La fontana recobrada
Metro recobra una parte de la fuente, un tramo de acueducto y una histórica canalización bajo la plaza de la Ópera
¿Quién dijo que Madrid perdió su más caudalosa fuente? Uno de los seis grifos de la afamada fontana de los Caños del Peral, que suministró agua a Madrid durante 400 años, puede ser contemplado ya, restaurado, bajo la estación de Metro de Ópera. Una réplica del pilón de otro caño luce sobre el duro enlosado de la plaza. El usuario del ferrocarril subterráneo podrá ver asimismo un potente arco del acueducto de Amaniel, que proveía allí mismo de agua al palacio Real procedente de su manadero en la Dehesa de la Villa. La estación del metropolitano muestra, igualmente recobrado, un ancho tramo de la alcantarilla del Arenal, en piedra caliza, que encauzaba las aguas de este acaudalado torrente urbano que se despeñaba luego hacia el Campo del Moro.
Tan importante nudo hidrológico madrileño ha sido ahora recobrado por la Red del Metro de Madrid que, bajo la dirección del arquitecto y director técnico Juan Pablo Alonso, estrena las obras de la estación de Ópera después de tres años de laborioso tajo. El presupuesto específicamente arqueológico ha sido de 2 millones de euros, según el portavoz tes de la red metropolitana, Francisco Olaya. Canalización, acueducto y caño han sido restaurados por un equipo arqueológico dirigido por Eduardo Penedo, para ser luego musealizados por los arquitectos Vicente Patón y Alberto Tellería, que han dispuesto un escenario con gradas para 24 espectadores desde donde podrán contemplar los tres hitos monumentales, así como un audiovisual filmado por un cineasta de la saga de los Trueba, que relata la historia de tan renombrada fuente.
Con 34 metros de longitud y tres y medio de altura en potentes sillares de piedra y una estética rotunda donde se adivinan destellos renacentistas, la fuente abastecía esta zona del corazón de Madrid desde el siglo XIV. Sería Juan Bautista de Toledo, primer arquitecto del monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el encargado de concluir el proyecto por mandato escrito del rey Felipe II en torno a 1567. Así reza un documento hológrafo que el arqueólogo Eduardo Penedo y su equipo han consultado, junto con numerosos otros textos procedentes del Archivo de la Villa y del de Palacio. Vicente Patón y Alberto Tellería han preparado para el público un espacio grato y elegante, revestido de aglomerado negro, que resalta la claridad de la piedra de la fuente, la blancura cremosa de la caliza, el gris del mampuesto y el naranja encendido de los ladrillos del arco del acueducto.
Desde tiempo inmemorial, los Caños del Peral vertían el agua de un manantial existente bajo la hoy llamada plaza de Isabel II, más conocida por Ópera, si bien su fuente se encardinaba en medio de un espacio donde afluían el arroyo del Arenal, el de la cuesta de Santo Domingo y otro regato procedente de la Huerta de la Priora, un predio medieval cuya propiedad se atribuia a la reina Leonor de Aquitania.
Se cree que el nombre de la fuente se debe a uno de los numerosos árboles frutales que crecían en tan regado ámbito. Sobre este lar, en 1708, fue erigido un tabladillo donde representaba celebradas funciones teatrales un italiano llamado Francesco Bartoli. En 1738, según ha escrito el profesor José Montero Padilla, la tarima fue transformada en teatro, que fue llamado Coliseo de los Caños del Peral. En él se escenificaron óperas hasta que un decreto de Carlos IV, en 1799, prohibió representar toda obra que no hubiera sido escrita en castellano. El Coliseo sobrevivió hasta 1815, año en que fue demolido. Parte de su cimentación lindaba con la del que en el siglo XX sería el Real Cinema. Con el escombro procedente del Coliseo y de otras demoliciones aledañas se asoló la plaza y la fuente de los Caños del Peral quedó allí enterrada. Bajo zonas contiguas a los caños se asentaría el futuro Teatro Real, que tiene siete pisos subterráneos.
La escombrera restante, muy alterada por obras sucesivas, quebró parte del acueducto de Amaniel y desmanteló parcialmente la fuente de los Caños y la alcantarilla del Arenal. El subsuelo de la plaza sería posteriormente aprovechado para trazar la línea 2 del Metro, situada a unos 8 metros de profundidad, la misma bajo cota del suelo a la que se encuentran hoy, a la vista del público, los hitos monumentales ahora rescatados, que son grandes fragmentos de lo que fuera tan grande confluencia de vías de agua, una mesopotamia en miniatura. En las más recientes obras se han empleado potentes grúas que izaron los restos, algunos de hasta 15 toneladas de peso, hasta la calle, para trasladarlos luego hasta un almacén en Fuente el Saz de Jarama y, una vez allí restaurados, serían recolocados no en sus emplazamientos primitivos sino en otros que permitieran, una mejor contemplación por el público, según sus restauradores.
En la superficie de la plaza, una reproducción en granito de uno de los caños hecha en talleres municipales de cantería, mostrará con fluido real de agua cómo era ese surtidor. Además, una maqueta en bronce, recién instalada, indicará lo que los usuarios de metro podrán ver en el subsuelo. Sobre las losas de la plaza, desprovista de arbolado y de gran dureza, siguiendo la tónica de Callao, Sol y la de la antigua Red de San Luis, en Montera con Gran Vía, se ve asimismo dibujada la traza superficial del perfil de la afamada fuente madrileña, bajo la mirada de la exigua réplica de la efigie de Isabel II, la reina que mandó edificar el contiguo Teatro Real.
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