Bailaron hasta los camareros
¿Quieren la imagen del concierto? La sala llena, el bar desierto y los camareros, apoyados en la barra, siguiendo, ensimismados, lo que ocurría en el escenario. Pasaron muchas cosas anoche en Joy Eslava, y todas positivas. Todo arrancó de la forma más cómica. Sale a la tarima un tipo de 1,90, finísimo, la cabeza de bola de billar, vestido elegante con traje negro y corbata blanca. Su nombre: Robert Hecker. De profesión: guitarrista de los Redd Kross. Se sienta junto a la batería, se quita el zapato izquierdo, luego el calcetín; la misma operación con el derecho. Se coloca la guitarra y así, descalzo, espera unos segundos a sus compañeros. Eso es comenzar con buen pie. Poco después se suman los hermanos McDonald, Jeff y Steve, camisas con chorreras, trajes pintones, movimientos sesenteros.
Redd Kross.
Jeff McDonald (guitarra y voz), Steve McDonald (bajo), Robert Hecker (guitarra) y Roy McDonald (batería). Sala Joy Eslava. 20 euros. Madrid. Sábado 10 de mayo. Casi lleno (800 espectadores).
Es Redd Kross una agrupación de culto. Definamos: aquella que recibe las alabanzas de los musicólogos, aunque las ventas de sus discos son más bien discretas. Tienen los californiano una nómina de fans ilustres: además de todo Malasaña (barrio ilustrísimo que llenaba la sala), sus canciones enamoran a Beck, Sonic Youth, Kurt Cobain (que en paz descanse) o Sophia Coppola, que, por cierto, posó desnuda en uno de sus discos, Third Eyed (corre a verlo en Internet)
¿Que cuál es su virtud? Se explica con un ejercicio imaginativo: es como si los Beatles organizaran una fiesta con los Ramones. Así suenan Redd Kross. Los hermanos McDonald, jefes del asunto, se toman la música como una diversión. Da gusto verles en el escenario: se ríen, vacilan con el público, ponen posturitas, se gastan bromas entre ellos. E improvisan.
Anoche, por ejemplo, para cubrir unos minutos de problemas técnicos con un instrumento, se lanzaron a una trepidante versión de Take it easy, de Jackson Browne. El público aplaudía a rabiar entre sonrisas. Tocaron un ramillete de piezas irresistibles, como la nirvanera Crazy World o ese tema tan adherente, Jimmy's Fantasy. Y terminaron con versiones, como debe ser entre fanáticos de la música, como un rhythm & bluesero Citadel, de los Stones.
Por aquel entonces, los camareros habían dejado la barra y probablemente bailaban entre el público.
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