Un imperio con los pies de plástico
Cuando a Alfred Bloomingdale se le ocurrió la gran idea, a comienzos de 1950, pocas personas podrían imaginar que, según las previsiones, en 1985 existirán mimillones de tarjetas de crédito funcionando por el mundo.Macnamara, Sneider y Bloomingdale tuvieron una idea sencilla, como suelen ser las que alcanzan el éxito. Hasta entonces, en Estados Unidos algunos grandes almacenes, hoteles de lujo o ciertas compañías de ferrocarriles habían utilizado tarjetas de uso personal para sus mejores clientes. En todo caso, se ¡inlaban a las relaciones de la empresa con el cliente.
Un buen día, Macnamara, un hombre ligado al grupo Rockefeller, tuvo necesidad de invitar a cenar a unos clientes. Nueva York no es una ciudad recomendable para llevar dinero en efectivo, sobre todo por las noches. Frank no estaba acostumbrado a ello. Así que, a la hora de marcharse del restaurante, descubrió, no sin cierto desagrado, que no tenía ni un solo dólar para pagar, la cuenta.
"Si en los restaurantes existieran las tarjetas de crédito personal, como en las gasolineras o en los ferrocarriles...", comentó al día siguiente a su consejero legal, Ralf Sneider.
Un triángulo financiero
Sneider era un hombre de acción. Rápidamente se dio cuenta de que hacía falta una sociedad que agrupara a todos los centenares o miles de restaurantes de la ciudad para permitirles la utilización de una tarjeta común de clientes. Estaba el proyecto pero faltaba perfilar la idea y, cómo no, el dinero. Bloomingdale, que estaba en California, acudió presuroso a la llamada de sus amigos. El echó los números, buscó el dinero, y comenzó el negocio.
Bloomingdale, en una especie de triángulo financiero, introdujo la imagen de la sociedad intermediaria entre unos y otros. Ese fue el nacimiento del Diners Club: una sociedad que avala la solvencia de sus clientes. frente a las empresas de servicios.
El negocio se limitaba a entregar una tarjeta a los clientes del club para que éstos, sin necesidad de llevar dinero efectivo, pudieran hacer frente a gastos tales como hoteles, comidas, compras, pago de servicios médicos, gasolina, etcétera.
Los beneficios de Diners también estaban montados sobre bases bastante simples. Por una parte, cobraba una cuota (inscripción y anual) a los miembros del club y, por otra, descontaba unos pequeños porcentajes a los comerciantes que realizaban el servicio a quienes además pagaba directa y religiosamente cinco días después de haber efectuado el servicio. Nacía la moderna tarjeta de crédito, el dinero de plástico, según fórmula al uso, que sustituye cada día más a los manoseados billetes de banco. La idea de Bloomingdale fue rápidamente copiada por los grandes bancos norteamericanos. Estos, a la vez que ofrecían tarjetas similares a las, de Diners, añadían a sus socios la posibilidad de conseguir dinero por adelantado en sus oficinas y, posteriormente, en sus cajeros automáticos. La Bankamericard, posteriormente Visa, fue una de las pioneras en este terreno.
Diners comenzó a funcionar en Nueva York. Pero pronto los hombres de negocios de Chicago plantearon la necesidad de extender el sistema a esta ciudad. De allí, a California, México, Cuba... Diners se convirtió en una organización internacional.
Habría que esperar hasta 1958 para que a Diners le saliera el primer competidor. American Express nacía para seguir los pasos de Bloomingdale, principalmente en lo que se refiere al pago de viajes. En aquel momento, sin embargo, el imperio de Diners estaba firmemente asentado en todo el mundo.
Durante el pasado año, Diners contaba con más de cuatro millones de tarjetas, de las cuales más de la mitad pertenecían a residentes en Estados Unidos. Sus actividades abarcaban a 158 países, en los que contaba con medio millón de establecimientos asociados. La facturación, de casi un billón de pesetas, la convertía en una de las grandes empresas mundiales.
