Calderón da la cara
La doble visita de Felipe Calderón en una semana a Ciudad Juárez es un gesto de valentía política. El presidente de México se trasladó al corazón de una de las regiones más violentas del mundo, Chihuahua, cuando la indignación ciudadana se hallaba en sus cotas más altas contra el crimen organizado, pero también contra el Gobierno federal. Once días antes de la visita fueron abatidos 15 estudiantes y Calderón había reducido la matanza a un ajuste de cuentas entre pandillas. De ahí que los familiares de las víctimas le increparan cuando el mandatario aterrizó en Ciudad Juárez.
Pero más allá del gesto cabe preguntarse acerca de los resultados obtenidos por un presidente que inició su mandato declarando la guerra al crimen organizado y acometiendo reformas de calado que pasaron por la depuración de la policía y la militarización de los Estados más conflictivos, entre ellos Chihuahua. Superado el ecuador de su mandato, su estrategia no ha obtenido los logros esperados y Chihuahua es el peor exponente de ese relativo fracaso a nivel federal. En este Estado fronterizo se han disparado el número de homicidios (2.500 en 2009), secuestros y extorsiones. Los carteles imponen su ley y los ciudadanos denuncian que la corrupción, que ha descompuesto todos los estamentos mexicanos, se ha extendido al mismo Ejército que debe combatirla.
El presidente de México inició su mandato, a finales de 2006, con una espectacular operación contra el narcotráfico en Michoacán. Fue un primer impulso que apenas había tenido una clara continuidad hasta ahora. Se perciben ciertos cambios de planteamiento. Mientras aquella primera embestida oficial se centró en el despliegue militar y la detención de decenas de sicarios, ésta pone el acento en una ambiciosa batería de medidas políticas tendentes a la reconstrucción del devastado tejido social.
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