Equilibrio del horror en Oporto
El Deportivo gestiona un empate sin goles en un partido al que le faltó fútbol y le sobraron patadas
Cuando los entrenadores del Deportivo y el Oporto aventuraban que la eliminatoria resultaría muy equilibrada, les faltó avisar que lo que nivelaría a ambos equipos sería el más puro horror futbolístico. Otra cosa no se vio anoche en el flamante estadio de O Dragao, donde toda la pasión de un choque de altos vuelos se congeló sobre el césped, en un partido áspero, sin fútbol y casi sin ocasiones, que, por momentos, además, casi degeneró en la pelea suburbial. Con su consistencia, su agresividad y todo lo que se quiera, el Oporto dejó la impresión de un equipo de perfil muy bajo, con enormes problemas para crear algo de fútbol. El Depor se limitó a contemporizar y a no exponerse a algún golpe aislado. Una labor administrativa a la espera de que la magia de Riazor lo meta en la final.
OPORTO 0 - DEPORTIVO 0
Oporto: Vitor Baía; Paulo Ferreira, Jorge Costa, Ricardo Carvalho, Nuno Valente; Costinha (Pedro Mendes, m. 46), Alenichev (Jankauskas, m.46), Deco, Maniche; Carlos Alberto y McCarthy (Marco Ferreira, m. 69).
Deportivo: Molina; Manuel Pablo, Jorge Andrade, Naybet, Romero; Víctor (César, m. 89), Sergio (Duscher, m. 78), Mauro Silva, Luque (Fran, m. 44); Valerón y Pandiani.
Árbitro: Markus Merk (Alemania). Expulsó a Jorge Andrade de roja directa por entender que agredió con la pierna a Deco. También amonestó a Carlos Alberto, Ricardo Carvalho, Mauro Silva y Marco Ferreira.
Unos 50.000 espectadores en el estadio Do Dragao. Alrededor de 6.000 aficionados gallegos acompañaron en las gradas al Deportivo.
Una semifinal de la Copa de Europa, un estadio recién estrenado que es una maravilla arquitectónica y dos aficiones que llenaron el choque de colorido con un ejemplar ambiente de camaradería mutua. Todos los elementos se habían congregado en Oporto para una gran fiesta de fútbol, pero alguien se olvidó de invitar al fútbol mismo. Fuese producto de la tensión, del vértigo que suele atrapar a los jugadores cuando se asoman a esta clase de partidos o de un exceso de tacticismo, lo cierto es que el duelo resultó infame, atrapado en el atasco del medio del campo, sin apenas ocasiones y con muy pocas llegadas al área, suspirando por que algún jugador se iluminase para organizar un poco aquel caos de imprecisiones y pelotas a ninguna parte. De los que más podía esperarse, como Valerón y Deco, hubo pocas noticias, sobre todo del deportivista. Para afear aún más el partido, el Oporto repartió cera sin cuartel. Hubo alguna entrada que rozó lo penal, sobre todo una patada sinsentido de Ricardo Carvalho a Manuel Pablo. Luque también llevó lo suyo de Paulo Ferreira, quien acabó enviándole en camilla a la ducha antes de que terminase la primera parte. No es de extrañar que en esa barahúnda de coces, que acabó volviendo loco al propio árbitro, el espíritu delicado de Valerón acabase perdido entre la negrura del paisaje.
José Mourinho, venerado por los jugadores, la afición y la prensa, ha diseñado un equipo lleno de complejidades tácticas, con muchísimos futbolistas agrupados alrededor del círculo central y cambiando de posición constantemente. En el sistema de Mourinho, las bandas son casi patrimonio exclusivo de los laterales. Si éstos no se prodigan en el ataque y la situación se empantana en el medio, como ocurrió anoche, el Oporto se va por el desagüe. El Depor fue complaciente con el panorama, como si entendiese que la esterilidad del contrario y la confusión permanente en el juego favoreciesen su propósito de gestionar un buen resultado para el choque de vuelta. El grupo de Irureta se limitó a controlar la situación y a buscar los latigazos por la izquierda de Luque, tan rápido como siempre pero sin claridad en el regate y muy impreciso en los centros. En la otra banda, Víctor nunca desbordó y, por el medio, a la ausencia de Valerón se unieron las precipitaciones de Sergio, un futbolista al que su propia electricidad le pierde en algunas ocasiones.
Mourinho intentó dar un golpe sobre la mesa en el descanso e introdujo al gigante Jankauskas por el inane Alenitchev. La intimidante presencia física del delantero lituano parecía anunciar un bombardeo sobre Molina. Pero en cinco minutos se agotó la escasa chispa del Oporto. Más relevancia tuvo el obligado cambio de Fran por Luque en el Depor. Sobre todo, porque el capitán acudió en auxilio de Valerón, que encontró un socio para trazar el tipo de juego que constituye su nutriente vital. A partir de entonces, el Depor tuvo más la pelota y llevó el partido al campo del Oporto, incapaz de progresar de otro modo que no fuese algún pelotazo.
Fuera de algún arranque aislado, el Depor se dedicó hacer rondos sin atreverse a pegar a un rival que apenas ofrecía otra cosa que su laboriosidad y su consistencia. Pero el Oporto es de esa clase de equipos que, incluso sin jugar nada, son capaces de sacar petróleo de cualquier detalle. Y a pesar de que el Depor no perdiese nunca el timón, tampoco estuvo a salvo de sustos. El más amenazante, un remate de Maniche desde 30 metros que repelió el larguero. Jankauskas también acabó pescando su cabezazo, que se marchó fuera por centímetros. Aunque el peor sobresalto para el Depor se lo dio el árbitro, totalmente superado por el choque, que expulsó a Andrade por una patadita a Deco que había acabado entre sonrisas de ambos, casi íntimos amigos desde que jugaron juntos. Quedaba demasiado poco tiempo y el Oporto no tuvo margen para buscar los argumentos que le faltaron durante toda la noche.
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