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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Cuba: los responsables del futuro

¿Qué piensan, con qué sueñan los jóvenes que viven en la isla? A tenor de sus expresiones, muchos no quieren que su país pierda su independencia pero lo desean más democrático y menos burocrático

Damas de Blanco, ministros destituidos, huelga de hambre de Guillermo Fariñas, el millón de trabajadores subempleados en el sector estatal... cada noticia que sobre Cuba circula en la prensa internacional, no importa el país o la tendencia, parece estar interrogando a un futuro que una y otra vez escapa a las predicciones. Sin embargo, a pesar de las miles de páginas escritas en los últimos años sobre la realidad política de la isla, ese porvenir se contrae o se expande, se oculta o asoma la cabeza para burlarse de sus perseguidores, de espaldas a cualquier vaticinio.

Tengo la certeza de que ello ocurre porque casi siempre se le busca donde no está, o porque se va formando allí donde apenas se le busca. La vida cotidiana del ciudadano de a pie poco tiene que ver con esos acontecimientos que, en otras latitudes, dibujan un rostro irreal de Cuba (y ese ciudadano común tampoco se relaciona mejor, salvo excepciones, con las informaciones que ocupan la escuálida prensa cubana).

Las presiones externas entorpecen los cambios tan deseados que deben realizarse en la isla
El Estado debe establecer un diálogo real, no paternalista, con la totalidad de los cubanos

Estoy convencido de que, en el complejo periodo de cambios por el que Cuba atraviesa, se confrontan y articulan muchas más fuerzas de las que suelen considerarse públicamente. Es casi obvio que esas fuerzas pueden concentrarse en dos grandes grupos: los que aspiran a reestablecer el capitalismo y los que preferiríamos reencaminar o reformar el sistema actual. Mucho más difícil es identificar las múltiples tendencias en que cada uno podría subdividirse, y la posición que, eventualmente, ocupan sus actores, dentro y fuera de Cuba. Pero aún más arduo es detectar la manera como se mueven, se transforman.

Tal vez dos de los grandes errores que se cometen al tratar de interpretar la realidad cubana (en verdad, cualquier realidad que se suponga viva) son el de pensar al Gobierno como un monolito que actúa sobre una masa de ciudadanos a los que no nos queda más opción que la obediencia, y el de creer que todo permanece tan inmutable como hacen pensar algunas de aquellas imágenes tergiversadas de las que hablé al inicio.

Aun suponiendo que toda persona con cierto rango de poder político prefiera la vía socialista, las maneras de pensar ese modelo oscilarían entre los que quieren sostener (conscientemente o por pura inercia) un Estado burocrático y centralizado y los que creemos que el socialismo sólo es sostenible si logra ser democrático. En otra zona del espectro, como lo hacen evidente algunas medidas del actual Gobierno, habría un pragmatismo economicista que tiene en su base la modernidad instrumental (versiones cubanizadas tanto de la antigua manera soviética, como del actual modo asiático).

Pero abajo, en la calle, ese ciudadano común que a fin de cuentas podemos ser todos, también piensa, actúa, tiene aspiraciones, necesidades, temores. Y se mueve de lugar, inevitablemente se transforma. Más que en decisiones gubernamentales que pueden acelerar, estimular, paralizar el curso de procesos que a veces parecen haber echado a andar, el futuro de Cuba está tomando forma ahora mismo en las expectativas de ese conjunto humano mucho más heterogéneo aún, más inasible de lo que suele reflejarse. Ese futuro se está constituyendo con los materiales que ofrece hoy mismo la realidad, y de acuerdo con los horizontes que son posibles distinguir desde el aquí y el ahora en que vivimos.

Obviamente, el futuro no nos va a complacer a todos, pero lo deseable sería que satisficiera a la mayoría. Es una verdad de perogrullo afirmar que unas fuerzas terminarán imponiéndose sobre otras, ya sea provisoriamente, y que incluso las ganadoras pudieran ser aquellas a las que les importa un comino que Cuba pierda las cotas de independencia alcanzadas con el precio de tantísimos sacrificios.

