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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bombas en Damasco

El terror a gran escala irrumpe en la capital siria coincidiendo con la avanzadilla de la Liga Árabe

La espiral de violencia en Siria, tras nueve meses de revuelta y feroz represión gubernamental, ha franqueado un nuevo mojón con el doble atentado de ayer en Damasco contra centros de seguridad del régimen, en el que han muerto decenas de personas. La hipervigilada capital siria, junto con Alepo, en el norte, era la única gran ciudad del país que se había visto relativamente libre de la escalada sangrienta y la progresiva militarización de un conflicto inicialmente pacífico que se ha cobrado ya en torno a 5.000 vidas.

No es casual que los atentados de Damasco, atribuidos instantáneamente por el Gobierno a Al Qaeda, coincidan con la llegada de la avanzadilla de la Liga Árabe que debe preparar el despliegue en el país de una misión de observadores, de acuerdo con el compromiso adquirido esta semana por Bachar el Asad. El presidente sirio, progresivamente acorralado también en el escenario internacional, ya frustró a comienzos del mes pasado esa misión, que establece la libre circulación de observadores y periodistas árabes y que es preámbulo de un plan de paz que prevé el acuartelamiento del Ejército, la liberación de miles de presos políticos y el comienzo de un diálogo con una oposición todavía débil y fragmentaria.

A la luz de los acontecimientos recientes -las matanzas gubernamentales de esta semana en Idlib, junto a la frontera turca, los brutales atentados de ayer en la capital- resulta tan improbable que la Liga Árabe pueda cumplir libremente sus objetivos de fiscalización como que el déspota El Asad haga bueno su compromiso con un plan cuya aplicación real acarrearía inevitablemente el final de su régimen sanguinario. Para Damasco, la cooperación aparente con la Liga es ya la única manera de ganar tiempo.

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La masa crítica de odio y violencia acumulados hace inverosímil la reforma de una dictadura hereditaria como la siria. La apertura del régimen, totalitario e impenetrable, llevaría más temprano que tarde a la desaparición del déspota y su círculo de poder. Si algo han demostrado los nueve meses de revuelta popular en Siria, más allá de cualquier duda, es que Damasco tiene en la represión armada su única herramienta para mantener el control sobre zonas cada vez más amplias del país. El Asad, a estas alturas, pisa las mismas arenas movedizas que otros tiranos árabes felizmente destronados.

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