El asesino llama dos veces a la misma puerta
El subteniente Rafael Palmero estuvo a punto de morir por disparos de Juan José Garfia, mientras que su hijo guardia civil fue acribillado a tiros supuestamente por El Solitario
Que se atraviese un asesino en tu vida es, a menudo, una funesta casualidad. Pero que se crucen dos -primero, uno; y 13 años después, otro- es como de tragedia griega. Y que además, tanto en un caso como en el otro, fuesen dos de los criminales más buscados en España, es algo que roza la más negra fatalidad. Y, sin embargo, eso es lo que le ha ocurrido a la familia Palmero: Rafael Palmero Jiménez, cuando era brigada de la Guardia Civil, estuvo al borde de la muerte cuando el 9 de marzo de 1991 fue tiroteado en Granada; su hijo Juan Antonio, guardia civil de Tráfico, falleció acribillado a balazos el 9 de junio de 2004.
El brigada Palmero se había pasado 10 años en Navarra, en la época de mayor actividad terrorista de ETA, sin sufrir el menor contratiempo. Después, estando destinado en Granada, apareció en su vida Juan José Garfia, uno de los asesinos múltiples más perseguidos por la policía. Fue en una urbanización de Salobreña. Lo recuerda como si fuera hoy: "Yo estaba de patrulla rutinaria con otro guardia. Vimos a un hombre en un banco y fui a identificarle. Le dije: 'Buenas noches. ¿De dónde viene usted?'. Y él me contestó: 'De casa de unos amigos'. De repente, el tío sacó una pistola y me la puso en la sien. Me ordenó que tirara para adelante. Y, sin más, apretó el gatillo cuando estábamos a tres metros uno del otro. El primer tiro falló quizá porque el cartucho estaba defectuoso, pero el segundo me entró por la barbilla, me atravesó la clavícula derecha, un pulmón..., y me salió por la espalda".
El balazo estuvo a punto de matar al brigada, que pasó una semana en coma, con un pie en el más allá. Su esposa, María Benítez, aguantó todo ese tiempo sin moverse de la puerta de la UVI del hospital de Granada, acompañada por su hijo Juan Antonio, que entonces apenas era un adolescente. Hasta que cesó el peligro y el herido volvió a su casa. Pero el suboficial Palmero jamás pudo reintegrarse a su trabajo por sufrir "miedo y angustia exacerbada ante la posibilidad de tener que llevar un arma, como requiere su trabajo".
El que estuvo a punto de mandar al cementerio a Palmero era Juan José Garfia, un hombre que en 1987, con tan sólo 20 años, inició en Valladolid una enloquecida huida de la policía y dejó a su paso, en apenas unas horas, un reguero de cadáveres: los de un policía municipal, un guardia civil y el dueño de un bar de Medina del Campo. Eso le convirtió en el enemigo público número 1. Y más aún cuando, el 22 de febrero de 1991, logró escapar en Valladolid del furgón en que era trasladado a una prisión. Dos semanas después ocurrió lo de Salobreña.
Lo recuerda hoy el brigada Palmero -jubilado con el grado de subteniente- en Corella (Navarra), mientras su esposa, María, destrozada por el dolor, lucha por contener las lágrimas. Ella está muerta en vida desde que a su marido le pasó lo que le pasó y, sobre todo, desde que su hijo Juan Antonio fue asesinado en junio de 2004 en Castejón, a sólo 10 kilómetros de Corella. Para colmo de males, hace unos años se le murió de repente un nieto de poco más de tres años.
Juan Antonio Palmero, de 29 años, conducía un patrullero de la Guardia Civil de Tráfico acompañado por José Antonio Vidal Fernández, de 31. Estaban esperando para dar escolta a un convoy especial cuando un tipo con un todoterreno Suzuki hizo una maniobra extraña. Le persiguieron unos tres kilómetros, hasta que el desconocido les cosió a tiros con una metralleta. Tendrían que pasar tres años hasta que la policía detuviera en Portugal a Jaime Giménez Arbe, El Solitario, que el próximo día 15 será juzgado en la Audiencia de Pamplona como supuesto autor de este doble crimen.
"Mi hijo estudió Formación Profesional, rama de Electricidad, en Alfaro (La Rioja). Pero un día de 1993 llegó a casa y nos dijo que acababa de apuntarse a la Guardia Civil. Fue una decisión repentina. Su primer destino fue Estepona (Málaga), y luego, contra mi opinión, pidió ser trasladado a Bilbao", rememora Rafael Palmero. El año 2000 le trasladaron a Cañete La Real (Málaga), pero al poco tiempo ingresó en la Agrupación de Tráfico y solicitó su traslado a Navarra porque quería estar cerca de su hermano Rafael, camionero asentado en Corella. Le concedieron plaza en Calahorra (La Rioja), a sólo media hora de distancia.
"Juan Antonio era muy buen chico. Amigo de sus amigos. Le gustaba ser guardia civil, las motos, la música y el cine. Convivía con una chica, Caños Santos García, que conoció en Cañete La Real", explica el padre. "Su muerte nos ha destrozado la vida. Nosotros sólo tiramos para adelante por nuestros otros cuatro hijos y por los nietos, pero esto nos ha matado", se lamenta María, cuyo rostro es el espejo del terrible sufrimiento que le tortura por dentro desde hace años.
¿Y qué esperan del juicio a El Solitario? "Deseo que se haga justicia, que le condenen y que cumpla hasta el último día de pena", pide el subteniente, mucho más sereno que su esposa. Ambos han sido citados a declarar en el proceso y afirman que están dispuestos a hacerlo, pese a que eso hará sangrar sus heridas.
En la familia de José Antonio Vidal, el otro agente asesinado, no hay nadie que tenga relación con los cuerpos de seguridad. Pero él tenía muy claro, desde que acabó la enseñanza básica, que deseaba ser guardia civil. "No sabemos por qué, pero desde jovencito dijo que quería ser guardia, y de nada sirvió que a mi madre no le gustase nada por el tema de ETA y demás", confía su hermana Alejandra, residente en Asturias.
Nada más vestirse el uniforme verde oliva, Vidal fue destinado a Mieres; después, a Bárcena de Quirós, y más tarde, a la unidad de Tráfico de Calahorra. Cuando fue asesinado acababa de aprobar el curso de cabo y le faltaba muy poco para cambiar de puesto. "Quería ascender en el cuerpo", recuerda Alejandra. Y añade: "cuando murió, mi hermano tenía muchas amigas, pero ninguna novia".
Marciano y Virginia, los padres de Vidal, están llamados a declarar en el juicio contra El Solitario, y tienen previsto hacerlo porque, dicen, no les importa verle la cara. Lo harán acompañados de su hija Alejandra, sobre todo porque, según relata ella, están "un poco bajos de moral" desde que en 2004 perdieron a su único hijo varón.
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