España no es Alemania
Estamos lejos de la recuperación que se abre paso en las principales economías europeas
La economía española sigue diferenciándose negativamente de las de nuestro entorno. Aunque es probable que el paro todavía aumente, la salida de la recesión de Francia y Alemania, especialmente de esta última, que ha pasado de un registro negativo de -3,5% en el PIB del primer trimestre a uno positivo de +0,3% en el segundo, alimentan expectativas optimistas; pero el dato del PIB español conocido ayer (-1%, una décima peor que el calculado por el Banco de España, lo que supone una caída interanual del -4,1%), indica que las cosas van aquí mucho más despacio.
A la espera de que el INE aporte la semana que viene mayor detalle sobre la composición de esa tasa, es casi seguro que el factor fundamental es la atonía del consumo, derivado a su vez del crecimiento del paro, cuya tasa dobla prácticamente la media europea. Con un endeudamiento medio superior al del resto de Europa, las familias españolas contraen sus decisiones de gasto al tiempo que las empresas hacen lo propio con la inversión.
Dada la escasez relativa de empresas con producciones competitivas internacionalmente, las posibilidades de aprovechamiento de la incipiente demanda de algunas economías (como han hecho Francia y Alemania) son ciertamente escasas. El sector exterior español revela en circunstancias como las actuales su gran debilidad: la incapacidad para compensar con aumentos suficientes de las exportaciones de bienes y servicios el hundimiento del que fue el sector más dinámico de la economía española durante muchos años, la construcción residencial.
La rapidez con que la economía española ajusta el empleo al desplome de la demanda es una señal elocuente de que lo que se precisa no es tanto mayores facilidades para despedir a los que trabajan como incentivos para contratar a los que no lo hacen. Y, en todo caso, empleos en empresas más competitivas, productoras de bienes y servicios suficientemente diferenciados, más intensivos en valor, y con empresarios y gestores de calidad. Y, desde luego, instituciones públicas eficientes y medidas adecuadas por parte del Gobierno.
Éstos son los rasgos de cualquier economía moderna; como la alemana, cuyos sólidos fundamentos han hecho más eficaces las inyecciones de fondos públicos destinadas a compensar la falta de dinamismo inversor. Hace tres meses los malos datos de la economía alemana sirvieron para relativizar los nuestros. Pero la situación, política y económica, era muy diferente: aquí no hay una tradición de consenso integrador como la de Alemania, lo que resta eficacia a las políticas públicas, y hay más inclinación a hacer negocios rápidos que a crear empresas con futuro.
La anticipación de inversiones en capital tecnológico y el fomento de la regeneración empresarial son tan esenciales hoy como la mejora de la eficiencia de las administraciones. La tardanza en la adopción de decisiones en esa dirección abona el terreno para esa negativa diferenciación de nuestra economía. Esto no es Alemania.
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