Crispación argentina
Los oscuros modos políticos de los Kirchner agravan su dilatado pulso con los agricultores
De los seis meses que Cristina Fernández lleva al frente de Argentina, los últimos tres están marcados por su conflicto con los agricultores, un choque que se mantiene vivo y que está socavando la credibilidad económica del país suramericano y decisivamente la imagen del Gobierno de los Kirchner. La popularidad de la presidenta ha caído 30 puntos desde febrero, hasta el 26% actual. Lo que comenzó siendo un enfrentamiento por un desmesurado aumento de impuestos a las exportaciones de granos ha derivado en la peor crisis política desde 2001. Está por verse si su única concesión hasta la fecha, que el Parlamento se pronuncie, tres meses después, sobre la oportunidad de la medida, sirve para apaciguar los ánimos.
La presidenta Fernández no sólo no practica el diálogo político que prometió en campaña electoral. Al amparo de la debilidad institucional argentina se enroca en posiciones altaneras y recurre a los más impresentables tics autoritarios del peronismo para contrarrestar el creciente malestar en la calle, ilustrado a comienzos de semana con una multitudinaria cacerolada popular. De este conocido repertorio del justicialismo, que ahora preside su marido, el ex jefe del Estado Néstor Kirchner, forman parte desde las recurrentes exhibiciones de fuerza en la plaza de Mayo hasta la burda manipulación que pretende que tras la sostenida y en ocasiones inadmisible protesta agropecuaria anida un golpe de Estado en ciernes. En una vitriólica y excepcional rueda de prensa, Kirchner se ha despachado contra periódicos, periodistas e instituciones económicas internacionales, un tótum revolútum culpable según él de favorecer la desestabilización argentina. Es el mensaje del miedo.
Más allá de las razones de un Gobierno representativo para adoptar medidas impopulares está su obligación de explicarlas convincentemente y facilitar su debate parlamentario. Fernández, sin embargo, parece estar más interesada en el enmascaramiento de la realidad, como lo muestra la consistente manipulación de los datos de inflación argentina, oficialmente en un solo dígito, pero en realidad por encima del 20%, según todas las estimaciones solventes. La deliberada ficción en que vive la tercera economía latinoamericana, consagrada en el nuevo índice de precios vigente desde este mes, constituye una muestra más del desprecio presidencial por los valores que dice defender.
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