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Traicionar al planeta

Paul Krugman

La Cámara de Representantes ha aprobado el proyecto de ley Waxman-Markey sobre cambio climático. Desde el punto de vista político, ha sido un logro extraordinario. Pero 212 representantes han votado no. Un puñado de esos votos negativos correspondían a representantes que consideraban que el proyecto de ley era demasiado débil, pero la mayoría lo ha rechazado porque rechaza la mera idea de que tengamos que hacer algo respecto a los gases de efecto invernadero.

Y mientras veía a los partidarios del no exponer sus argumentos, no pude evitar pensar que estaba siendo testigo de una traición, una traición al planeta.

Para ser plenamente conscientes de lo irresponsable e inmoral que es negar el cambio climático, necesitan conocer el desalentador giro que han tomado los últimos hallazgos sobre el clima. El hecho es que el planeta está cambiando más deprisa incluso de lo que los pesimistas preveían: los casquetes polares están encogiendo y las zonas áridas se están extendiendo a una velocidad que da miedo. Y según varios estudios recientes, la catástrofe -un aumento de la temperatura tan grande que es casi inimaginable- ya no puede considerarse una mera posibilidad, sino el desenlace más probable si seguimos por el mismo camino.

Las oleadas de calor mortales en EE UU a final de siglo podrían repetirse una o dos veces al año
Rechazan el cambio climático porque no les gustan sus consecuencias políticas y legales

Por eso los investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), que antes predecían un aumento de la temperatura de poco más de cuatro grados para finales de este siglo, ahora predicen una subida de más de nueve grados. ¿Por qué? Las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están aumentando más deprisa de lo que se preveía; algunos factores atenuantes, como la absorción de dióxido de carbono por los océanos, están resultando ser más débiles de lo que se esperaba; y hay cada vez más pruebas de que el cambio climático se alimenta a sí mismo (por ejemplo, que las temperaturas en ascenso harán que algunas zonas de tundra ártica se deshielen, lo que liberará todavía más dióxido de carbono a la atmósfera).

Unos aumentos de la temperatura de la magnitud que predicen los investigadores del MIT y otros provocarían unas alteraciones enormes en nuestras vidas y en nuestra economía. Como señala un exhaustivo informe reciente del Gobierno de Estados Unidos, a finales de este siglo New Hampshire podría fácilmente tener el clima que Carolina del Norte tiene actualmente, Illinois podría tener el clima del este de Tejas y, en todo el país, las oleadas de calor mortales (esas que normalmente se dan sólo una vez en cada generación) podrían convertirse en acontecimientos que se repiten una o dos veces al año.

En otras palabras, nos enfrentamos a un riesgo claro y actual para nuestra forma de vida, y puede que hasta para la propia civilización. ¿Cómo puede alguien justificar el quedarse de brazos cruzados?

Bueno, a veces hasta los análisis más fidedignos se equivocan. Y si los creadores de opinión y los políticos discrepantes hubiesen basado su negativa en el trabajo duro y la reflexión profunda -si hubiesen estudiado el asunto detenidamente, consultado con expertos y llegado a la conclusión de que el consenso científico mayoritario estaba descaminado- al menos podrían afirmar que estaban actuando de forma responsable.

Pero si siguieron el debate del viernes, no vieron a personas que hubieran estado reflexionando profundamente sobre un asunto crucial y que intentaran hacer lo correcto. En lugar de eso, lo que vieron fue a gente que no da la menor muestra de que le interese la verdad. No les gustan las consecuencias políticas y legales del cambio climático, así que han decidido no creer en él; y se aferrarán a cualquier argumento, por pobre que sea, que refuerce su rechazo.

De hecho, si hubo un momento destacado en el debate del viernes, fue la declaración del representante por Georgia Paul Broun, que dijo que el cambio climático no es más que una "patraña" que ha sido "perpetrada por la comunidad científica". Yo esto lo definiría como una teoría de la conspiración descabellada, pero si lo hiciera estaría siendo injusto con los teóricos de la conspiración locos. Después de todo, para creer que el calentamiento global es una patraña, uno tiene que creer en una vasta confabulación en la que participan miles de científicos; una conjura tan poderosa que se las ha arreglado para crear datos falsos de todo, desde las temperaturas mundiales hasta el hielo del Ártico. Así y todo, la declaración de Broun fue recibida con aplausos.

Teniendo en cuenta este desdén por la ciencia seria, casi me siento reacio a mencionar la falta de honradez de los partidarios del no en lo que respecta a la economía. Pero además de rechazar los conocimientos científicos sobre el clima, quienes se oponen al proyecto de ley se encargaron de tergiversar los resultados de los estudios que analizan el impacto económico del proyecto de ley, cuyo coste todos dan a entender que será relativamente bajo.

Aun así, ¿es justo decir que negar el cambio es una forma de traición? ¿No es la forma habitual de hacer política? Sí, lo es; y por eso es imperdonable.

¿Recuerdan los días en que los funcionarios de la Administración de Bush proclamaban que el terrorismo representaba una "amenaza existencial" para Estados Unidos, una amenaza frente a la cual las reglas normales ya no eran válidas? Eso era una hipérbole; pero la amenaza existencial del cambio climático es completamente real.

Aun así, los partidarios del no optan por ignorar a propósito la amenaza, con lo que ponen a futuras generaciones de estadounidenses en grave peligro, simplemente porque, para sus intereses políticos, es mejor fingir que no hay nada de lo que preocuparse. Si eso no es traición, no sé qué es.

Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008. © 2009 New York Times Service. Traducción de News Clips.

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