"Estoy harta de compartir mi piso pero no me queda otra"
Eva Pedroche, 29 años, gana 600 euros. Paga 450 euros de hipoteca. Para cuadrar cuentas ha renunciado a uno de los bienes más preciados: su intimidad. Alquila dos habitaciones a estudiantes
Es un piso céntrico, de 75 metros útiles, con tres habitaciones. Eva Pedroche (29 años) lo compró hace diez años, cuando tenía 18. "Ahora sería imposible. Entonces los pisos eran mucho más baratos", dice esta alicantina . "Entonces trabajaba en una tienda de ropa y aunque no tenía nómina con el aval de mi madre el banco me dio una hipoteca por el 100% del valor del piso. Algo que en estos momentos sería impensable".
Al principio, Eva se mudó a su piso con un amigo. "Pero al poco tiempo empezó a subir el Euribor, y decidimos meter a otra chica", cuenta. Desde entonces, Eva solo ha podido disfrutar de su casa en solitario de forma intermitente, siempre en función de sus ingresos como camarera, cocinera y demás empleos. Hoy, Eva -que estudia Psicología a distancia-, paga una hipoteca de 450 euros. Su sueldo, sin embargo, es de 600 euros. "Hace dos años ganaba mil euros trabajando 40 horas a la semana de dependienta de una tienda de ropa. Pero llegó la crisis y me redujeron la jornada a 24 horas semanales. Era eso o quedarme en el paro". Eva aceptó. ¿Solución para redondear las cuentas? Una vez más, meter inquilinos en su casa (cobra 200 euros la habitación, gastos incluidos).
"Me he planteado alquilar mi casa y buscar algo pequeño para mí, pero no me da"
Renunciar al espacio personal
Eva no se queja de su suerte laboral porque es consciente de que podría ser peor. "Soy una de las últimas a las que contrataron, la verdad es que tuve suerte", dice. Sin embargo, lo de compartir cada vez se le hace más cuesta arriba. "No es lo mismo compartir con 20 que a los 30. Siempre surgen conflictos con la gente. Al principio me daba más igual la limpieza, pero cuando empiezas a tener tus cosas, te molesta más la gente. Me hago mayor y me apetece tener mi espacio. Es incómodo, echo de menos la paz, mi intimidad, ver una película sola en el salón, cosas que pierdes cuando compartes casa", continúa. "Lo noto especialmente cuando llego al piso por la noche, a lo mejor cabreada... Pero no tengo otra. Si no, no como".
Eva ha intentado dar fin al este círculo vicioso en dos ocasiones, poniendo el piso a la venta. "Pero al final siempre me he echado atrás. Ahora con lo que gano no me darían otra hipoteca y mucho menos por el 100% del valor del piso. También me he planteado alquilarlo y buscarme algo más pequeño para mí, pero no salen las cuentas", dice. "Incluso me he planteado alquilar mi piso y compartir yo en otra casa. Así no tendría la responsabilidad que supone compartir tu propio piso. Todo me toca a mí: cambiar una bombilla, estar pendiente del butano, pagar las facturas... Muchas veces me siento como si tuviera dos hijas".
Diez candidatos en un día
Eva vive en estos momentos con Noelia Albert, que llegó hace dos meses y medio, y con Virginia Maraccini, una estudiante italiana que se mudó en enero. Han encajado bien. Pero la dicha, una vez más, ha durado poco. Virginia se vuelve a Italia en breve. "Estoy cada dos por tres buscando a gente", Cuenta Eva. Ayer volvió a subir un anuncio en la web de la universidad, su método para buscar inquilinos. "No ha pasado ni un día y ya ha recibido correos de diez interesados. Noto que llama más gente", dice Eva, que reconoce que cada busca a compaeñros más "serios". "Pido que sean responsables. Yo por mi parte me esfuerzo porque se sientan cómodos en casa y los saco por la ciudad, me preocupo por ellos...". "Pero es un arma de doble filo", continúa. "Al mismo tiempo que los necesito, no los quiero".
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