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Columna
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La Batalla del Evro

Xavier Vidal-Folch

Emocionante, la Batalla del Evro, que así se pronuncia euro en griego. Una carrera, con la excusa de Grecia, planteada entre los mercados, por vez primera contra la moneda única, y la UE, defendiéndola a pequeños sorbos. El trofeo será su desaparición; o el logro de una uEm, unión Económica y monetaria, en vez de la actual ueM.

Como en toda hazaña bélica, menudea en el envite la munición ideológica. Antes de nacer la moneda única, los epónimos de la escuela del "área monetaria óptima" (economías muy integradas), la reputaban de imposible. Hasta que su fundador, el Nobel canadiense Robert Mundell, les desautorizó, avalándola (Plan for a European Currency, 1970) si mediaban una política monetaria común y las instituciones de acompañamiento necesarias.

Los dardos anglosajones contra el euro olvidan que el tratado legitima el rescate de Grecia

Ahora, el Nobel Paul Krugman -los genios también la pifian- sostiene sin pruebas (EL PAÍS, 16 de febrero) que el problema actual no es el incumplimiento griego, sino la precipitación con que se creó el euro, "mucho antes de que el continente estuviera preparado", por culpa del "orgullo desmedido" que se tradujo en la "arrogante idea" de implantarla sin base. No es culpa de Karamanlis, sino de los soberbios Kohl, Delors, Mitterrand, González...

Vamos, hombre, ¿precipitación? Discurrieron 30 años entre el fracasado Plan Werner que contenía el primer diseño del euro (1970) y su lanzamiento efectivo en 2000, 43 años después del fundacional Tratado de Roma. Comparemos: desde la independencia norteamericana (1776) al nacimiento del dólar (1792) pasaron sólo 16 años. Y más base institucional ha tenido el euro, puesto que su bautizo fue posterior al Sistema Europeo de Bancos Centrales y simultáneo al del Banco Central Europeo, mientras que en EE UU no hubo banco central, hasta que se fundó la Reserva Federal en... 1913, ¡121 años después del dólar!

Si acaso, cabe recriminar a Europa la escasa ambición de no haber completado la moneda única con un Tesoro, un Presupuesto, unas políticas fiscales de verdad comunes, en lo que acierta Krugman. Se echa en falta un Fondo de Emergencia que ate cortos los shocks (sacudidas) asimétricos, como advirtieron algunos en 1998. Dejadez, pero no soberbia.

Otros escribidores anglosajones en papel salmón son más zafios: relanzan el insulto de pigs (cerdos) a los sureños; elucubran con expulsar al díscolo (¡ellos!) de la moneda común; deslegitiman a la Unión Europea para orquestar el rescate de Grecia, fiándolo al FMI, lo que certificaría la defunción, por dimisión, de la UE. Aleluya, tanta manía demuestra el triunfo del euro tras su primer decenio, convertido en segunda moneda internacional de reserva, en (amable) rival del dólar y en enterrador de la libra, esa superchería posimperial.

De esas tres invectivas sólo la última inquieta: mete el dedo en la herida actual pues procura coartada al justo enfado de los contribuyentes netos (alemanes) por tener que pagar las facturas del dilapidador sureño. Pero también es falsa. Porque el tratado es terminante. Legitima el rescate "en caso de dificultades" incontrolables, mediante "una ayuda financiera de la Unión" al socio debilitado (artículo 122.2). Regla que desarbola, por superior jerarquía normativa, la conclusión del Ecofin del 1 de mayo de 1998 según la que la UEM "no podrá invocarse como tal para justificar transferencias financieras específicas". El rescate no desborda el Tratado, lo cumple. Y además, le interesa objetivamente a Berlín, pues el euro es el marco alemán, en versión pantalla panorámica mundial.

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