"Un asunto cansino, repetitivo"
Contador se mantiene impermeable a las insidias de Armstrong y dice que nada le descentra
Ayer se disputó una etapa en la que nadie dio pedales, una etapa del Tour de las palabras, en el que las emboscadas, los puertos, las contrarreloj, cobran sustancia dialéctica y se ligan con el Tour de la bicicleta, el de los puertos, el del sudor, de una manera inextricable. Todo porque los dos grandes favoritos corren en el mismo equipo, el Astana, algo que no se daba desde 1986, desde la batalla LeMond-Hinault.
El día de descanso, la canícula pringosa del midi en julio, calor Tour en Limoges, la Francia profunda donde nunca hay brisa, Alberto Contador se ha calado la gorra blanca con su logotipo individual, ha bajado a la piscina del hotel y delante de unas docenas de periodistas morbosos con ganas de buscarle las vueltas ha cogido tiza y pizarra y, con una maestría increíble del arte de la comunicación, el arte que consiste en hablar más con lo que se calla que con lo que se dice, ha dibujado el terreno de juego en el que quiere ganar el Tour. Su propio territorio, que es el de las piernas y la bicicleta, no el de la lengua y la provocación, el que le quiere imponer su compañero-rival, Lance Armstrong, quien se siente mal amado por el chico al que le quiere la novia, a quien, una vez más, apenas se refirió. Ausente de la convocatoria, metido en la pelea contra la prohibición de los pinganillos hoy, Johan Bruyneel, el director equilibrista, otro artista en el manejo de los discursos pero especializado en la técnica de hablar mucho para no decir nada que pueda incomodar a cualquiera de sus dos pupilos, le acompañan en la mesa el jefe de prensa del equipo y su jefe de prensa personal. Muy cerca, su hermano, que no se separa de él.
"La situación podría ser más sencilla, pero ello no pone en peligro mi rendimiento"
Como un diplomático educado en la escuela vaticana, hábil en sacar la máxima ventaja del más mínimo detalle, sutil en el manejo de las palabras, Contador se afirmó. "Su madurez mental asusta", dice uno de sus próximos en el Astana del ciclista que a los 26 años ya ha ganado Tour, Giro y Vuelta. "Está, por lo menos, a la altura de la madurez física del ciclista extraordinario que es".
La madurez se expresa en frases aparentemente banales si no fuera porque las dijo quien las dijo en la situación en que las dijo, a escasos metros de donde, recibiendo una ración de adrenalina por los oídos de los Rolling, Armstrong preparaba la batalla. "Esto es un tema cansino, repetitivo", dijo después de varias preguntas sobre los comentarios del tejano. "Con Lance, la situación es normal. Estoy con él como con cualquier otro corredor dentro y fuera de la carrera. Comemos y cenamos en la misma mesa. Viajamos en el mismo autobús. Es la mirada externa la que ve tensiones". Así respondió Contador a quien se queja de que no le habla, no le mira, no le escucha, a quien proclama que hay tensiones por culpa de un chico de Pinto tan cabezota que lo desespera.
"La situación sería mejor si no diéramos pie a preguntas como éstas, porque significaría que hay una total normalidad", continuó el corredor a quien el destino le ha puesto por delante un Tour preñado de significados: su segundo Tour sería, si lo gana, aquel al que nadie le podría poner un pero, a diferencia del primero, el de la expulsión del más fuerte, Rasmussen, y sería también en el que acabó con el mito de los poderes sobrenaturales de Armstrong, del ganador de siete Tours al que nunca nadie ha batido. "La situación podría ser más sencilla, pero ello no pone en peligro mi rendimiento. A mí nada me descentra. Estoy muy concentrado. El Tour exige mucho y no se puede gastar energías en nada ajeno".
La carrera son los Alpes, la última semana, la contrarreloj, el Ventoux el penúltimo día. La carrera son los hermanos Schleck, Carlos Sastre, Cadel Evans. La defensa de la ventaja tras la contrarreloj por equipos, lo que dibuja una general "engañosa", con cuatro de su equipo entre los seis primeros. La invitación a los otros a que enciendan la chispa que no saltó en los Pirineos escamoteados. "Los que tienen que atacar son otros, yo no tendré necesidad de hacerlo", dijo. "Y si ataca Armstrong, yo no reaccionaré, son los otros los que deben ir a por él".
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