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Reportaje:

Siempre Cruyff

Revolucionario como jugador, el técnico holandés le dio vuelo y grandeza al Barcelona a partir del 4 de mayo de 1988, hoy hace 20 años, cuando aceptó sentarse en el banquillo azulgrana

Ramon Besa

Alguien le recordará hoy a Johan Cruyff (Ámsterdam, 1947) que se cumplen 20 años de su fichaje como entrenador del Barça. Jamás tiró de agenda ni utilizó la memoria para las efemérides. Ni falta que le hace. El fútbol vive pendiente de Cruyff porque su legado trasciende su revolucionaria carrera como jugador, su fabuloso impacto como entrenador y su preciado ascendente como asesor. Así que normalmente se entera de los aniversarios por boca de la gente del fútbol que le evoca como un Dios. El cruyffismo es una religión que no tiene fronteras, que se expande por todas partes, especialmente manifiesta en el barcelonismo.

Aunque acaba de regresar de Estados Unidos, a Cruyff se le supone siempre en la capilla del Camp Nou, dispuesto a escuchar al director deportivo, Txiki Begiristain, y al presidente, Joan Laporta, preocupados por quién debe ser el futuro entrenador del Barça. La leyenda urbana dice que no se toma una decisión en el club sin consultar con Cruyff, y las personas más próximas a Cruyff responden que le consultan menos de lo que la gente piensa. Incluso advierten de que las reuniones que ha mantenido con los gestores azulgrana para hablar de fútbol se cuentan con los dedos de una mano.

"Vengo porque me necesitan para hacer lo que me gusta: tomar decisiones"
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Al parecer, no es cierto que a Cruyff le hayan preguntado si le parecería bien Mourinho. Tampoco ha bendecido a Guardiola. Y puede que Laudrup le haga tilín. Cruyff ha llegado a preguntar a personas de su máxima confianza: "¿De quién se habla como técnico para la próxima temporada?". Ya ocurrió en su día con Rijkaard. El presidente Laporta le demandó. "¿Qué te parece Rijkaard?". Y Cruyff respondió: "Un bien persona" [sic]. Ni más ni menos. Nada sale más barato que encomendarse o remitirse a Cruyff, ya sea de manera maquiavélica o reverencial, siempre protagonista de la historia del Barcelona.

A Cruyff no le importa que le pidan consejo, pero lo que le gusta de verdad es decidir. Hoy condiciona la vida sin abrir la boca. Laporta, Begiristain, Laudrup, Guardiola, se explican desde el cruyffismo. No hace falta preguntar a Cruyff sino que basta con interrogarse sobré qué haría Cruyff y proceder en consecuencia. Ocurre que no siempre se acierta, y puede que hasta a veces no se acuda a su asesoría porque se sabe que su respuesta sería la contraria a la que le interesa al interlocutor. Nadie le inquirió por ejemplo sobre Ronaldinho y, sin embargo, se supone que le habría dado puerta.

Cruyff distingue entre tres clases de entrenadores: los que ganan y pierden un partido sin saber por qué; los que ganan y pierden un partido y saben por qué; y los que ganan y pierden un partido y no sólo saben por qué sino que tienen la solución para continuar ganando o evitar seguir perdiendo. A decir de Cruyff, la vida consiste simplemente en tomar decisiones, circunstancia que explicaría el poco caso que Laporta, Begiristain y Rijkaard le han hecho las dos últimas temporadas. Un directivo sentenció esta semana: "Yo habría fichado a Cruyff como director técnico en verano y el problema del equipo le habría durado cinco minutos".

"¿A que vienes si sabes que Núñez te ficha por conveniencia?", le advirtió un futuro colaborador antes de que Cruyff firmara como técnico del Barça. "Vengo porque me necesitan para hacer lo que más me gusta, que es tomar decisiones". Hoy se cumplen justamente 20 años de la llegada del holandés al banquillo azulgrana. Acosado por el motín del Hesperia, cuando los jugadores pidieron su dimisión, el presidente Núñez pagó las deudas bancarias de Cruyff y le entregó la llave del Camp Nou. El triunfo del cruyffismo fue apoteósico y en el estadio se vivió una catarsis sin precedentes.

