"Soy como Neira, pero en pobre"
Un inmigrante se enfrenta a la expulsión tras salvar a una mujer apuñalada por su ex marido
A finales de 2006, en octubre, Orson viajaba en un autobús de línea, en el norte de España, pensando en sus cosas. A su aire, dice, y "sin un chavo en el bolsillo". A través del cristal vio cómo un hombre apuñalaba a una mujer en el suelo, apretándola contra la acera. Se bajó del transporte colectivo, rápido, "instintivamente", e interpuso su cuerpo entre el torso de la víctima y la navaja del agresor. "Me salió así", recuerda, "sin pensar". El verdugo, ex marido de la señora que yacía en la calle, salió corriendo ahuyentado por aquel hombre que se le había caído encima. Orson, con un tobillo quebrado y con la sensación del deber cumplido, también se escabulló. Escapó antes de que llegase la policía. Sólo llevaba dos meses en España. No tenía papeles. No quería líos.
"Un premio por héroe", pensó, y su historia se contó en los medios locales
Interpuso su cuerpo entre la víctima y la navaja del agresor
Pero los tuvo. Le localizaron. Primero una reportera local, que fue preguntando de bar en bar por la identidad del héroe anónimo. Después, el juez y los abogados de la agredida -con la que aún mantiene frecuente contacto telefónico "para contarnos las penas mutuamente"- le pidieron que testificase. "Pero yo tengo un problemita y me voy a tener que marchar de acá", objetó él, en referencia a su estatus administrativo. No había tal problema. Dado lo excepcional del caso, le otorgaron una tarjeta de residencia temporal. "¡Un premio por héroe!", pensó, y su pensamiento repicó en la portada de varios diarios locales y en la primera plana de uno de los principales periódicos de su país, allá en América Latina.
En realidad, ese permiso no le permitía trabajar y expiró el pasado mes de junio, casi coincidiendo con la sentencia final condenatoria al apuñalador. "Le cayeron 15 años, creo", resopla en un bar de Legazpi Orson, que frisa la cuarentena, y que en realidad no se llama Orson. Tiene miedo de que, al ser reconocido, le echen del trabajo. Su manera de narrar es precisa, irónica y apenada. Junto a él, apenas puede acomodarse su mujer, embarazada de nueve meses. Hoy y desde el lunes (3), ya tiene una hija "aún apátrida" (aunque existen posibilidades de que obtenga el pasaporte español), un trabajo temporal como fontanero sin contrato y una tarjeta de residencia caducada que nadie quiere renovarle y que no le sirve "ni para convalidar el permiso de conducción que ya pagué porque comencé los trámites antes".
"Me dicen que tenía que haber encontrado trabajo durante este tiempo", relata Orson. "¡Pero si ya encontré mil veces trabajo e hice colas y colas en las oficinas aquéllas de la calle del General Pardiñas para resolver el asunto!", se lamenta ahora con una mueca que refleja lo cómico y, a la vez, trágico del asunto. "Soy como un profesor Neira, pero en pobre", se ríe con cierta amargura.
Fue hasta cuatro veces a tratar de regularizar su situación. Aguardó durante eternas esperas -"algunas de más de cinco horas"- y cambios inesperados de ventanilla. "Sí, usted puede trabajar. Ya le estábamos esperando desde hace tiempo", imita la voz de un funcionario. "¿Pero quién le ha dicho a usted que con esto puede trabajar?", pone el tono grave de otro funcionario contradiciendo al primero. Entremedias de ese peregrinar por distintos niveles de la Administración, se mudó a Madrid, y llegó su esposa. Tuvo varios trabajos, pero siempre tratando de regularizar su situación. Sin acomodarse a la vida clandestina. Incluso sus empresas se prestaron a brindarle un contrato de trabajo para obtener el permiso definitivo. Pero siempre chocaba contra "alguna burocracia nueva con la que no contaba".
Entre el fardo de documentos que le acompaña mientras toma un café con leche, hay una prueba documental de que cotizó a la Seguridad Social durante casi un mes. Además de resguardos y fotocopias de cartas de súplica y números de espera en todo el triángulo de la burocracia inmigrante: "De Aluche al centro y pasando por el ministerio", describe con su particular sentido del humor.
"Tendremos que irnos de España, no hay remedio", sentencia mientras mueve la cabeza hacia los lados. Su mujer es centroamericana y seguramente marcharán a su país. "Allí me lo tienen que poner más fácil, porque al menos tengo una hija que va a tener esa nacionalidad". Cuesta ubicar a Orson y su mujer en un espacio geográfico. Primero se establecieron en su país, donde él fue jefe de intendencia de una fábrica. Después marchó a Miami. Allí comenzó de barrendero y acabó como encargado, asegura. Pero también se acabaron los documentos. Por eso llegó a España, solo, recomendado por unos amigos. Entonces se topó con aquel hombre que intentaba matar a su mujer. Se convirtió en un héroe, pero con fecha de caducidad.
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