Por la libertad
Hace mucho tiempo que no quedan palabras nuevas. Cada asesinato nos hace enfrentarnos con la imperiosa necesidad de decir algo nuevo que exprese nuestro dolor, nuestra indignación, nuestro compromiso, nuestra esperanza... y ya no sabemos cómo hacerlo sin repetir las frases del día anterior, de la semana anterior, del último crimen.No hay palabras nuevas, es verdad. Pero hay que seguir diciéndolas, hay que seguir condenando la barbarie, hemos de seguir comprometiéndonos con nuestras palabras, con nuestros gestos, con nuestra actitud. Y hemos de hacerlo siempre y en todos los lugares. Sin que decaiga nuestro ánimo, venciendo esa sensación que lucha por instalarse entre nosotros susurrándonos que no hay nada que hacer, que de nada sirve manifestar nuestra repulsa y nuestra condena, ya sea en las instituciones, ante los medios de comunicación o en las plazas y calles de toda Euskadi, de toda España, de toda Europa.
Hemos de vencer al desánimo, porque sólo así venceremos al fascismo. Hemos de seguir dando la cara, porque sólo así las víctimas, sus familiares, sus amigos, sabrán que no están solos. Hemos de seguir manifestando y renovando nuestra resistencia democrática, porque sólo así conseguiremos aislar a los terroristas y a sus cómplices; porque sólo así, cuando los cobardes de ETA sientan el desprecio de la inmensa mayoría de los ciudadanos comprenderán que asesinar no es gratis, comprenderán que van a pagar por la que están haciendo; porque sólo cuando comprendan que no habrá impunidad para el fascismo en cuyo nombre asesinan, empezarán a plantearse que han de parar.
Acabo de volver de una concentración en la plaza Schuman, en Bruselas. Como cada vez que hay un crimen fascista en España, un grupo de ciudadanos -la mayoría de ellos españoles- se autoconvocan para rechazar en público el atentado. Cuando estábamos allí, he sido más consciente que nunca de lo importante que resultaría que los demócratas fuéramos capaces de movilizarnos en toda Europa contra la estrategia golpista con la que ETA pretende socavar nuestra democracia; la nuestra como vascos, como españoles y como europeos.
El fascismo no tiene fronteras y la defensa de la democracia tampoco ha de tenerlas. Es más que evidente que estamos padeciendo una presión golpista perfectamente organizada, con un clarísimo objetivo de asesinar nuestra democracia. Porque ETA sabe que sólo a la democracia, a la democracia que actúa plenamente y a través de todos sus poderes, ha de temer.
Por eso atacan la base misma del sistema democrático, atacando a la convivencia entre ciudadanos, socializando el miedo, tratando de generalizar y extender el silencio. No deja de resultar paradójico que la ETA más débil desde el punto de vista ideológico sea la que nos muestra con toda crudeza su objetivo político y su razón de ser: cargarse la democracia. Sí, una ETA desideologizada, gansteril, que recluta chavales que nacieron en democracia y que han encontrado, quemando autobuses y cajeros automáticos o viviendas y automóviles de ciudadanos no nacionalistas, su particular forma de alienarse, como quien tomara un alucinógeno: sin sentido del riesgo, sin ningún sentido de la responsabilidad.
Pero esto es lo que tenemos enfrente. Unas hordas fascistas envalentonadas, con sensación de impunidad, que se sienten avaladas por los nacionalistas democráticos que dicen comprender en clave política los eslóganes con los que ellos siembran el terror en las calles de Euskadi. Y contra esto es contra lo que hay que organizarse. En todos los frentes, de forma implacable, defendiendo sin desmayo nuestra democracia.
No hay recetas mágicas. Lo sé. No habrá milagros. Hemos de seguir haciendo lo único que debemos hacer, sumar al consenso democrático a la mayoría política y liderar la respuesta desde las instituciones democráticas. ETA toma la calle y nosotros hemos de tomar las instituciones, que es desde donde legítimamente representamos a los ciudadanos. Y resistir. Resistir democráticamente. Hacer nuestra, de los demócratas, la virtud de la paciencia que nunca debemos confundir con el pecado de la resignación. Resistir, que no es aguantar. Resistir para ganar. Por eso hay que redoblar los esfuerzos en todos los frentes. Y también en Europa. Porque cuando una parte de Europa está atacada por el fascismo, toda la democracia europea está en peligro. Hemos de darle al terrorismo etarra una respuesta europea: política, institucional y social. Hemos de extender por toda Europa, por todos los países europeos que hacen de la defensa de las libertades y de los derechos humanos su razón de ser y existir, la movilización contra esta organización fascista que se llama vasca, pero que es una mafia al más viejo y puro estilo. Hemos de hacerles sentir el desprecio de los europeos.
Así, todos juntos, dando una respuesta democrática a un problema que es de todos los ciudadanos libres de esta vieja Europa, podremos ganarles. Porque ésta es otra clave que debemos interiorizar: a ETA nunca le podremos convencer de que ha de desaparecer. ¿Cómo convencer a un fascista de las ventajas de dejar de serlo? A ETA sólo se le puede ganar. Y eso debemos de hacer, entre todos. Por la libertad. Por la vida. Por la memoria. Y por nuestro futuro, el de los más jóvenes, el de estos críos que dentro de 10, 15 o 20 años, cuando sean adultos y repasen esta parte de nuestra historia podrán no sólo vivir en libertad sino estar orgullosos de que sus mayores no miraran para otra parte, no cerraran la boca, no bajaran la cabeza.
Rosa Díez González es presidenta de la Delegación Socialista Española en el Parlamento Europeo, eurodiputada del PSOE y miembro de la Comisión Ejecutiva del PSE-EE.
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