El joyero del fusilado
Una caja comprada en el Rastro destapa la emotiva historia de un preso franquista y de la funcionaria que le protegió
Hace ocho años, María Jesús Romero, aficionada a las antigüedades, compró una cajita en el Rastro de Madrid. Era de madera, cubierta con hilos de seda. Fue tan barata que no recuerda ni cuánto le costó. "La compré porque la había hecho un preso para una mujer", cuenta.
La cajita llevaba una inscripción en su interior: "A la señorita Angelina, en prueba de agradecimiento. B. L. A 11 de agosto de 1943". Y otra en la base en la que se leía: "Regalo de Braulio López Morales. Prisión de Porlier. Traído por su esposa Doña María Martínez el 19 de agosto de 1943". María Jesús imaginó muchas veces quién sería Braulio, quién Angelina... "Siempre pensé que él pertenecía a los vencidos, y que quizá ella era alguien que le había protegido. Me imaginaba a la mujer de Braulio yendo a verle a la prisión. Y me preguntaba cómo habría podido llegar aquella caja al Rastro. Estaba en buen estado, Angelina la había cuidado bien. Pensé que quizá ella había muerto y sus hijos la habían vendido".
Su esposa siguió en la nieve el rastro de sangre del camión que se lo llevaba
María Jesús buscó el nombre de Braulio en listados de fusilados. No lo encontró, pero envió una foto de la cajita a la web del colectivo Memoria y Libertad, que recoge los nombres de los ejecutados en Madrid. Hace poco, la nieta de Braulio, Ana Isabel López, después de ver en televisión Las 13 rosas, probó a escribir el nombre de su abuelo en Internet. Y le salió la foto de la cajita. María Jesús se la entregó este sábado, tras un largo abrazo.
"Fue muy emotivo. Sentí alegría de tener algo suyo en la mano, y a la vez mucho dolor por no haberlo conocido", cuenta Ana Isabel. "En casa no se hablaba de él, era como un fantasma".
Su tío, de 80 años, completó el relato. "Me contó que Angelina era bibliotecaria en el Ministerio del Interior y que había conseguido muchos pases para que mi abuela pudiera ir a ver a su marido a prisión, y que ocultó su expediente para que no lo vieran y le mataran. La caja la hizo en 1943. Aquel año fusilaron a casi todos los presos del pueblo de mi abuelo, Fuentidueña del Tajo. A él lo mataron en 1945. Tenía 36 años".
Su tío también le contó lo que su abuela jamás había tenido fuerzas para confesarle: "A ella la detuvieron, le raparon la cabeza y la pasearon así por el pueblo para humillarla. El día en que fusilaron a mi abuelo, ella y uno de sus primos siguieron al camión donde se lo llevaban para enterrarle con otros hombres. Nevaba en Madrid, y ella perseguía el rastro de sangre. Al llegar a la fosa, colocó un pañuelo rojo y una bota debajo de la cabeza a mi abuelo para poder identificarlo. En 1956 exhumaron los cuerpos. Mi abuelo tenía la bota debajo de la cabeza. Le puso una placa con su nombre".
Al morir su marido, María Martínez se puso a trabajar en la consulta de un dentista, tuvo que enviar a sus hijos a internados y cayó en una depresión. "Le recomendaron que trabajara con niños y empezó a cuidar a unos que vivían en el barrio de Salamanca, en Madrid, que debió de buscarle Angelina. La pobre crió aquellos niños y no pudo cuidar de los suyos. Mi padre salió del internado con 13 años", cuenta Ana Isabel. Su tío visitó a Angelina hace unos 15 años. "Seguía siendo la 'señorita Angelina'. No se había casado y estaba muy enferma. Debió morir al poco tiempo".
María Jesús pudo ponerle por fin cara a Braulio. "¡Qué joven!", exclamó cuando Ana le mostró la única fotografía suya que tiene. "En mi familia no mataron a nadie. A mi padre le tocó luchar en el bando nacional, pero soy trabajadora social y había oído estos relatos en los pueblos. Recuerdo a un hombre que cuando se estaba muriendo revivió el momento en que se llevaban a su hijo, y gritó pidiendo auxilio. Me sobrecogió aquella angustia. También me recordó cuando presenté a una mujer de 30 años a su madre, que la había tenido de soltera, sin recursos. Hasta que no la conoció, no se casó. Estaba como bloqueada. Me ha traído unos sentimientos parecidos".
Mientras la envolvía en papel de regalo, a María Jesús le dio un poco de pena desprenderse de la caja. "Siempre la he guardado con cariño. Tenía vida. Y dolor".
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