Olor a fritanga
Estopa transforma el Palacio de Deportes en la feria del barrio
A las doce del mediodía de su gran día, David y José (Estopa) se paseaban tan panchos, con sus vaqueros caídos y sus camisetas negras, por la rueda de prensa de los Premios Principales. Su equipaje: una cerveza en la mano. Rostro relajado, sonrisilla por aquí y chiste por allá. Como si nada, aunque estaban informados de que 15.000 personas habían comprado la entrada para su concierto nocturno. A las 22.00, los hermanos Muñoz, los mismos vaqueros caídos, parecidas camisetas negras, hacían magia en el Palacio de Deportes. Fue sonar la primera canción, Cuando amanece, y un olor a fritanga invadió el recinto. Creímos ver a una madre de la mano de su hijo, con un globo en su brazo; a un tipo vendiendo boletos para sortear la muñeca Chochona; a unos coches de choque moviéndose al ritmo machacón de la música de Camela. Pero no había nada de eso. Ya quedó dicho, magia. Estopa es igual a feria, y no se puede quitar este traje ni tocando en el hall del hotel Palace.
Estopa
David Muñoz, voz; José Muñoz, guitarra. Palacio de los Deportes. Jueves 9 de octubre. Casi lleno (15.000 personas)
El dúo, con cinco discos, ya forma parte de los clásicos del pop español
Fue la presentación de su disco Allenrok (su ciudad, Cornellà, pero escrita al revés y con k), y allí se congregó Carabanchel, Vallecas, Alcorcón, Móstoles... El escenario recreaba un panorama urbano, con edificios, portales, señales de tráfico... Salvo el camello despachando material en la esquina había de todo. Una chica contaba a su amiga minutos antes de arrancar: "Es que te lo juro, tía, he visto entre el público a gente cantando temas de Estopa que yo cantaba con 13 años". Este testimonio tan profundo arroja datos fundamentales: 1. Que también había gente bien (hablando en plata: pija) allí metida. 2. Que Estopa, con sólo cinco discos, ya forma parte de los clásicos del pop español.
Hay cosas que Estopa se ha ido dejando por el camino: ya no tienen la gracia de sus primeros años y sus textos (parte fundamental de su éxito) carecen de la chispa barriobajera de su primer álbum. Hay asuntos que han mejorado: la voz de David, que suena recia y segura, o la garantía que concede tocar con una bandaza detrás (dos guitarras, bajo, teclados, batería y percusión).
No hay lugar para los sibaritismos en lo que ofrece el dúo. La puesta en escena es tosca, magra, ruda. No son aspectos negativos: es la personalidad del grupo. Lo que debería mirar Estopa es la forma de recortar esos largos discursos para presentar las canciones. O se les fue la lengua con las charlas o anoche se dejaron los chistes buenos en el camerino. Sobran también los solos de guitarra, de bajo y de teclados. Sí, fueron breves, pero sobran.
Lo mejor llegó al final -poco antes de despedirse con un castizo: "¡Bueno, gente, nos vemos en La Elipa!"- cuando el dúo atacó La raja de tu falda, El de en medio de los Chichos o Como Camarón. Así, todas seguidas y sin discursos. Todo el mundo enloqueció en este tramo final. Eso es Estopa. Cuando la gente salía del Palacio lo que apetecía era una vuelta en la montaña rusa y un bocadillo de calamares. Así, como en las ferias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.