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GRECIA 0 -RUSIA 1

Hiddink destrona al campeón

Abramovic, en la grada, contempla la alegre victoria de Rusia ante una Grecia impotente

Por fin una alegría para Abramovic, el magnate ruso al que se escaparon con el Chelsea la Liga y la Liga de Campeones. Por un suspiro. Ayer, sentado en el trono del palco del estadio Wals-Siezenheim de Sabsburgo, Abramovic, jefe en la sombra de la federación rusa, disfrutó de una Rusia atrevida y ligera que abatió al triste campeón. Aprovechó los escasos recursos que le ha dejado las bajas de Progrenyak y de Arshavin para dignificar el nombre del fútbol ruso, que ha florecido este curso con la llegada del Zenit de San Petersburgo. Y que disputará ante Suecia el segundo puesto del grupo el miércoles en Innsbruk. Con una buena noticia adicional: la entrada de Arshavin, cumplidos ya sus dos partidos de sanción. Mérito una vez más del trotamundos holandés Guus Hiddink, que ha sabido encontrar alguna pepita de oro en pleno desierto, sin renunciar nunca en su carrera a que sus equipos, por precarios que fueran, ofrecieran algún tipo de divertimento. A eso contribuyó sobre todo Pavlyuchenko, un delantero extremadamente elegante. "El gigante dormido", como lo bautizó Hiddink por su falta de movilidad, que se ha convertido de repente en un cisne muy despierto.

Derrumbados sobre el césped, los futbolistas griegos se marcharon del torneo por donde llegaron: con una selección indigesta se mire por donde se mire. Sin un jugador, sin un solo detalle, sin más espectáculo que el que montaba el seleccionador, Otto Rehhagel, en las impagables conferencias de prensa. El plan ultraconservador esta vez le falló ante Suecia y, cuando ayer quiso variarlo ayer ante Rusia, se encontró con que sus chicos no estaban preparados. La primera idea había calado demasiado hondo. Lo más increíble es cómo este mismo equipo, palmo arriba palmo abajo, ganara en Portugal en 2004. Visto en perspectiva, aquello fue algo más que un milagro.

Salvo Pavlyuchenko, delantero espigado con aires marqués, Rusia es un conjunto de jugadores livianos, delgaditos, que salen como rayos al contragolpe. Carece de cuerpo, pero que se convierte en una bocanada fresca si el viento les favorece. Grecia, en cambio, es un tranvía de jugadores pesados, espesos con y sin el balón, aparentemente envejecidos.

Ahí estuvo el portero Nikopolidis para demostrarlo. El centro pasado al segundo palo desde la izquierda de Torbinski fue despreciado por casi todos. Incluso por uno de los atacantes rusos, Anyukov, que se desentendió del balón al tiempo que le echaba la bronca Torbinski por no haber centrado al primer palo. Bien, casi todos pensando que la acción estaba finiquitada cuando llegó el capitán Semak, buscó la pelota con fe y la golpeó de tijereta, de espaldas, para que Zyriakov envolviera el regalo de su compañero.

El 21 de noviembre pasado, en el estadio Comunal de Andorra, ocurrió algo aparentemente intrascendente. Eclipsado por la clasificación de Rusia para la Eurocopa, tras un raquítica victoria (0-1), su número 10, Arshavin, agredió a un rival y fue expulsado. La UEFA lo castigó con dos partidos y Guus Hiddink, aún sabiendo que no iba a contar con él hasta el tercer encuentro, se lo trajo a Austria. Bien hecho. Aún le queda una oportunidad, a él y a todos los aficionados, de apreciar unas apariciones más estimulantes de la temporada en Europa.

No es de piedra Otto Rehhagel, que fue sensible a las toneladas de críticas tras perder ante Suecia. E intentó darle un poquito de salida a su selección con dos delanteros (Liberopoulos y Charisteas) al tiempo que retiraba a uno de los centrales de aquella deplorable cita. El resultado fue el mismo. Un combinado trabajado durante tantas horas para defender, es imposible que cambie su repertorio tan de repente. El propio Rehhagel ha menospreciado a sus futbolistas declarando que eran incapaces de jugar más arriba. A fuerza de convencerlos, le han dado la razón.

Con Grecia volcada en un ataque desordenado, Pavlyuchenko afiló su figura, se perfiló varias veces para marcar, pero se quedó a un palmo. El delantero del Spartak de Moscú, el mismo que tumbó a Inglaterra en la fase de clasificación, recogió el trofeo al mejor del partido. Y espera ahora, para no sentirse tan solo, el regreso de Arshavin, un pasador estupendo. Sin él, Hiddink destronó ayer al campeón. Con él, Suecia tiene más rival del esperado para el segundo puesto. España, mientras, puede tomarse la cita ante Grecia como un ensayo para envites más decisivos.

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