Elogio de Savater
"El filósofo Fernando Savater, espiado por el supuesto jefe del comando Donosti": la lectura de esta noticia me ha sobrecogido -una vez más-, y me ha evocado la estirpe y la dignidad volteriana de nuestro filósofo donostiarra y su coraje civil, que todos podemos y debemos reconocer más allá de nuestros acuerdos o desacuerdos.
El ejemplo y las palabras de Voltaire -también en Euskal Herria- resuenan cargadas de razón a través de los siglos para advertirnos contra lo que él llamaba la "peste de las almas"; esa enfermedad moral en virtud de la cual quien la contrae pierde la noción de la realidad y no sólo eso sino que se siente tocado por la gracia del Destino -está tocado- y en virtud de esa gracia queda persuadido de que sus acciones quedan por encima de las leyes humanas, las leyes que se aprueban en los Parlamentos nada valen para el fanático, para él las "verdaderas leyes" son las "voces" que le hablan desde la sombra, la fatwa que se acuerda por comandantes sin rostro, la consigna que se impone por jerarquías encapuchadas. Así resulta que el fanático no comete asesinatos sino que realiza "intervenciones", no deja huérfanos y viudas: provoca efectos "contextuales", no extorsiona, no roba, no intimida, sino que recauda, no da palizas, no bravuconea, no amenaza, ni injuria: lucha. Su conducta no es criminal sino "combativa". No quema ni incendia bienes públicos: se enfrenta al Capital. No pretende imponer su voluntad minoritaria, pero terca, a sus conciudadanos, son sus conciudadanos los que por su propia ceguera no quieren escuchar al Pueblo que habla por su boca, a través de una minoría iluminada: a pesar de lo que diga la aritmética, porque el Pueblo (Volksgemeinschaft) no es la gente, concreta, de carne y hueso, sino una realidad virtual y abstracta intangible que sólo existe en la cabeza del fanático. Los que contradicen o critican a los imanes o profetas del Pueblo, no sólo contradicen o critican, no debaten o deliberan, sino que están "atacando" al Pueblo. La libertad de expresión es sólo para asentir a lo que dicen los fanáticos, la libertad para el fanático es sumisión, lo otro es libertinaje, desviacionismo, traición. Como dicen Horkheimer y Adorno refiriéndose al fanático: "El hecho de que otro tome la palabra le parece ya como una interrupción desvergonzada". Los Derechos Humanos son los derechos de "los nuestros", "los otros" no son humanos, son sólo perros. Los que no están con nosotros están contra nosotros.
Si los jueces condenan a los fanáticos entonces resulta que "reprimen", si las víctimas se rebelan, es que son "verdugos". El fanático puede propinar una paliza a alguien y luego es él el que se pone la venda: el matón es la víctima.
Los síntomas son graves.
Ya nos lo advirtió Voltaire: "Una vez que el fanatismo se ha apoderado de un cerebro, la enfermedad es casi incurable". Hay pues pocas esperanzas de recuperación. Cuando el fanatismo erradica los sentimientos normales de piedad y humanidad, del corazón de un hombre o de una mujer es difícil que ese corazón pueda volver a sentir de nuevo, le queda justo la capacidad para sentir afecto por sus propias crías, en eso no es peor que los tigres.
El fanático no puede vivir ya sin el delirio y la rabia de su fanatismo porque esos sentimientos han ocupado toda su capacidad de sentir, de modo que si se viera privado de ellos quedaría como privado de su víscera cordial, como "lobotomizado" de una parte esencial de su propia personalidad: sin estrategias vitales propias, sin proyectos personales, sin autoestima, ya que todo ha sido devorado por su pasión fanática.
Siendo todo este cuadro gravísimo, lo es más aún por otra circunstancia de la que nos advertía también el maestro de Cirey: "De ordinario son los bribones quienes manejan a los fanáticos y quienes ponen el puñal entre sus manos...". Parece lógico que siendo el fanatismo algo así como la encefalitis letárgica en lo que se refiere a los estragos que hace en las facultades de raciocinio de quienes lo padecen, no tengan éstos gran capacidad para manejarse, de modo que es fácil que los fanáticos sean "carne de cañón", manejados por otros, que no siendo fanáticos, se sirven de ellos, y no merecen sino el nombre de bribones.
¿Qué luces no envía Voltaire desde su cielo humanista?: extender el espíritu filosófico, es decir, lo que los fanáticos llaman la "funesta manía de pensar", acostumbrar a los hombres y mujeres a la conversación, y al debate al argumento y a la réplica, atenerse a razones y no a violencias, recomendar el viaje como forma de aumentar la tolerancia, aportar ejemplos de civilización y de humanidad de la antigüedad y de otros países, elogiar los placeres de la vida, ¡tan corta!, confiando en que la inteligencia y el placer dulcifiquen las costumbres de los seres humanos, y disuadan a los fanáticos. Más aún: no acobardarse, reivindicar el sentido heroico de la Democracia como hacen filósofos y ciudadanos como Fernando Savater usando de la razón y la palabra.
Javier Otaola es defensor del ciudadano del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.
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