Las caras del sida
Ensayo. ¿Por qué han fracasado, hasta ahora, prácticamente todos los intentos para frenar la propagación del sida en África? ¿Qué es lo que de verdad está pasando en el continente donde vive un 70% de los 40 millones de personas que tienen el VIH (el virus que causa el síndrome)? Son dos preguntas que se hace todo el que se acerca a los estragos de esta epidemia, sobre todo cuando se comparan los resultados con los obtenidos en otros países, como Brasil, que a principios de los noventa tenía la misma tasa de adultos infectados que Suráfrica, y que 15 años después ofrece datos esperanzadores, y no el drama que arrasa el continente africano.
Nolen, periodista canadiense, ofrece una explicación rica y amena. Veintiocho personajes -uno por cada millón de infectados- sirven para ofrecer 28 caras de un prisma complejo. Cada capítulo está dedicado a un personaje, pero, a modo de los buenos reportajes anglosajones, las historias personales sirven para contar una de las facetas de la infección por el VIH: desde la negación de los gobiernos africanos al valor de los primeros activistas, pasando por las situaciones de guerra, el papel de las migraciones, los camioneros, las prostitutas, las redes familiares de apoyo, las abuelas y los huérfanos. Desde Uganda a Suráfrica pasando por decisiones como los ajustes impuestos por el Banco Mundial y el impacto del apartheid, los precios de los medicamentos y las políticas de las farmacéuticas (aproximadamente la mitad de las personas que salen en el libro afirman que no pueden pagar el tratamiento) o el papel de las iglesias occidentales o las creencias locales.
28 historias de sida en África
Stephanie Nolen
Traducción de Mariano Vázquez Alonso
Kailas. Madrid, 2008
565 páginas. 23 euros
El remedio invisible
Helen Epstein
Traducción de Francisco Beltrán
Alba. Barcelona, 2008
436 páginas. 28 euros
En el texto se mezclan heroicas personas anónimas con presidentes de Gobierno. Entre las primeras, destaca la arrolladora historia de Mpho Segomela. Son sólo tres páginas donde se cuenta la milagrosa supervivencia durante 12 años de la niña infectada al nacer. En el breve relato (la mayoría de las historias pueden leerse como un cuento enriquecido) se expone toda la crudeza de la infección. Hasta el momento de su entierro, cuando la pobreza de su abuela obliga a poner el pequeño féretro encima del de la madre de la niña, en el mismo foso. Pero el libro no se ceba en las historias más tristes, aunque las cuente. También busca los éxitos, como el de la primera Miss Libre del Estigma de Botsuana, Cynthia Leshomo, quien ha sabido poner su belleza, su entrega y, sobre todo, su coraje y su inteligencia al servicio de la lucha contra la discriminación de las personas con VIH.
Entre los personajes conocidos figuran Nelson Mandela y su esposa Graça Machel. Mandela, primer presidente realmente democrático de Suráfrica, no sale demasiado bien parado. Su Gobierno -y los de sus sucesores- han mantenido una férrea oposición a afrontar el sida que sólo se ha superado en los últimos años, a golpe de sentencias del Tribunal Supremo del país. Quizá la evolución de Mandela, desde la inactividad al activismo, cuando tuvo que reconocer que su hijo había muerto por el sida, sea la mejor explicación de lo que ha sucedido en África en los últimos 25 años.
Pero junto a Mandela salen otros nombres de personas que son un hito en la lucha contra el sida en África. Está Zackie Achmat, el activista que puso al Gobierno de Suráfrica contra las cuerdas. O Pontiano Kaleebu, el científico ugandés que lleva 15 años esperando que a sus manos llegue una vacuna realmente prometedora. Una espera que comparte con Elizabeth Ngugi, profesora de la Universidad de Medicina de Nairobi, quien ha tejido una red de colaboradoras entre las prostitutas de los suburbios de la capital keniana que ha servido para descubrir que hay un grupo de personas que, pese a tener relaciones sin protección, no se infectan con el VIH, lo que ha llevado al desarrollo de algunos fármacos.
Después de leer el libro de Nolen -ameno y con una introducción que es un resumen perfecto de todo lo que ha pasado y lo que se sabe del sida hoy día-, el de Epstein es un tratado más duro, seco, pero lleno de interés. Su explicación de las relaciones de pareja en paralelo y su papel en la propagación del virus, o el impacto de las nacionalizaciones de Zimbabue y la pobreza que ocasionó son una teoría más arriesgada (a veces puede parecer que roza la complaciente mirada de una blanca hablando de negros), pero no menos comprometida. En su texto sólo hay que lamentar un error de traducción: Manto Tshabalala es ministra -que no ministro- de Sanidad de Suráfrica, y probablemente sea la autoridad mundial que menos ha hecho por frenar el virus en su país. Y en ambos libros se repite incesantemente el concepto "contagio" como sinónimo de la "transmisión" del VIH. Un matiz que las ONG occidentales consideran clave para luchar contra el estigma y el miedo que todavía tienen muchas personas a convivir con seropositivos. El contagio puede ser accidental y no requiere un contacto físico ni está asociado a unas prácticas de riesgo (es lo que sucede con la gripe). En cambio, la transmisión implica contacto o unas conductas determinadas. Es, por lo tanto, más fácil de evitar. -
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