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Crónica:Alemania 2006 | Final
Crónica
Texto informativo con interpretación

El triunfo de la nada

Italia, campeón gracias a la rueda de penaltis, tras una final dominada por Francia que perdió a Zidane por expulsión

Italia ganó en la rueda de penaltis y Cannavaro levantó la Copa del Mundo. Quedará grabado en el historial del torneo. Se celebrará con entusiasmo en las calles de las ciudades italianas. Con toda seguridad se hablará de los héroes de Berlín y los oportunistas se apuntarán al resultado. Pero que nadie hable de fútbol. Italia no existió. Fue un equipo pequeñito, destinado al olvido. Se refugió en las cuerdas durante una hora. Admitió su enorme inferioridad ante la poderosa Francia que emergió en el segundo tiempo, dirigida por el mejor Zidane de los últimos años. Por el gran Zidane, en suma. Pero en su último partido, el astro francés no salió de Berlín como un héroe. Sus incuestionables méritos fueron destruidos por su agresión a Materazzi en los últimos instantes del encuentro. Al futbolista que nunca pierde el control del juego le traicionó su descontrolada reacción, un flagrante cabezazo al pecho del central italiano, lo último que se recordará de Zidane en un campo de juego. Una pena.

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Las prioridades de italianos y franceses suelen relacionarse con el cumplimiento de las obligaciones defensivas, con la atención al dibujo, con el aprovechamiento de los detalles, con la presión, con todo lo que remita al esfuerzo. Por razones desconocidas, Francia prefiere privilegiar ese modelo al brillante juego que desplegó en el segundo tiempo y en la prórroga. Italia es más que nada el fútbol de Gattuso, al que no conviene parodiar. Su figura cada vez es más importante. El Mundial ha privilegiado el gatusismo como eje del fútbol. No es culpa de este centrocampista laborioso, inteligente fuera del campo, abnegado y solidario dentro. Gattuso es esencial porque los entrenadores no pueden vivir sin jugadores como él. Mueren por los gatussos. Lo excepcional es el Barça y su escuela. Lo normal es Italia. Lo normal es la Francia del primer tiempo. Lejos de proponer una vía que coloque a Henry o Zidane en las condiciones favorables para aprovechar sus grandes condiciones, se les obliga a la proeza. Es una pena, porque Francia mejora mucho cuando su juego se establece alrededor de Zidane y Henry, cuando el equipo olvida su fatigoso estilo para alcanzar un vuelo que rara vez se permite.

La magnífica Francia del segundo tiempo no tuvo la misma respuesta en Italia. Todo lo contrario. Agradeció el generoso despliegue francés para instalarse en lo más profundo de su cultura defensiva. Italia se siente cómoda en ese papel de resistente que tanto desgasta a sus adversarios. El ataque desordena, y especialmente el ataque frecuente. Italia especula perfectamente con esa vieja ley del fútbol. Es la razón por la que suele vencer en los últimos minutos, cuando al equipo que ataca le invade la fatiga, el desorden y el punto de desesperación que caracteriza a los generosos. Los especuladores no se impacientan jamás. Cuando Francia se salió de sus rígidos márgenes para jugar con clase y velocidad, no hubo color. Sin embargo, siempre planeó la figura del contragolpe ganador. O sea, de la vieja Italia: un partido para aburrir y un minuto para ganar.

El encuentro se escapó a lo previsto por los méritos de Francia. No ocurrió cuando se encontró con su temprano gol. Zidane convirtió el lanzamiento de penalti en una obra maestra, por lo que hizo y a quién se lo hizo. Buffon es un porterazo. Intimida. Pero Zidane lo engañó con elegancia, sangre fría y una dosis de incertidumbre. La pelota golpeó la base del larguero, botó dentro de la portería y regresó al campo. El linier tuvo buen ojo. Era gol. Lo malo de ese gol es que sacó la cautelosa alma de un equipo que puede jugar muy bien. No es una sospecha. En el segundo tiempo arrolló a Italia con un fútbol de altísimo registro. Italia jugó a una cosa muy curiosa: a buscar el córner. Prefería llevar la pelota a una esquina y esperar la acostumbrada torpeza de Abidal. El lateral izquierdo francés ha estado superado por el torneo desde el primer encuentro. Concedió tres saques de esquina que estuvieron a punto de destruir a su equipo. Cada córner fue un drama para los franceses. Materazzi marcó el tanto del empate en un cabezazo. Toni estrelló otro contra el larguero. Los italianos vieron una mina y no se dedicaron a otra cosa. El típico peñazo que sólo justifican los ventajistas lectores de resultados.

Italia comenzó el partido con la habitual producción de Materazzi. Lanzó cuatro pelotazos desde su campo en los diez primeros minutos. Todos sin destino. Pero el pelotazo es todo lo contrario de la elaboración. No desordena. El entramado defensivo sigue en su sitio. Si todos los equipos hicieran lo mismo que Italia, el fútbol sería un pésimo partido de tenis entre dos materazzis. El hombre abandonó la catapulta porque Italia perdía y necesitaba algo más que pelotazos groseros. Encontró la solución en Abidal y su absurdo interés en conceder saques de esquina. Empató Materazzi, que para cabecear es alguien, y el partido derivó a una rutina donde Zidane sufría y Henry tenía que obrar un prodigio en cada incursión. Enfrente, Cannavaro volvió a confirmarse como el mejor defensa del Mundial junto a Thuram. Zambrotta tampoco ha estado lejos de la perfección. Y Buffon no cometió un fallo. En eso, Italia también fue muy italiana. El resto quedó reservado para un estupendo Gattuso. Pero un estupendo Gattuso significa lo que significa.

Resultó emocionante la majestuosa actuación de Zidane. Resultó detestable su vergonzosa agresión a Materazzi en los últimos instantes del partido. El viejo maestro fue víctima de los descontrolados accesos de ira que han caracterizado su carrera. La admiración que ha producido como jugador se ha visto manchada demasiadas veces por sus reacciones intempestivas. Hasta su infame cabezazo al central italiano, Zidane había sido el héroe del encuentro. Parecía en la cima de su carrera, y no en la noche de su despedida. Comenzó a tirar pases aquí y allá, todos los que su equipo necesitaba. Unos de descarga, otros de medio rango, algunos profundos, todos inteligentes. Un reloj con botas. Por delante, Henry amenazó en varias acciones al insuperable Cannavaro, que necesitó de todos sus recursos para sostener a la defensa italiana. Del ataque no hubo noticias. Ni de sus centrocampistas. Ni tan siquiera brilló Gattuso. Cuando Zidane decidió ser Zidane, Gattusso desapareció del mapa. A Italia, que estuvo varias veces al borde del gol de la derrota —Buffon hizo un milagro para desviar un cabezazo de Zidane, Ribéry no logró colocar la pelota en el rincón en un mano a mano con el portero—, sólo le sirvió la versión defensiva. Toda esa historia de los delanteros que entran para ganar el partido es un cuento. Entró toda la caballería de los Del Piero, Iaquinta y compañía pero no sirvió de nada. Italia no vio la pelota ni en el segundo tiempo, ni en la prórroga. Fue un gran monólogo de Francia.

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