Isinbayeva es de carne y hueso
La rusa no logra ni un salto válido en la final de pértiga y Bekele deslumbra en los 10.000m
Bajo una lona de plástico gris, Yelena Isinbayeva, la pertiguista que dice sentirse como un ángel cada vez que se alza hacia el cielo, se cubre la cabeza y medita sobre la tarde que le está llevando al infierno. La rusa, campeona mundial y olímpica, una competidora solitaria, única, autora de 26 récords del mundo, no ha sobrepasado los 4,75 metros. Su reacción a ese primer fallo lleva su altiva firma: sube el listón cinco centímetros. Son sólo 4,80. Nada, en teoría, para Isinbayeva, que ha saltado 5,05 al aire libre; que una noche de agosto, en Pekín, con la llama olímpica al fondo y el planeta pendiente, inmortalizó con esa marca su segundo oro olímpico; que nunca falla.
Y allá se lanza Isinbayeva, de repente una atleta de carne y hueso, el valor más seguro del atletismo en entredicho, con un resultado comiéndole el valor a cada zancada: hace un mes sólo pudo saltar 4,68 metros en Londres y perdió ante la polaca Anna Rogowska. Y la rusa que clava la pértiga y se eleva. Y las piernas que suben buscando el listón. Y el listón que espera y no las encuentra. Es un terremoto. Rogowska se corona con una marca extraordinariamente menor (4,75 metros) en comparación con las que normalmente consigue la rusa, que estalla en lágrimas: "No lo entiendo, no lo entiendo", gime. "¡No sé lo que ha pasado!... Si lo supiera, sería más fácil. Estaba tumbada en la pista y concentrada, imaginaba mi victoria y buenos saltos, no la derrota", se lamenta, convertida, hasta el momento, en la gran perdedora de los Mundiales de Berlín, casi como Sergei Bubka, el pertiguista en el que se mira en su carrera, tristemente eliminado en los Juegos de Barcelona 1992.
Kenenisa Bekele es diferente. Ruge primero Zersenay Tadesse, el dinamitero eritreo, reventador de pruebas, cuando a los 11 minutos de la final de los 10.000 lanza un ataque que acogota a todos y con casi todos puede; que sigue el rumor de la música tecno del estadio a golpe de zancadas; que sueña con su gran tarde de Mombasa, cuando derrotó a Bekele en el Mundial de cross..., hasta que echa una ojeada rutinaria a la pantalla gigante del estadio berlinés y ve cómo ahí sigue, ahí se mantiene, con gesto de piedra y zancada felina, el imperial etíope. El campeón hace de vagón de cola, esperando su momento, un atleta con el cuchillo entre los dientes. Llega el último mil y Bekele vuela: lo corre en 2m 31s. Tadesse ni lo ve pasar. Es algo tremendo: cuarto oro mundial consecutivo en la especialidad para Bekele y mejor marca de los campeonatos (26m 46,31s), con Tadesse plata (26m 50,12s) y el keniata Masai bronce (26m 57,39s).
"Mi plan era mantenerme atrás y rematar al final", explica Bekele con su escueto inglés, que, aun así, le es suficiente para sembrar el pánico entre sus adversarios: "Mañana [por hoy] quizá decida participar también en los 5.000 metros". La presencia del etíope no sería cualquier cosa: es el campeón olímpico de la especialidad.
En la final de los 100 metros femeninos se impuso, a su vez, la jamaicana Shelly Ann Fraser con 10,73s, la tercera mejor marca de siempre. Le siguieron su compatriota Kerron Stewart (10,75s) y la estadounidense Carmelita Jeter (10,90s).
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