Aislamiento israelí
El asalto a su Embajada en El Cairo tensa la relación con uno de sus pocos amigos de la zona
La primavera árabe está resultando extremadamente complicada para Israel, cuya política exterior -asidua practicante del demasiado poco, demasiado tarde- sufre un creciente aislamiento en la zona, del que solo puede rescatarle en parte su relación privilegiada con Estados Unidos.
Desde la caída del presidente Hosni Mubarak en Egipto en febrero pasado, El Cairo ha experimentado un caótico pero perceptible enfriamiento en sus relaciones con el Gobierno israelí, con quien firmó solemnemente la paz en marzo de 1979. Primero fue la autorización a navíos iraníes para que cruzaran el canal de Suez, cosa que no había ocurrido desde la guerra de 1967, en la que Israel llegó incluso a parapetarse en la vía de agua; casi al mismo tiempo, El Cairo aliviaba el bloqueo de la Franja de Gaza, que Israel mantiene contra viento y marea. Y los acontecimientos se precipitaron el 18 de agosto cuando fuerzas israelíes dieron muerte a cinco policías egipcios en una operación de represalia contra terroristas palestinos. Una multitud se congregó unos días más tarde ante la Embajada israelí en la capital egipcia, en la que un grupo de exaltados logró penetrar, y casi milagrosamente salvaron la vida los últimos seis residentes de la legación, cuando ya habían sido evacuados in extremis a Israel el embajador y su familia.
El Gobierno militar egipcio ha jurado que castigará a los culpables y asegura que el tratado de paz es sacrosanto, pero nada en el futuro está plenamente garantizado. La semana pasada, Abu Musa, uno de los más serios candidatos a la presidencia del país, pidió la revisión del tratado en lo concerniente a la limitación de la presencia de tropas egipcias en el Sinaí, aunque dejando muy claro que solo se trataba de una cuestión aneja.
Pero el problema con Egipto solo es uno entre varios. Israel ha evitado disculparse ante Ankara por el abordaje en aguas internacionales de un navío que llevaba suministros humanitarios a Gaza, en el que un comando israelí dio muerte a nueve pasajeros. Y el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, que hoy se halla en El Cairo para apoyar el proceso democrático en el norte de África, ha congelado, como consecuencia, las relaciones políticas, militares y económicas con Israel. Finalmente, la Autoridad Palestina pedirá este mes a la ONU que reconozca la existencia, cuando menos como observador sin voto, de un Estado palestino independiente.
Israel reacciona encastillándose en su soledad de nación incomprendida, cuando sería mucho más prudente que se sumara a ese reconocimiento, aunque con todas las salvedades justas y necesarias. Con ello no estaría haciendo ninguna clase de concesiones a priori en unas negociaciones siempre de igual a igual. El apoyo de Estados Unidos le permite, sin embargo, el actual empecinamiento, pero protector y protegido se equivocan obrando con una obstinación que no conduce a ninguna parte.
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