¿Soluciones o culpables?
Estos días hemos visto cómo Rajoy se hace de rogar antes de aceptar con simulada modestia su cantada victoria. Las fotografías dan cuenta de que su sentido de la traslación en la plaza de Valencia ha sido el del brinco vertical, en una imagen que remeda la ascensión a los cielos. En plena coherencia, la portada de su programa electoral reza Lo que España necesita. Una incógnita que se despeja en la página siguiente donde figura una foto suya a sangre, sin epígrafe ni leyenda alguna. Queda así claro que él es nuestra salvación. Por el contrario, el programa del PSOE viene sin fotografía del candidato, y las imágenes del álbum biográfico del socialista Rubalcaba lo muestran sobre las pistas de atletismo de la Ciudad Universitaria como un esprínter de los 100 metros lisos. Es decir, que su sentido de la traslación es horizontal. Son los ejes de coordenadas que sirven para representar la función de austeridad que todo lo impregna. Per aspera ad astra, el progreso unido de forma indeleble al sacrificio según recomiendan los economistas que peroran sin decirnos por cuenta de quién, como señalaba ayer Joaquín Estefanía.
Esta campaña ha permitido contrastar la diferencia en el despliegue de medios
En todo caso, cuando se aproxima el momento de las urnas la disyuntiva es la de apostar por las soluciones o preferir la designación de los culpables de nuestros males. Los populares los achacan a los Gobiernos socialistas, considerados siempre como una anomalía a erradicar como si el poder correspondiera a los conservadores por derecho natural. Los socialistas ven con claridad que el origen de todas nuestras vulnerabilidades viene de los gobiernos populares para quienes el rico por el hecho de serlo es meritorio, mientras que la pobreza siempre es resultado de alguna culpabilidad. Ahora, en la campaña electoral, los candidatos andan tirándose los argumentos a la cabeza, pero nos hemos devanado los sesos desde hace casi cuatro siglos intentando averiguar las causas de la decadencia de España, porque nuestra especialidad más acreditada ha sido la de decaer.
Volveremos más adelante sobre la decadencia pero antes, al entrar en la recta final de la campaña, la primera cuestión relevante es observar cómo los principales contendientes tienen interiorizados los resultados. Tal vez porque la coincidencia de las encuestas sea abrumadora y porque, como escribió Marcel Proust, hay convicciones que crean evidencias. Además, sigue vigente la anisotropía con la que se comportan los medios en los que se propagan las señales ópticas y acústicas de la campaña (véase la columna aparecida en EL PAÍS el pasado martes 7 de noviembre). También se han evaporado por completo las sospechas de manipulación del censo y del voto de los emigrantes, tan del gusto de los peperos cuando no las tenían todas consigo. Otra desaparición notable es la de aquellos contratos pregonados con los electores que suscribían con tanto orgullo los candidatos del PP, en los que se declaraban incompatibles con la corrupción para diferenciarse de sus competidores socialistas.
En todo caso, las circunstancias del momento y los cambios sociales y tecnológicos aflorados han modificado los modos en que se interpela a los ciudadanos, esos seres de alta volatilidad en sus comportamientos, que van a tener la posibilidad el domingo día 20 de elegir por sus propias manos la papeleta de votación. Ante esos peligros, en las comunidades religiosas y en los establecimientos que regentan, se ahorrarán a los residentes accesos de memoria o de debilidad y les suministrarán la papeleta del PP en sobre cerrado, que solo deberán introducir en la urna mientras exhiben su documento de identidad. Antes de ese momento solemne, esta campaña ha permitido contrastar la diferencia en el despliegue de medios. Los austeros del PP sobreabundan mientras que los despilfarradores del PSOE han quedado reducidos al mínimo, como si estuvieran en vísperas de entrar en hibernación.
Mientras nos diagnostican recordemos a Ortega y Gasset, quien en las páginas de España invertebrada cifra con precisión inapelable el origen de todo nuestro permanente decaer en los visigodos, unos germanos alcoholizados de romanismo cuando llegan a España. Porque, mientras los francos tenían un sistema dinámico de generación de élites, los visigodos degenerados carecían de una interacción social que las generase. Pero en ninguno de los programas se nos convoca a eliminar esa escoria, ni se hace llamamiento alguno para que tengamos a raya al visigodo que todos llevamos dentro. Veremos.
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