrorismo una parte del archivo secreto que Licio Gelli -dirigente de la logia masónica P-2- guardaba en su casa de Uruguay, permite deducir a los expertos que, una vez más, la clase política italiana puede devenir en un caos que no por conocido deja de ser insólito en la Europa comunitaria.
Esta enumeración de sucesos hay que situarla en un contexto político que pasa por una fase de cambio y, por tanto, de inestabilidad: el antiguo partido comunista vela sus armas a la espera de que el definitivo congreso de enero confirme el giro propuesto por su secretario general, Achille Occhetto; está previsto, también, un cambio de la Ley Electoral que podría desembocar en la Segunda República en medio de una amplia e intensa polémica nacional. Por otra parte, se aproxima el relevo del democristiano Francesco Cossiga en la jefatura del Estado y ya calientan motores quienes sueñan con sucederle en el Quirinal.
Si dejamos el plano de los nombres propios y nos adentramos en el de las fuerzas organizadas, políticas o no, nos encontramos con el fenómeno de las Ligas, en el norte del país. Movimientos semiespiontáheos, regionalistas y poco definidos ideológicamente, han sido calificadas incluso de "criminales", por más que su constitucionalidad esté garantizada. En los últimos comicios municipales sus resultados superaron a los de los socialistas, agravando el ya de por sí complicado mapa electoral. Pero si las Ligas son de reciente creación, la Mafia es ya parte importante en la tradición histórica de Italia. Lo nuevo, o al menos lo que más preocupa ahora, es la comprobación de su extensión hacia el norte. Ayuntamientos como el de Milán -ciudad-insignia de la industria y el diseño italianos- sufren una importante crisis por las presuntas connivencias entre algunos de sus administradores y la organización criminal.
Italia, como el resto de los países comunitarios, se apresta a encarar el mercado único de 1993 en las mejores condiciones posibles. Los empresarios señalan que una Administración dividida, ineficaz y repleta de escándalos no favorece en nada el posicionamiento italiano en el citado mercado europeo. Todo lo contrario. En definitiva, la sociedad civil italiana contiene numerosos rasgos positivos, está a la vanguardia de los cambios: funciona. Por el contrario, su organización política y administrativa deja mucho que desear. Cara y cruz de un país que sirve muchas veces de espejo, aunque sea convexo, para sus vecinos.
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