Brown vuelve al eclipse
La magnitud de la crisis pasa factura al líder británico y aleja un eventual adelanto electoral
Si Gordon Brown acarició de nuevo hace pocas semanas la tentación de adelantar las elecciones generales, es presumible que haya puesto siete candados a la idea. El primer ministro británico ya coqueteó desastrosamente con tal posibilidad en 2007, en tiempos mucho mejores. Su indecisión entonces, cuando el país daba por hecho comicios anticipados, le valió un formidable retroceso en la estima popular y abrió la veda en su propio partido sobre la conveniencia de poner al laborismo bajo un nuevo liderazgo.
Brown, durante ocho años jefe de las cuentas del Reino Unido, antes de llegar al ansiado 10 de Downing Street en sustitución de Tony Blair, vivió en otoño pasado su único momento de esplendor al frente del Reino Unido. Entonces se presentó ante el mundo -y ante el Parlamento de Westminster- como competente supermán capaz de salvar una economía que entraba en barrena. Sus conciudadanos le percibieron, con la aplicación internacional de sus recetas rescatadoras de bancos, como un dirigente en posesión de los resortes que harían más llevadera una crisis todavía manejable. El laborismo llegó casi a emparejarse con la oposición conservadora en expectativa de votos.
Pero en el Reino Unido está perfectamente engrasada la transmisión entre el poder político y la sociedad civil. Pasado aquel fugaz resplandor, Gordon Brown vuelve a estar casi fuera de combate, golpeado por la recesión, el rápido aumento del paro (que bordea los dos millones), el desplome de la libra a mínimos de 25 años y el horizonte económico más negro vaticinable en un país que todavía hace unos meses creía en el milagro. La credibilidad del primer ministro se ha ido evaporando a medida que la crisis muerde el tejido social del Reino Unido. Las encuestas sitúan de nuevo al laborismo entre 12 y 15 puntos por detrás de los conservadores en intención de voto.
Es poco probable que el dubitativo Brown crea que puede conjurar el desastre en una próxima campaña electoral. En el mejor de los casos, unas elecciones anticipadas a mediados de este año cogerían al primer ministro en el vórtice de la mayor contracción económica en 30 años, si no en el umbral de una depresión desconocida desde hace 70. Dejando la cita con las urnas para la primavera de 2010, cuando es ineludible, existe al menos una posibilidad de que lo peor de la recesión perfecta esté comenzando a pasar.
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