_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mazzantini, el señorito loco

Debido a la ajetreada vida urbana, es muy posible que muchos madrileños no hayan reparado en que el pasado domingo fue el 110º aniversario de la confirmación de alternativa de Luis Mazzantini, uno de los más curiosos matadores de toda la historia.¿Hemos dicho curioso? Luis Mazzantini Eguía nació en Elgóibar (Guipúzcoa) en 1856, de madre vasca y padre italiano, un ingeniero que construía ferrocarriles en España. Estudió en colegios de pago, vivió unos años en Italia -hablaba español, italiano y francés- y de adolescente volvió a España durante el reinado de Amadeo de Saboya para trabajar en los establos del Palacio Real; después llegó a ser jefe de estación en Santa Olalla, en la provincia de Toledo. Pero esta vida oscura no le llenaba: el joven quería ser rico y famoso. Así que intentó ser cantante y, al darse cuenta de que no tenía talento, decidió ser matador de toros. Esto era insólito -entonces, para llegar a ser matador había que ser primero banderillero- y los toreros le bautizaron el señorito loco.

Pero Mazzantini persistió, y tras participar en mojigangas y novilladas tomó la alternativa. Aquel 29 de mayo de 1884 estaba en Madrid para confirmarla de manos de Lagartijo. El señorito no defraudó: toreó con valor y tumbó sus toros de colosales estocadas, una suerte verdaderamente suprema en aquel entonces. Sería su tarjeta de visita: con capa, banderillas y muleta, Mazzantini era sólo eficaz, pero con la espada se transformó. Aprovechando su altura y fortaleza, entraba por derecho para liquidar a sus enemigos con estocadas fulminantes. Ahora es considerado como uno de los mejores estoqueadores de todos los tiempos.

Más tarde Mazzantini -los demás coletudos ya le llamaban don Luis- tuvo el coraje de enfrentarse no sólo con Guerrita, el amo de la fiesta, sino con la mayoría de los ganaderos. En aquel entonces eran los criadores quienes determinaban el orden de lidia de sus reses, y muchos espadas se sintieron perjudicados, especialmente cuando alternaban con Guerrita, que siempre se vio favorecido. Gracias a Mazzantini, se impondría el sorteo de las reses. También consiguió importantes incrementos en los honorarios de los matadores, cosa que le agradecieron vivamente Frascuelo y Lagartijo, con quienes alternó durante los últimos años de sus carreras.

Fuera de las plazas, don Luis era más singular todavía. Fue protagonista de muchas canciones populares. Se negaba a vestir el típico traje corto de los coletudos, y muchas veces se enfundó el frac o esmoquin; asistía a tertulias literarias o a la ópera, seguía las últimas tendencias pictóricas a través de sus amigos artistas, y charlaba con la mayor naturalidad con miembros de la familia real. Todavía en activo, Mazzantini formó parte de la empresa de la plaza de Madrid, lo cual le valió la censura de muchos críticos y aficionados. También compró la consabida ganadería pero, como les pasa a la mayoría de los toreros, sus reses no dieron gran juego. A pesar de estar casado, don Luis parece haber tenido varios idilios, uno de ellos con la actriz Sarah Bernhardt, a quien regaló una sortija que costó la mitad de sus honorarios por una corrida.

Una vez retirado, Mazzantini se dedicó a la política: fue sucesivamente concejal en el Ayuntamiento de Madrid, teniente de alcalde, miembro de la Diputación Provincial y gobernador civil de Guadalajara y Ávila, cargos en los que demostró un marcado monarquismo. Ya viudo -cuándo murió su mujer, don Luis se cortó la coleta y la ató a la muñeca del cadáver-, murió en Madrid en precarias circunstancias económicas, al parecer de una complicación cardiaca.

Naturalmente hay muchas anécdotas en torno a don Luis, casi todas ellas contadas por Juan Miguel Sánchez y Manuel Durán Blázquez en su excelente libro de reciente aparición, Luis Mazzantini, el señorito loco (librería Gaztambide). Una tarde, un picador suyo, Ángel Montalvo, entró en la habitación de Mazzantini, donde el maestro descansaba vestido con uno de los batines de seda que usaba para recibir a las visitas de confianza.

-¿Tan temprano y abusando del aguardiente? -preguntó el maestro.

-Que no es pa'tanto, don Luis.

-¡No he visto cosa igual!

-Oiga osté, don Luis: osté no habrá visto nunca esto mío, pero tampoco había visto yo enjamá a un matador de toros envuerto en la funda de un piano.

En otra ocasión, durante un debate municipal, Mazzantini desafió a un rival político a un duelo. Éste se negó.

-¿Por qué? -le espetó nuestro hombre, acalorado.

-Porque si yo le mato, dirán que don Luis ha recibido su última cornada, y si usted me mata a mí, dirán que don Luis ha dado su última estocada. En ambos casos, yo llevo los cuernos, y no estoy dispuesto.

La contestación provocó hilaridad en la cámara. Mazzantini, sabiendo que había pinchado en hueso, se levantó y abrazó a su enemigo, entre la aprobación general.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_