Judeo-masones en Espña
Pionera en el mundo, también Diners fue la primera tarjeta que se introdujo en el mercado español. Corría, 1954 cuando llegó a nuestro país. Una aventura que pareció comenzar mal cuando soplaron toda suerte de rumores sobre la secreta identidad de los miembros de la tarjeta. Las conspiraciones judeo-masónicas estaban en los aires de la propaganda oficial. Y más de un cliente potencial, conectado por los hombres de Diners, sospechó de las conexiones de un club que ofrecía servicios de ayuda personal. Eso tenía que ser un engendro patrocinado por el sionismo o la masonería. Pero, al final, las voces se fueron apagando y Diners continuó por la senda ibérica, que sólo hasta 1978 se decidió a seguir su competidor, American Express.
Cerca de ocho millones de tarjetas circulaban en España, el año pasado; con ellas se pagaron unos 150.000 millones de pesetas. De este total, Diners controla unas 100.000 tarjetas (de ámbito nacional e internacional) y espera, al finalizar este año, una facturación de 14.000 millones de pesetas. Unos 20.000 establecimientos están asociados al club.
Diners Club Español es una organización encuadrada en Diners Club International, que realiza una convención. cada dos años para discutir la marcha del grupo y, fijar la política comercial a seguir. El Banco Hispano Americano posee más del 60% de la empresa, herencia de la absorción del Banco Mercantil, quien, a su vez, había obtenido el paquete accionarial de los promotores financieros de Diners en España, el grupo Enrich.
La empresa se complace en señalar que "más que una tarjeta es un club; lo importante es pertenecer a Diners, no la utilización de la tarjeta". Esta afirmación, como casi todo, es discutible. La verdad, es que conseguir la tarjeta en España cuesta 4.500 pesetas de cuota de inscripción y otras 4.500 pesetas anuales. Otra tarjeta, denominada pour madame, es decir, para la esposa del socio, se entrega libre de cargos, pero sólo puede ser utilizada en territorio español.
También la empresa intenta superar la imagen de que se trata de una tarjeta elitista. "Su uso se ha generalizado", comenta. Pero un cierto toque de inalcanzable puede ser rentable. Diners lleva a cuestas la fama de ser una tarjeta cara, cosa comprensible si se tiene en cuenta que la puntualidad del grupo a la hora de pagar a los estable cimientos las facturas & sus socios favorece a los clientes a la hora de encontrar un servicio es merado en cualquier parte.
Bajo el signo del elitismo
De todas formas, no es tan fácil conseguir una tarjeta. Los inspectores del club se cuidarán muy bien de investigar la solvencia económica del candidato, y caer en el defecto de retrasar los pagos lleva irremediablemente a no ver renovada la tarjeta. "No exigimos ingresos mínimos, nos fiamos más del feeling personal del solicitante que de su cuenta bancaria", afirma. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de socios pertenecen a la clase media-alta o alta, simple mente, con un índice de utilización de tarjetas del 50% y con un gasto medio por compra que se sitúa en 14.000 pesetas. También, una fama dudosa en el mundo empresarial o social puede llevar al solicitante a verse rechazado.
Luego, todo es más fácil. En el establecimiento elegido -se puede consultar una guía editada por el propio club-, el cliente firmará una nota de cargo. Esta nota servirá para que cobre el éstablecimiento, mediante un cheque de Diners, y para que Diners envíe la cuenta de gastos de cada mes a su socio. "Nuestro servicio es un educador del gasto, ya que permite saber con exactitud en qué se ha ido el dinero", señalan fuentes de la empresa.
Una póliza por valor de dieciocho millones de pesetas asegura a sus socios de cualquier accidente. Otra póliza de nueve millones hace lo propio con los no asociados cuyos billetes de viaje hayan sido abonados con la tarjeta.
Diners International, que estuvo hace unos cuatro años en busca de novios, consiguió llevar al altar al Citibank. La alianza con este gran banco norteamericano puede ser la solución para afrontar un futuro plagado de competidores. Si los herederos de Bloomingdale son tan ávispados como su antecesor, nuevas iniciativas vendrán más pronto o más tarde.
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