Marta vuelve a tener pareja de baile
La resurrección de EBS intenta recuperar en los escenarios el pop de catequesis
¿Necesitaba de veras el mundo el regreso de Ella Baila Sola? Es casi seguro que no, pero tampoco desdeñemos algún detalle que con los años se nos puede haber difuminado de la memoria. El más llamativo de todos: en 1996, cuando el tema Lo echamos a suertes anunció el advenimiento de Marta y Marilia, cerca de 1,7 millones de hogares españoles y americanos se hicieron con aquel disco. Y durante los cinco años posteriores, otros tantos seres humanos -imaginamos que con buena voluntad- también se llevaron para casa los dos álbumes siguientes. Hay gente para todo.
Sincérese: el que más y el que menos ha incurrido alguna vez en la tentación de la ñoñería. Por eso es probable que usted, en un día tonto y con las defensas bajas, haya emitido algún suspirito al compás de Amores de barra, Por ti o Despídete, quizás el tema más potable que haya escrito nunca Marta Botía. Ahora bien, no nos pidan que asumamos la cursilería con efectos retroactivos. Por eso es muy difícil que esta resurrección de EBS estimule la nostalgia, sino más bien el rubor. Que es una sensación bastante más incómoda.
Es música liofilizada, blandurria, para acompañar con palmas y sonrisa
La candidez de que hacen bandera Marta y su nueva socia -Rocío Pavón, una guapa chica de Orcasitas que antaño fue presidenta de su club de fans- causará estragos en las excursiones de las hermanas ursulinas, salesianas o carmelitas (qué buenas son). El nuevo disco presume de un título tan ecuménico como Despierta y serviría como banda sonora inmaculada para las mejores catequesis del país. Es pop blandurrio, liofilizado, para acompañar con palmas y sonrisa seráfica desde el minuto uno. Así sucedió anoche, literalmente, en el teatro Bellas Artes, repleto de antiguos jóvenes que hoy gastan traje y corbata. Puede que asistir a un concierto de estas muchachas nos lo terminen convalidando por dos docenas de avemarías.
Lógico que la reaparición de las mozas y su gira subsiguiente cuenten con la bendición de la cadena radiofónica de los obispos. No tenemos tan claro, en cambio, qué pensará Rouco Varela cuando le informen de que, hacia la mitad del concierto, Marta Botía le ríe las gracias a una mujer de vida tan licenciosa como Amy Winehouse. Lo peor no es eso. Al margen de los conflictos cardenalicios, confiemos en que la versión (o perversión) de Rehab no llegue a los oídos de su creadora original: comprenderíamos que la londinense de peinado rococó recayera en sus muy variadas adicciones.
Según todos los indicios, las voces de Botía y Marilia Casares empastaban mucho mejor que sus caracteres. Inmersas en el círculo vicioso del éxito, las suspicacias y los egos irreconciliables, las dos supuestas cómplices optaron por la única solución sostenible: poner tierra de por medio. A Rocío Pavón se la intuye encantada con esto de compartir tablas con su gran ídolo juvenil, pero se pasa todo el concierto apuntando con el micrófono al público, en permanente incitación al karaoke. ¿Será cuestión de terminar agitando los brazos a izquierda y derecha? En efecto, así acabó la noche un porcentaje significativo del patio de butacas.
Los caminos de la melancolía son inescrutables. Por eso, a lo mejor sus próximos 20 conciertos por otras tantas provincias españolas se saldan con éxitos apoteósicos y una avalancha de vocaciones en los conventos. Pero, a tenor de lo visto anoche, es difícil eludir la impresión de que habríamos salido ganando si Marta no se hubiera buscado una nueva pareja de baile.
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