Brasil y la crisis de Honduras
Honduras va de mal en peor. Y Brasil ha decidido tomar la sartén por el mango y liderar la búsqueda de una solución. El presidente Lula ha indicado que Manuel Zelaya se podrá quedar en la residencia de la Embajada de Brasil en Tegucigalpa "el tiempo que sea necesario". Al ultimátum de 10 días dado por el Gobierno de facto para entregar a Zelaya o concederle asilo diplomático, ha respondido diciendo que Brasil no negocia con golpistas.
No han faltado los que han criticado a Brasil por esto. Mi buen amigo Jorge Castañeda, en una extensa entrevista en O Estado de Sao Paulo, ha llegado a decir que Brasil se estaría comportando como "un enano" más que como un "gigante diplomático" al asumir batallas menores por "un país poco decisivo". Ello tampoco se correspondería, dice, con las aspiraciones de Brasil a ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Al declarar que el golpe de Honduras no es tolerable, Lula asume el papel regional que se le pedía
En esto el ex canciller mexicano, normalmente tan certero en sus análisis, se equivoca.
¿En qué radica la importancia de Honduras? ¿Por qué el cuarto país más pobre de América Latina, con un ingreso per cápita de apenas 1.900 dólares, es hoy el asunto más urgente en la agenda interamericana? ¿A qué se debe el que, en el último medio siglo, ningún asunto ha tenido el rechazo en las Américas que ha tenido lo de Honduras? Cuando Cuba fue suspendida de la OEA, en 1962, fue en votación dividida; el segundo país en sufrir esa suerte, 47 años después, Honduras, lo fue en votación unánime. ¿Qué nos dice ello?
El caso de Honduras debe situarse en el marco del enorme esfuerzo por recuperar y consolidar la democracia en América Latina. Por primera vez, en todos los países del hemisferio occidental, salvo en Cuba, se ha establecido la democracia. Por lo débiles de sus raíces, esta frágil planta requiere especial cuidado. Por eso, han surgido numerosos mecanismos internacionales de monitorización democrática. En ninguna parte del mundo estos mecanismos se han institucionalizado tanto como en América Latina. La Carta Democrática Interamericana, aprobada en Lima el 11 de septiembre de 2001, fue la culminación de este proceso.
Desde entonces, ha habido otros casos en que jefes de Estado en la región han terminado sus mandatos en forma prematura y abrupta. Pero en ninguno de ellos se dio lo de Honduras, donde el presidente fue sacado de su casa a punta de pistola por militares, puesto en un avión y despachado al extranjero. Si esto no es un golpe militar, ¿qué lo es?
Si el sistema interamericano es incapaz de restaurar la democracia en Honduras, uno de los países más débiles de la región, no es capaz de hacerlo en ninguna parte. Y si se permite el éxito del golpe de Estado en Honduras, se habrá sentado un precedente muy grave.
Dadas las ecuaciones de poder en el hemisferio, lo lógico sería que el liderazgo para resolver la crisis lo asumiese Washington. Sin embargo, pese a su ostensible compromiso con el multilateralismo y con la causa de la democracia en América Latina, el Gobierno del presidente Obama ha indicado que, si bien rechaza el golpe y aplica sanciones, no está en condiciones políticas de asumir el liderazgo de la resolución de esta crisis.
Durante la última década, América Latina ha asumido un papel más significativo en las relaciones internacionales, diversificando sus mercados y sus lazos diplomáticos. Esto ha ido de la mano con una disminución palpable de la influencia de los Estados Unidos en la región. También ha aumentado la cooperación política intrarregional, con una multiplicidad de mecanismos, incluyendo las Cumbres Iberoamericanas. Este importante acervo y capital político está siendo puesto a prueba en Honduras. Si los presidentes latinoamericanos no pueden resolver esta crisis, ¿qué se puede esperar de ellos en materia de diplomacia colectiva?
Si no hoy, ¿cuándo? Si no en Honduras, ¿dónde?
Una crítica recurrente a la política exterior brasileña durante los Gobiernos del presidente Lula ha sido que ha prestado demasiada atención a los temas globales (la Ronda de Doha de la OMC, el grupo IBSA, la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU) y no suficiente a las realidades regionales. Ahora el argumento se revierte, y se plantea que al involucrarse en una cuestión regional como Honduras, Brasil estaría perjudicando sus aspiraciones más amplias. Esto no tiene sentido. Una potencia regional con aspiraciones globales que es incapaz de resolver crisis en su propio entorno no es tomada en serio en el resto del mundo.
Al asumir la crisis de Honduras como una prioridad, Brasil no hace sino expresar el consenso latinoamericano (e iberoamericano) en la materia. La noción de que esto perjudicaría a Brasil y su papel global no tiene fundamento. Si Brasilia logra con esto resolver el intríngulis de Honduras y con ello quitarle un problema de encima a Estados Unidos, Washington le estaría eternamente agradecida. Con ello, Brasilia habría comenzado a asumir el tipo de liderazgo regional que hemos estado esperando hace tiempo.
Jorge Heine, abogado, diplomático y ex ministro de Estado chileno, es catedrático de Gobernanza Global en la Escuela Balsillie de Asuntos Internacionales en Waterloo, Ontario.
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