Si en algún grupo social ese futuro estaría tomando forma, tiene que ser, necesariamente, entre los jóvenes. A ellos les pertenecen como a nadie los años por venir, aunque no siempre tengan conciencia de tal necesidad. Y también se habla de ellos en un confuso plural que los alcanza a todos de igual forma, como si estuvieran ajenos a esa variedad de tendencias o expectativas que he tratado de describir someramente.

Es verdad que buena parte de los jóvenes cubanos, como los de casi todo el planeta, están ganados por el escepticismo, por el desinterés en las cuestiones políticas. Es cierto también que la principal aspiración de muchísimos de ellos es emigrar, abrirse caminos en otras latitudes, principalmente en países desarrollados, y que esa aspiración es reflejo de un desasimiento, de un dar la espaldas a los destinos de la nación cubana. Es verdad pero no es toda la verdad.

Por deformación profesional, suelo atender lo que escriben, lo que pintan, lo que filman los jóvenes, porque en esas obras, a veces por pura negación, incluso por ausencia, pueden estarse respondiendo las preguntas sobre el futuro que a tantos y de tan distintas maneras nos inquietan.

Me llama la atención, por ejemplo, la reiterada presencia de sujetos marginales en numerosos documentales realizados por jóvenes, y que pueden identificarse con los protagonistas de otras piezas teatrales, lienzos, instalaciones, performances.

Hay, en todas esas obras, la intención innegable de dar testimonio de un estado de cosas que tiene que ver con la crisis económica, con las estrategias de sobrevivencia y hasta con la imposibilidad, en algunos casos, de lograrlo con dignidad. Pero también, en esas miradas, incluso siendo diversas entre sí, hay una elección: la de quienes no desean una sociedad de exclusiones, de marginación, de intolerancia, o, lo que es lo mismo, dominada por desigualdades profundas.

El pasado 1 de mayo, entre la multitud que desfilaba por la Plaza de la Revolución, aparecieron carteles que nada tenían que ver con la propaganda oficial. "Socialismo es democracia" y "Abajo la burocracia", decían dos de esos carteles.

Los portaban los miembros de la Red Observatorio Crítico, conformada por jóvenes investigadores, críticos, profesores, artistas, promotores culturales, activistas comunitarios, comunicadores..., quienes reivindican alternativas culturales liberadoras frente a alienaciones capitalistas, autoritarias y coloniales, al tiempo que reconocen que para ellos es imprescindible el compromiso crítico en la defensa de la revolución cubana, proceso al que pretenden despojar de todo lastre conformista.

Al leer sobre los objetivos de esta agrupación, he recordado una anécdota: a inicios de la década de los noventa del pasado siglo, el entonces ministro de Cultura Armando Hart se reunió con un grupo de quienes eran jóvenes intelectuales cubanos. En un diálogo intenso, sus interlocutores reclamaron a Hart una renovación radical de la revolución. El viejo combatiente respondió: "Ya nosotros hicimos nuestra revolución; hagan ustedes la que les corresponde".

Para que ese futuro en construcción complazca a la mayoría de los cubanos, sería desde ya imprescindible ir avanzando hacia un consenso lo más inclusivo posible. Pero ello podrá realizarse, a mi juicio, si se cumplen algunas condiciones de base.

Entre ellas, mencionaré dos. Una es que desaparecen las presiones externas que, lejos de favorecer, entorpecen, paralizan las transformaciones tan deseadas que deben realizarse en la isla, no sólo porque representan acciones inaceptables de injerencia, sino, sobre todo, porque desconocen los verdaderos intereses de los cubanos.

La segunda: que el Estado cubano pueda establecer un diálogo real, no paternalista, en el que participe la totalidad de los cubanos y en el que los jóvenes puedan ejercer el protagonismo que ellos y nosotros necesitamos.

Arturo Arango es escritor y guionista cubano.

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