Una situación catastrófica
Un voluntario pide soluciones urgentes para combatir la marginación en la Cañada Real y el Gallinero
Señor alcalde:
La situación de la Cañada y Gallinero es catastrófica, y sus habitantes son supervivientes. Así los llamaría yo. Supervivientes heroicos de varias catástrofes que se han sucedido, encadenadas o causadas por la desidia delictiva de las distintas administraciones: municipal (Madrid-Vallecas), autonómica (Comunidad) y central (Gobierno de España). Muchas veces nos preguntamos qué monumento construir a los héroes que resisten y qué hacer con tanta autoridad delincuente que anda suelta fuera de la Cañada.
Primero fueron las lluvias torrenciales de la permisividad. Los más fuertes cogieron más terreno y se hicieron las mejores casas en suelo público. Después fue la peste de la incineradora, con sus humos venenosos y la reata continua de los camiones de la basura. Siguió el terremoto de la explotación de los emigrantes a los que, previo pago, se les alojaba en autocares, furgonetas, cuartos inmundos carentes de luz, agua y servicios higiénicos.
Y llegó el tsunami con la gigantesca ola de las mafias de la droga, de los que compran las casas que se ceden u obligan a ceder a golpe de billetes de 500 euros. Y se asentaron, y se hicieron dueños de casi todo. Tras ellos llegaron en tromba las olas de los traficantes de poca monta, las cundas de consumidores y los drogadictos que se quedaron ya varados en la orilla de una playa inmunda.
Por si fuera poco, el ciclón del chabolismo más indigno arrasó con todos los derechos humanos en El Gallinero. Allí se refugió un colectivo de gitanos rumanos rechazados por su país y expulsados de la vieja Europa. Allí viven secuestrados mujeres y niños por unas costumbres bárbaras, machistas y anuladoras de futuro.
¿Qué hacer ante un superviviente? En primer lugar, auxilio inmediato. Estará agotado intentando sobrevivir; después, el rescate de sus pertenencias más queridas; luego, un plan de reconstrucción, y por fin, el apoyo continuo mientras dura la realización de ese plan que restaure lo perdido y cristalice un proyecto de futuro.
La Cañada existe. Sus habitantes existimos, somos vecinos de Madrid y tenemos los mismos derechos. Deje, señor alcalde, de cerrar los ojos para hacernos invisibles y que nos retraten como el pozo de la marginalidad y la delincuencia. Porque nunca han querido llevar la ley a la Cañada se están imponiendo los más fuertes, los clanes de la droga. Las personas de ley, las de toda su vida en la Cañada, viven amenazadas, amedrentadas, casi sin poder salir de casa. Los otros, los que antaño vivían, vendieron, perdón, cedieron su propiedad a golpe de dinero de Las Barranquillas.
En la Cañada siguen viviendo familias, y con muchos niños. Unas porque han vivido allí siempre, otras porque es el único lugar en el que pueden vivir bajo un techo, y otras porque tienen allí su negocio de muerte. Por allí se pasean, entre el barro y la basura. La Cañada debe ser un barrio como otro, incluso más bonito que otro. Pero años de dejadez, de no querer mirar, actuar, reconocer nuevas realidades y asumir responsabilidades, hacen algunos tramos inhabitables
Al cerrar Las Barranquillas, se hizo invisible esa población de vendedores y consumidores de droga (40.000 personas más o menos) existente. Y ya no podemos más. No podemos convivir con las mafias, los traficantes, los que vienen a consumir, los consumidores ya consumidos que deambulan cadavéricamente o que se quedan allí para morir.
No entro en el problema de un espacio público ocupado; una ley, al parecer inminente, se ocupará de ello. En algunos casos, la solución pasará por un desalojo pactado y avisado, y en otros, por la concesión a determinados años.
En la Cañada viven más de 40.000 personas que necesitan urgentemente lo indispensable para vivir en una ciudad: urbanización (calzadas transitables, aceras, alumbrado...), transporte público, recogida de basuras, servicios de agua, luz y alcantarillado, zonas comunes de juego y deporte y escolarización de todos los niños.
Francisco José Pascual es voluntario de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, en la Cañada Real.
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