Gernika
Setenta años después del bombardeo de Gernika, el suceso sigue dando pie a divergencias políticas e históricas. De lo que nadie discrepa es de que se trató de un gesto brutal de la aviación nazi al servicio de las fuerzas rebeldes franquistas contra una población civil indefensa. No hay acuerdo sobre el número de víctimas, ni tampoco sobre cuál era el verdadero objetivo final de las bombas lanzadas por los pilotos de la Legión Cóndor. Mucho se ha escrito al respecto y no es éste el espacio idóneo para el análisis profundo. Ayer, la simbólica villa del árbol, sede del Parlamento vasco, fue escenario de un acto de denuncia contra todas las guerras y de recuerdo a las víctimas. Nada que discutirle al lehendakari Ibarretxe cuando, delante de un ramillete de representantes de ciudades bombardeadas como la de Hiroshima, sostenga que si un pueblo quiere la paz, debe prepararse para lograrla. Ahora bien, siempre que tal esfuerzo no conlleve el pago de precio alguno o la benevolencia hacia quienes con las pistolas pretenden hacer política en Euskadi en perjuicio de quienes no comparten el sentir nacionalista y de aquellas víctimas a las que el lehendakari ha pedido ahora perdón.
Sea por convicción, egocentrismo, victimismo, ceguera o simplemente torpeza, Juan José Ibarretxe es especialista en abrir heridas cuando se cierran otras. La última está ligada precisamente con la tragedia de Gernika. El jefe del Gobierno vasco cree que es ya el momento de que el Gobierno español pida perdón por el bombardeo como ya hace 10 años lo hizo Alemania. El gesto no se sostiene, porque la Guerra Civil no fue una lucha entre España y Euskadi, en contra de lo que muchos nacionalistas vascos se obstinan en proclamar.
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