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Columna
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Todos al suelo

La noche del 24 de diciembre se hizo la luz en las cuatro torres de la Castellana, cuatro menhires erigidos a mayor gloria de la especulación inmobiliaria y monumento póstumo al Señor de los Ladrillos, supremo urbanizador de la Tierra Media (la que media entre dos terrenos previamente edificados), gran Mammón (deidad aramea de los bienes materiales), insaciable Moloch (dios de los fenicios, adicto a los sacrificios humanos). Cuatro torres entre paréntesis y en entredicho, torres de Babel milagrosamente culminadas cuando sus constructores empezaban a no entenderse y se mezclaban sus lenguas y sus cifras, soberbios pináculos que se elevaron sobre suelo común, patrimonio de todos los madrileños, suelo expoliado. La tierra para el que se la trabaja con herramientas financieras, con exenciones, subvenciones y recalificaciones.

Esperanza Aguirre nos quita el suelo que pisamos, nos agiliza y nos flexibiliza

Las torres inclinadas de la plaza de Castilla fueron nuestras horcas caudinas bajo las que pasamos todos con la cerviz humillada, torres de KIO que nacieron de la estafa y fueron prontamente barridas del skyline de Madrid por la prepotencia de las cuatro torres: Espacio, Sacyr Vallehermoso, Torre de Cristal y Torre Caja Madrid. Durante tres horas y media brillaron las cuatro luminarias, como cuatro cirios votivos de las Pascuas más infelices de las últimas décadas. No brillaron más por criterios medioambientales y de economía de costes pero sus luces alumbraron las nuevas tarifas eléctricas que llegarán con el Año Nuevo de nuestras desdichas.

A la deslumbrante ignición de las torres de la frontera norte se contraponía el persistente apagón de los primigenios rascacielos de la plaza de España, símbolos que fueron del desarrollismo franquista. El edificio España con reminiscencias imperiales y la esbelta Torre de Madrid cubren hoy de sombras la amplia explanada, huyen don Quijote y Sancho hacia la Casa de Campo para escapar del mercadillo instalado en sus dominios, la celebrada Gran Vía desemboca en este agujero negro que absorbe y diluye su energía. De Madrid al cielo, de Madrid el suelo, tierra de nadie con la que todos especulan. ¡Todos al suelo!, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha levantado la veda y ha suprimido el "impuesto revolucionario", así llamó la consejera del ramo a la cesión del 20% que las inmobiliarias y promotoras que construyen en Madrid hacían a la Comunidad para hospitales, carreteras, parques o viviendas públicas. Puro chantaje según las autoridades comunitarias, injusto peaje que obstaculizaba la libertad de los constructores, una ofensa grave a los principios fundamentales del post-neoliberalismo que pregona y predica con sus actos y sus pactos la presidenta Aguirre, cuyo lema habría pasado del clásico "Dejar hacer, dejar pasar" al "Pasemos de todo y que hagan lo que les dé la gana". En un artículo publicado el pasado domingo en estas páginas, el arquitecto Eduardo Mangada calificaba las recientes modificaciones de la Ley del Suelo de la Comunidad de Madrid como perversas y retrógradas. Bajo el expresivo título de Incultos y sin vergüenza, Mangada denunciaba la ley de acompañamiento de los Presupuestos comunitarios, subterfugio y artimaña que el Gobierno regional ha utilizado para colar de matute, con auto-enmiendas y disposiciones transitorias nuevas y escandalosas restricciones de los intereses públicos para mayor provecho de los intereses privados. Incultos y sin vergüenzas, nuestros gobernantes han decidido "flexibilizar el procedimiento para la modificación de los usos asignados" a los suelos cedidos por las inmobiliarias y promotoras, que ya no tendrán que ser destinados obligatoriamente a servicios y equipamientos públicos. Como avisa Mangada: "Cuando la derecha utiliza los mantra, 'agilizar' y 'flexibilizar' para conquistar una mayor 'eficiencia' está anunciando un serio y prolongado programa de privatizaciones".

Esperanza Aguirre nos quita el suelo que pisamos, nos agiliza y nos flexibiliza, utilizando su mayoría absoluta para aplastar nuestros derechos y libertades que terminan donde empiezan los suyos y los de los suyos, por donde pisan sus caballos no volverá a crecer la hierba pública, los prados comunales en los que hoy pacen sus vacas sagradas. Una vez agilizado y flexibilizado, cautivo y desarmado, desmantelado y privatizado el patrimonio común, Esperanza Aguirre podrá dimitir en paz y dejar a sus sucesores la administración del corralito restante, la educación y la sanidad públicas volverán a ser, como antes patrimonio de la Beneficencia.

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