Cruyff pemitió la reelección de Núñez frente a la candidatura del nacionalismo catalán, auspiciada por Convergència y suscrita por una generación de cruyffistas, personajes sorprendidos par la decisión del técnico y que en su día fueron capitales para la contratación de Cruyff como jugador en 1974, fundadores algunos del Grup d'Opinió Barcelonista, escuela ideológica del futuro Elefant Blau, con Armand Carabén a la cabeza. Laporta es hijo natural de ese momento, de ese cruyffismo, de esa manera de entender el fútbol.

Los cuarentones son deudores emocionales del Cruyff futbolista, del 0-5 del Bernabéu, de un acto de afirmación barcelonista y catalanista durante la agonía del franquismo, del as volador retratado en aquel escorzo que significó el gol imposible ante Reina. Cruyff convirtió en campeón a un equipo tan excelente como acomplejado e invitó a la gent blaugrana a un desafío futbolístico para combatir el miedo. Tuvo el don de la oportunidad como jugador y como entrenador porque acabó con el victimismo y convirtió a su equipo en una referencia del fútbol.

El dream team jamás morirá porque como anunció Vázquez Montalbán "el público asocia a Cruyff a una edad de oro que a veces no lo fue, pero que consta como tal en el imaginario colectivo. Cruyff dejó una memoria dorada de jugador excepcional y volvió para instalar su estilo poético de juego". Y precisó Santiago Segurola en este diario: "Lo hizo todo con inteligencia, estilo y precisión. A Cruyff se le puede explicar desde la belleza del juego que practicó su equipo, desde tal o cual éxito, desde la fascinación que provocó en todo el fútbol, desde cualquier ángulo, porque volvemos al principio: Cruyff lo impregna todo".

Protagonista de momentos memorables, la obra capital del dream team, el encuentro que funciona como compendio de las virtudes de aquel equipo fue el que le enfrentó al Dinamo de Kiev en septiembre de 1993 y que acabó 4-1. El Barça remató una vez a portería cada tres minutos y alcanzó una actuación perfecta desde el punto de vista coral. Los azulgrana practicaron con Cruyff el fútbol de ataque por excelencia. Bien jugado, bien ganado: cuatro Ligas y una Copa de Europa le coronan.

A partir de los extremos, Cruyff abrió el campo, dispuso once uno contra uno en la cancha y el Barça acabó con las urgencias históricas y con la indefinición del estilo. La agresividad sólo se hacía manifiesta en la manera de atacar la pelota, propuesta que obligaba a jugar con más delanteros que defensas, siempre con descaro. Desde entonces, la institución azulgrana ha tenido un ADN, una pauta inconfundible, no siempre bien interpretada porque el éxito está precisamente en hacer sencillo lo difícil, reto que cuando no se alcanza invita a tachar a Cruyff de loco y no de visionario. Romario, punto y final del dream team, concluyó su paso por el Camp Nou con una declaración inequívoca: "El fútbol se mira con los ojos de Cruyff".

Cruyff nunca recibió una pañolada, ni siquiera después de la final de Atenas, y cuando tuvo la ocasión de vengarse por su despido mandó tocar el himno del Barça en el homenaje al dream team. Nadie pudo combatir su sombra por más pintadas que afloren en su casa. Cruyff está todas partes. Hoy, veinte años después de su fichaje como técnico azulgrana, se le supone cerca del palco, no se sabe muy bien en calidad de qué, pero su legado se extiende por todo el estadio y por la Liga. Laporta, Begiristain, Guardiola, Laudrup. Todos tienen algo que ver con Cruyff. Veinte años con Cruyff de entrenador, toda una vida de cruyffismo.

Johan Cruyff dirige al Barça durante un partido del trofeo Joan Gamper 1988 contra el Steaua de Bucarest.
Johan Cruyff dirige al Barça durante un partido del trofeo Joan Gamper 1988 contra el Steaua de Bucarest.JOAN SÁNCHEZ

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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