¿Educación o estafa?
Como extranjera residente en España, una de las cosas que más me ha impresionado desde que llegué aquí es el nivel educativo de este país. Todos los esfuerzos del sistema escolar están concentrados en evitar la diferenciación de los alumnos torpes y vagos frente a los dotados y trabajadores, y para conseguir esto se reduce el nivel de exigencia académica hasta extremos irrisorios, algo que muchos profesores, convencidos o resignados, están dispuestos a hacer. La víctima de este sorprendente método es el buen estudiante, que de esa forma -al mezclarlo con el mediocre- no da de sí ni la mitad de lo que podría.
El problema es que no hay otra salida para los padres que no se pueden permitir el lujo de la enseñanza privada o concertada, pues la pública no alcanza los estándares de calidad mínimos. Esto es algo sin parangón en la Europa comunitaria y extracomunitaria, donde siempre ha existido la posibilidad de que el alumno de calidad pueda acceder a una enseñanza pública acorde con sus méritos, al disponerse de centros selectos donde el acceso se establece a partir de filtros que evalúan su capacidad y conocimiento, no si vive cerca o lejos del instituto. El igualitarismo malsano e injusto de la educación española olvida al estudiante aplicado, condenándolo a una enseñanza de baja calidad -si la alternativa privada está fuera de su alcance-, y eso es absolutamente reaccionario, sin contar con que esa uniformización a ras de suelo mina el desarrollo cultural de las nuevas generaciones, abocadas a un declive cualitativo que se retroalimenta, convenientemente maquillado, por unas calificaciones que o son infladas o son el reflejo de una rebaja de contenidos.
Frente al motor del mérito, la exaltación de lo grisáceo; frente al fomento de la excelencia, el cultivo del mínimo esfuerzo: he aquí el sistema español, todo en aras de la intocable ultraigualdad. La escuela es un instrumento de capacitación y promoción social, no una institución de beneficencia, algo que en España, con una ley educativa inspirada por aprendices de brujo del arbitrismo pseudopedagógico de laboratorio, todavía no se ha llegado a entender. Créanme: hay otra manera de hacer las cosas.
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