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Afganistán y los narco-talibanes

La guerra de Irak pasará a la historia como el conflicto que puso de rodillas a la presidencia de Bush, mientras que el de Afganistán podría resultar ser la cáscara de plátano de Obama. Pero el enemigo del nuevo presidente de Estados Unidos se asemeja cada vez menos al del anterior; durante el año último las dinámicas del conflicto afgano han adquirido aspectos preocupantes, distintos de los iraquíes.

Un informe presentado a principios de septiembre al Congreso norteamericano advierte de que Afganistán podría convertirse en un narco-Estado. La dirección de esa metamorfosis está a cargo del poderosísimo cártel del opio, compuesto por antiguos señores de la guerra y por grupos criminales nacidos al día siguiente de la invasión del país hace ya ocho años. El modelo, por lo tanto, podría ser el colombiano, donde la actividad terrorista se ha convertido en instrumental para el negocio de la droga. Ello explica por qué Al Qaeda ha perdido su importancia y, según afirman los norteamericanos, está ya escasa de dinero.

Aplicar el modelo de Irak no dará resultados. Es mejor mirar a la experiencia colombiana

Naciones Unidas teme que los réditos del narcotráfico se hayan hecho ya más importantes que la ideología y ello explicaría la desbordante corrupción presente en el país. Como sucedió en Colombia en los años 80, el cártel del opio compra a los políticos y de este modo consolida el control sobre el territorio nacional. A diferencia de las FARC, integradas plenamente en el narcotráfico hasta el punto de convertirse en su milicia armada, los talibanes mantienen su independencia, aun siendo instrumentos útiles para la consolidación de los feudos del opio. Paradójicamente, la guerra favorece la narcotización de Afganistán, puesto que impide al Gobierno legítimo instaurar su autoridad, crea las condiciones ideales para englobar en el narcotráfico a gran parte de la economía y facilita el contrabando hacia Occidente.

Los narco-talibanes son, por lo tanto, el fruto de una extravagante alianza entre terror y droga que tiene a su disposición recursos suficientes para prolongar esta guerra más allá de los límites aceptables para los occidentales. Nos lo dicen las imágenes de las desconsoladas lágrimas de la Italia en luto por los seis caídos en Kabul, las más sobrias de los telediarios británicos que se interrogan sobre por qué los soldados de Su Majestad siguen muriendo y las de los generales norteamericanos que presionan a favor de una potenciación militar estadounidense. El verdadero peligro: que nos derroten por agotamiento.

Para comprender lo que pasa en Afganistán, así como para interpretar los documentos secretos de las cúpulas militares de las fuerzas de coalición, es preciso utilizar la lente de aumento del tráfico de drogas. Y a través de este telescopio se da uno cuenta de que el enemigo es hoy más fuerte que nunca y que su fuerza proviene de una serie de factores económicos. Para hacer frente a la coalición militar más potente del mundo es verdad que se necesitan hombres dispuestos a morir, pero también dinero para adoctrinarles, armarles, adiestrarles y protegerles.

El centro de la economía de guerra del enemigo lo ocupa el opio, del que Afganistán produce el 90% del mundo. Este año la producción ha caído un 10% y los cultivos se han reducido un 22%. Un pequeño porcentaje de agricultores ha aceptado producir trigo en lugar de opio, estimulados por la reducción de las diferencias de los precios. Gracias al aumento de las cotizaciones del trigo, la relación es ahora de 1 a 3, es decir, que una hectárea destinada al cultivo de opio vale tres veces su equivalente con cultivo de trigo, mientras que antes era de 1 a 10. A la vista de ello hay quien sostiene que estas modestas mejoras son atribuibles a las políticas de erradicación que persigue el Gobierno con el apoyo de las fuerzas de coalición. Se propende a pensar que se trata de una victoria, pero no es así.

La contracción es debida a una caída de la demanda mundial ligada a la competencia de los narcos colombianos. En Occidente, la cocaína a buen precio ha desplazado a la heroína. En cuestión de ganancias, aunque es probable que los señores de la droga afganos se encuentren con beneficios ligeramente inferiores a los de 2008, la contracción de la producción es superior a la de la demanda y por lo tanto se producirá un aumento del precio al por menor de la heroína.

Los norteamericanos sostienen además que los narco-talibanes y sus socios han acumulado 10.000 toneladas de opio ilegal, suficientes para satisfacer la demanda mundial durante dos años. Están sentados, en definitiva, sobre una bomba de relojería que podría proporcionarles cantidades ingentes de dinero además de desplazar a los narcos de la coca del mercado global.

Como en el modelo colombiano, en torno a la producción y al tráfico de la droga se desarrolla una economía de guerra que obliga a la población atrapada en su interior a formar parte de ella. La experiencia colombiana nos enseña que el masivo despliegue de tropas no funciona si antes no se exfolia el núcleo central. Para hacerlo se necesita atacar su savia vital, el tráfico de droga, lo que quiere decir que el problema de Afganistán no es local sino internacional. Aplicar a estas guerras las modalidades de la de Irak no nos aportará los resultados esperados, es mejor mirar a la experiencia colombiana. Y el tiempo aprieta, los occidentales están cansados de enterrar cadáveres.

Loretta Napoleoni es economista italiana. Traducción de Juan Ramón Azaola.

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