Investigar en hospitales: última llamada
A pesar del significativo avance de la investigación biomédica en España, una asignatura pendiente colea desde hace décadas: el desarrollo de una investigación potente de laboratorio en la red de hospitales públicos. No hay razones objetivas desde el punto de vista económico o social que justifiquen el importante vacío que persiste en este campo, las razones son probablemente de índole cultural. La atención sanitaria de gran calidad que se presta en los hospitales públicos tiene su origen en el esfuerzo de formación del cuerpo médico, a través del sistema de residentes, que se terminó de implementar de manera estable durante la década de los años setenta. Sin embargo es hora de reflexionar. La ausencia de una carrera profesional establecida, con honrosas excepciones, ha devenido en un conjunto de profesionales bien formados pero poco incentivados desde el punto de vista económico e intelectual. Con frecuencia se les transmite que la única prioridad es la eliminación de las listas de espera y rara vez se les enseñan jalones en el camino que les permitan mantenerse estimulados. Es casi imposible pedirles que además hagan investigación de laboratorio o colaboren en ella, máxime cuando este esfuerzo es complejo, además de escasamente recompensado. Y, sin embargo, la medicina se mueve a pasos agigantados por el concurso y aportaciones de la bioquímica, la biología o la genética. Y nuestros médicos se lo están perdiendo, y lo que es más grave, todos nos lo estamos perdiendo. La investigación biomédica en España se hace y debe hacerse en organismos públicos de investigación tales como el CSIC y la Universidad. Pero de manera consustancial a su denominación tiene que hacerse en los hospitales, junto a los pacientes. En este aspecto nos queda un largo recorrido.
Una masa crítica de personal investigador es fundamental
La administración pública ha venido haciendo esfuerzos a través de diferentes programas para mejorar la situación. Entre éstos se sitúan las ayudas a proyectos, las becas de ampliación de estudios y el programa de investigadores contratados con vocación de estabilidad. Los instrumentos son probablemente adecuados. Donde reside el problema es en:
a) la ausencia real de una masa crítica investigadora en la mayoría de los hospitales
b) la necesidad de instaurar un cambio progresivo sobre la percepción de la investigación en la cultura de los hospitales
c) la reforma del currículum universitario y de postgrado.
Al igual que en las reacciones de fisión nuclear, la existencia de una masa crítica de personal investigador es fundamental para llegar a ser un elemento de importancia en la vida de un hospital. La gran mayoría de unidades de investigación tienen poco personal y su participación en la vida intelectual de los hospitales es limitada. Ello tiene que ver en parte con el hiato casi insalvable que ha caracterizado las relaciones entre clínicos e investigadores de laboratorio. De siempre estas relaciones han estado impregnadas de recelo mutuo; el de los clínicos porque les cuesta entender el esfuerzo dedicado a metas que dan resultados a medio o largo plazo, el de los investigadores porque no entienden cómo se pueden tomar tantas decisiones sin un conocimiento detallado de los procesos biológicos o sin, al menos, interesarse por los mismos. Esto debe cambiar. Los clínicos y los gerentes de los hospitales deben empezar a considerar la investigación básica un valor de cambio y un instrumento eficaz de mejora diagnóstica y terapéutica; los investigadores deben interiorizar que los clínicos son los únicos capaces de poner en perspectiva sus descubrimientos moleculares. Hay que dotar al clínico de tiempo protegido en el que pueda dedicarse de manera específica a tareas investigadoras, mejorando y ampliando iniciativas ya en curso. Un elemento adicional, pero clave, para poder cambiar este panorama, es la reforma del currículo académico y profesional en la medicina española. El estudio de disciplinas básicas en la carrera de medicina debe potenciarse, ya que la medicina de hoy en día es cada vez más molecular. El bagaje de conocimientos necesario de un clínico del siglo XXI es cualitativa y cuantitativamente distinto del de hace 20 años. Este hecho debe impregnar las facultades y los hospitales como bálsamo de Fierabrás que cierre cualquier herida pasada entre clínicos e investigadores de laboratorio. Además, es urgente reformar el baremo prevalente utilizado para valorar los méritos profesionales de los clínicos a la hora de una promoción: sin duda alguna la antigüedad es un grado pero igual de importante o más es el haber demostrado mediante publicaciones o patentes aportaciones al conocimiento o aplicaciones del mismo. Este último dato es esencial ya que su peso está claramente infravalorado en la mayoría de los concursos de méritos que juzgan la valía de nuestros médicos.
Todo esto ha sido ya dicho por eminentes gestores, clínicos e investigadores en diversos foros y formatos. Como decía André Gide, todo ya está dicho pero, como nadie atiende, hay que volver a repetirlo cada mañana. La investigación clínica goza en España de buena salud, la práctica clínica también, la bonanza inversora de gobernantes creyentes en investigación ha permitido que haya un buen número de investigadores básicos excelentes en el país. Aprovechemos este viento de cola así como la excelente disposición de los pacientes a colaborar. El diagnóstico está hecho, las técnicas curativas son conocidas. En breve estrenaremos legislatura: los ministros/as de Sanidad y Educación que la inauguren tienen una oportunidad de oro para aplicar el tratamiento. No la dejemos pasar salvo que decidamos, como pésima alternativa, dejar pasar el tren de la medicina del siglo XXI.
Santiago Lamas es especialista en nefrología y profesor de investigación del CSIC.
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