La ciudad desde la taquilla
En la exposición 'Bello público' de PHotoEspaña la micropoetisa Ajo retrata desde la taquilla del teatro Alfil el paisaje humano de Madrid en el cambio de siglo
Ha convertido una taquilla en una ventanilla indiscreta. Con cada clic iba construyendo, casi sin querer, el retrato de una época, el suyo, el paisaje humano de una ciudad, Madrid. Más de mil disparos desde el despacho de billetes del teatro Alfil y tan retratada ha quedado ella como todo su público: escritores, actores, cantantes, vividores, bebedores... Desde Haro Tecglen hasta Elena Anaya, desde la frutera del barrio hasta Rappel. Ajo (Saldaña, Palencia, 1965), artista polifacética convertida en micropoetisa, ha conseguido que 1.200 sea igual a uno, ha logrado que esos centenares de rostros configuren el suyo, su autorretrato.
Desde ayer, esas fotografías, bajo el nombre de Bello público, cuelgan de las paredes del café teatro de Matadero, en una exposición comisariada por Tania Pardo, dentro de esta XIV edición de PHotoEspaña, dedicada precisamente al retrato. Y componen un libro homónimo editado por La Fábrica.
"El ritual diario era como hacer un blog analógico hace 15 años", dice Ajo
Cinco años de taquillera, de 1998 a 2003, "de martes a domingo y de 19.00 a 23.00". Cinco años respondiendo a preguntas del tipo: "¿Son numeradas?"; "¿la calle tal?"; "¿algún aparcamiento por aquí?"; "¿me podría decir la hora?"... "Tuve que buscarme un trabajo paralelo", cuenta Ajo. Y la excusa se la dio uno de sus compañeros de vida (también retratado), Javier Colis, cuando le regaló aquella cámara por su cumpleaños, el 6 de octubre de 1998.
Comenzó a reproducir un ritual: cámara al bolso, sentarse en la taquilla y esperar el momento para disparar. Cada semana, revelar el carrete. Y, después, colocar las fotos en el álbum y ponerles los nombres. "Era como un blog analógico", dice.
Casi 10 años más tarde, todo ese compendio de instantáneas ve la luz. Y allí está la Petri, la dueña de la casa en la que vivió Ajo a su llegada a Madrid, en 1982. Allí ubicó su primera ventana indiscreta: "La vida te pone en sitios y uno lo que tiene que hacer es estar atento", dice. "La casa de la Petri daba al piso en el que vivían los fotógrafos Alberto García Álix y Luis Baylón y yo veía a esos rockers, esas chicas guapísimas, esas fiestas, y escuchaba esa música... Me recuerdo a mí misma pensando: yo quiero ese rollo". Así fue como Ajo cambió la ventanilla de un banco por la de un teatro, dejó las oposiciones a directora de sucursal por las de enredadora social profesional, guiada por uno de sus muchos lemas: "Hago cosas, voy a sitios, veo gente".
Fue justo el hijo de la Petri, Carlos Sánchez, el que le consiguió el trabajo en la taquilla del Alfil, y otros relacionados con el mundo de la farándula madrileña: "Desde pegar carteles hasta limpiar tablaos flamencos, he hecho de todo", cuenta.
En ese caldo de cultivo montó su primer grupo: Espérame Fuera, No Tengo Fuego. "Éramos todas chicas jugando a ser nosotras mismas". Y después vino otro con Javier Colis: Mil Dolores Pequeños; y una compañía discográfica centrada en la música experimental: Por Caridad Producciones... "Nos arruinamos dos veces seguidas... económicamente", matiza. Y añade: "En realidad, estar equivocado es lo mejor que te puede pasar si te das cuenta... Corrígeme si acierto".
El retrato de Ajo está hecho por lo que ella llama "las amistades", gentes que pasaron, algunas que se pararon, otras que se quedaron y otras que se fueron, muchas veces demasiado pronto.
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