Havel, Vargas Llosa y los fundamentalismos
El renacido radicalismo neoconservador, al exacerbar los antagonismos en nuestras sociedades, empuja a los alineamientos beligerantes y a la regresión ideológica. Así lo atestiguan dos artículos que acaban de aparecer en nuestro diario. El primero, firmado por Václav Havel en nombre de la escuadrilla euroatlántica que le acompaña en sus últimas salidas -Michnik, Finkielkraut, Madeleine Albright etcétera-, arremete contra la Cuba de Fidel Castro, para la que no encuentra excusa ni salida posible. Es evidente que ningún demócrata puede aceptar las graves violaciones de los derechos humanos a los que se asiste cotidianamente en Cuba y que su condena ha de hacerse del modo más firme y rotundo. Pero ello no debe llevarnos a olvidar que Cuba es un país sitiado desde hace 40 años y que Fidel Castro ha sido objeto de numerosos atentados por parte de la CIA, lo que si no justifica en modo alguno las prácticas dictatoriales puede explicar su larga persistencia. En cualquier caso, para que el castrismo no sobreviva a su instaurador es necesario preparar su posible sustitución, lo que exige atenuar la condena, establecer un clima de diálogo y buscar intermediarios. ¿Por qué ese Comité para la Democracia en Cuba promovido por Havel no se propone, gracias a su ascendiente con la Administración norteamericana, acabar con el embargo, y por qué no se asocia con la Unión Europea y con los países occidentales, España entre ellos, que intentan facilitar una transición pacífica? Si la derecha civilizada española y las democracias social-liberales europeas, con Giscard d'Estaing a la cabeza, hubiesen negado el pan y la sal a la España de entonces, dado que el franquismo siguió fusilando hasta pocas semanas antes de la muerte de Franco, y hubiesen cerrado la puerta a cualquier diálogo, la transición no hubiera sido posible.
El segundo nos viene de la mano del multicelebrado Vargas Llosa, siempre a vueltas con la tentación fundamentalista, quien con el título de Una muchacha para los tigres nos propone la beatificación democrática de la Sra. Hirsi Alí por su defensa de los derechos de las mujeres musulmanas, a la par que condena a Holanda por "su pequeñez moral, su politiquería hipócrita, su deshonor y cobardía". La acritud calificativa de nuestro omnipresente autor ¿es consecuencia de su contaminación aznarista? Por otra parte, ¿se ha preguntado Vargas Llosa qué debe hacer un gobierno con una persona que para lograr sus fines incurre en tres ocasiones en falsedad en documento público? ¿En qué queda la democracia si se olvidan las exigencias del Estado de derecho? Además, habría que haber informado al lector de la ideología de la militante Hirsi Alí, situada en la extrema derecha del partido liberal holandés, y de que la fundación que le ha ofrecido refugio en EE UU, el Enterprise Institute, es uno de los núcleos más agresivos de los neocons norteamericanos, que se lo brindó también al director del periódico danés que publicó las caricaturas de Mahoma.
La causa de las mujeres musulmanas merece, obviamente, la solidaridad de todos los demócratas, pero no tiremos al niño con el agua del baño. Contra el fundamentalismo musulmán, desde luego, pero también contra todos los otros, incluido el neoconservador. Y para terminar, una pregunta: puesto que el autor escribe que toda identidad colectiva es racista, ¿lo es también la criolla, con la que, quiera o no, él tiene tanto que ver.
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